Laura Restrepo. Foto: Julián Jaén.



La autora colombiana recrea las penurias de los inmigrantes en la frontera de Estados Unidos en 'Hot sur', novela que a pesar de su crudeza no renuncia al humor




La frontera entre Estados Unidos y México es el escenario donde millones de personas se juegan la vida cada día. Muchas la acaban perdiendo. Los inmigrantes corretean y se agazapan en el desierto mientras varios depredadores merodean para darles alcance. Están los siniestros minute men, grupúsculos de voluntarios que patrullan la zona para evitar la "invasión latina". Están también los militares, que no se andan con bromas. Y desde hace unos años se ha sumado a la tropa de cazadores los narcos mexicanos, que secuestran, extorsionan y explotan a los que a sus ojos no son más que carne de cañón. "Cuando sales de tu país y te colocas en el lado de los indocumentados, estás en una situación de absoluta indefensión. Eres una especie extremadamente débil", explica Laura Restrepo (Bogotá, 1950).



Y tantas penurias y sobresaltos para qué. Pues para alcanzar el escurridizo sueño americano, que alcanzan cuatro y hunde a miles de sus perseguidores. El contraste entre los agraciados y los que se quedan postrados en el reverso de esa ilusión es tan numéricamente apabullante que cada vez son menos los que creen que vale la pena. Restrepo acaba de escribir una novela que da cuenta del despertar (traumático) del sueño. Es Hot sur, publicada por Planeta. "En el libro hay tres personajes femeninos centrales, de dos generaciones. Por un lado, una madre, que considera que en el norte es el único sitio donde hay oportunidades y se puede aspirar a una cierta seguridad jurídica y económica. Pero sus dos hijas ponen en cuestión esa visión. Ya no se la creen Ellas lo que quieren es volver, que es lo mismo que quieren miles de latinos en Estados Unidos", comenta Laura Restrepo a El Cultural. "Han probado en sus propias carnes que el capitalismo no implica democracia, ni dignidad, ni felicidad. Es una juventud en busca de otras utopías".



La escritora colombiana, en los años 80 mediadora entre las FARC y el gobierno de su país, un esfuerzo que pagó con el exilio, ha vivido durante un tiempo a caballo, precisamente, entre Estados Unidos y México. Desde hace unos años se siente fascinada por el mestizaje de cultura que se está consolidando en la frontera de ambos países. "Tijuana, por ejemplo, es algo espectacular. Es un lugar horrible, parece un moridero, con las colas de coches esperando para cruzar al otro lado en la aduana. Pero vas a sus bares y es un estallido de alegría, en el que se cruzan los gringos con la población local y todos los inmigrantes de todas partes de Latinoamérica que andan a la espera de pasar al otro lado. Hay una estética propia de ese cruce de culturas que se manifiesta en el rock, con grupos gringos que utilizan trompetas de mariachis, en los grafitis, en la pintura y en la literatura...".



En esta última es donde Restrepo hace su aportación con Hot sur, protagonizada por María Paz, una colombiana en situación irregular en los Estados Unidos pero que consigue arreglar sus papeles tras contraer matrimonio con un policía norteamericano. En principio, parece haber dado un paso hacia la tranquilidad, pero el agente está implicado en una red de tráfico de armas y sus chanchullos terminan salpicando a su cónyuge, que acabará entre rejas. La trama le permite a Restrepo poner en el dedo en la llaga en el sistema penitenciario estadounidense, sacando su antigua vertiente de periodista para denunciar deficiencias e iniquidades.



La historia es dura, truculenta por momentos, pero Restrepo no renuncia al humor. Incluso descarga de drama las travesías migratorias. "Hay una imagen que a mí me marcó para escribir el libro. Fue cuando escuché a unos niños de Tijuana contarme que ellos entraban en Estados Unidos por los resquicios del muro para echar un partidito de fútbol en el otro lado y luego volvían a su casa para cenar. Esa irreverencia frente a la autoridad que quiere tenerlo todo bien organizadito y controlado es el detonante de la novela. La rebeldía de los que no quieren someterse a la rudeza de los muros".



Restrepo, que ya se había ocupado de los vaivenes de la inmigración en otras dos novelas suyas anteriores, La novia oscura y La multitud errante, hace un esforzado ejercicio lingüístico a lo largo de toda la novela. La idea es dar fe de la fusión de dos idiomas hasta el punto que ya no se sabe dónde empieza uno y dónde acaba el otro y viceversa. "No veo el problema en esa mezcla. Creo que es enriquecedora. Comparto con Cortázar la visión de los diccionarios como cementerios. En la lengua de la frontera se habla un español contaminado de un inglés que a su vez está contaminado de un español...". Y, además, el español que se utiliza en aquel pliegue geográfico tiene un interés inigualable para cualquier amante de la lengua de Cervantes, por la variedad de acentos y dialectos que concurren. En la novela un personaje advierte: "Aquí el español se defiende en todas sus lenguas, en che, en guanaco, en chapín, en catracho, en nica y en tico o en rolo, en costeño, en veneco, en boricua, niuyorrican, en chicano, en chilango". ¿Alguién da más?