Una de las ilustraciones de Pequeño planeta, de Antonio Mingote, que ahora recupera Pepitas de Calabaza.



Hace justo hoy un año se paraba en seco el incansable pincel de Antonio Mingote. La última entrevista se la concedió al periodista Antonio Astorga en un día pardo de invierno: "Aquí me tiene, atado al duro banco, hasta que el cuerpo aguante", le dijo a su interlocutor en aquella charla, que se produjo poco antes de su muerte. Ese hasta que el cuerpo aguante lo había practicado el dibujante desde 1946, cuando empezó su trayectoria como humorista gráfico en La Codorniz. En una ocasión nos contó José Antonio Marina impresionado que en tan sólo dos meses le había dibujado el de Sitges una Historia de la pintura a la que él había puesto textos. Esto fue en 2010, siendo Mingote ya muy mayor. Entre esa obra y sus primeros dibujos median décadas de arte y de genio, una virtud que el dibujante, siempre restándose mérito, definía como "una larga paciencia".



"No he dejado de dibujar ni un sólo día en todo este tiempo. Hay muchos que se acomodan cuando algo les sale bien, pero yo he intentado encontrar cosas nuevas, esa es la larga paciencia de la que hablamos", definió Mingote al hilo de aquel libro. Precisamente esa característica de ser el dibujante del esfuerzo, del no parar (lo demuestran casi 30.000 dibujos), ha hecho que su obra sepulte a su obra, que algunas de sus antiguas creaciones hayan quedado diluidas en el tiempo, entre las montañas de papeles nuevos. Ahora la editorial Pepitas de Calabaza quiere recuperar parte de esas viejas ilustraciones en el libro Pequeño planeta, que reúne sus mejores trabajos de los años 50, seleccionados por el autor para la edición que en su día publicó la por entonces joven editorial Taurus. Entre ellas se incluye una serie de obras inéditas que el también académico de la RAE no pudo incluir por falta de espacio y que se han recuperado de la revista Don José.





La edición aporta una nota biográfica de Antonio Astorga y el prólogo que su amigo Rafael Azcona le escribió en 1957. "Entre los hombres dedicados a facilitarle a la humanidad la realización de tan provechoso ejercicio, Antonio Mingote es uno de los que actúa con mayor talento, limpieza y cordialidad. Porque Mingote, además de ser uno de los humoristas que a más altura artística e intelectual ha elevado la línea hecha humor, trabaja siempre a caballo sobre la ternura", definió entonces el guionista. El volumen es el primero de una serie que la editorial quiere dedicar al trabajo menos conocido de Mingote, entonces un treitañero que empezaba a ser conocido a nivel nacional.



Como admitió Azcona, lo que encontrarán los lectores en sus páginas son "divertidos espejos capaces de asomarnos a nuestros defectos, de descubrirnos nuestra propia trampa, de revelarnos en su más descuidada intimidad la verdad de todos los hombres". La soberbia, la estupidez, la pedantería y otros males afloran en estas viñetas de una o dos páginas dibujadas con tinta negra y que funcionan como microrrelatos, a veces surrealistas, otras tremendamente críticos. Obras que son claros testigos de su tiempo pero dialogan a la perfección con el presente. Un señor que se ahorca en un perchero junto a su sombrero y su paraguas, una costurera que convierte esqueletos en maniquíes, un torero que repara al entrar en el ruedo del cadáver de un compañero, un presidiario al que se le escapan palomas de papel volando entre los barrotes... son algunos de los habitantes de esta obra que ya recoge al Mingote más puro.