Zoé Valdés. Foto: Mitxi
Zoé Valdés (La Habana, 1959) se presentó al Premio Azorín con un seudónimo. "Por guardar la forma. Por un poco de misterio. Porque me daba corte", explica a El Cultural. Presenta La mujer que llora (Planeta), que concurrió al galardón bajo el título La salvaje inocencia, la historia de la pintora surrealista Dora Maar, amante de Picasso. Evidentemente, resultar ganadora le causó una enorme satisfacción, tanto más cuando ya se había presentado sin éxito dos veces. A esto hay que sumar el añadido valor simbólico del escritor que da nombre al reconocimiento. "Azorín es un autor que me descubrió un librero de La Habana cuando era adolescente, y le admiro mucho".La mujer que llora es la segunda parte de una trilogía dedicada a pintoras surrealistas que comenzó con La cazadora de astros, sobre Remedios Varo, y que se clausurará con otra novela sobre Lidia Cabrera. En el libro también cuelgan velos autobiográficos: "Cuando amo a un artista, me gustaría ser su amiga, y me propuse introducirme en la época a través de la literatura. Parece muy metafórico, pero al mismo tiempo tengo muchos puntos en común con Dora Maar". Uno de ellos es la tristeza, motor y símbolo de creación. A pesar de transcurrir en París, en su mayor parte, parece inevitable que la Cuba de Zoé Valdés se asome a la novela. Es "la Cuba que más amo, la de los artistas".
Valdés retrata de una manera muy periodística a una artista superada por la sombra de Picasso. "Era un hombre com una gran consideración y reconsideración de sí mismo, muy egoísta. Pero fue el gran genio del siglo XX", declara Valdés. Maar conoció al español en 1936, cuando París estaba en plena efervescencia bohemia. Entre sus amantes se contaban algunas de las figuras más relevantes de la época, como el cineasta Louis Chavance y el escritor Georges Bataille. Pero su relación con Picasso fue la más importante de su vida. También la última. Dejó de hacer el amor a los 38 años por decisión propia, y escribió: "Yo no fui la querida de Picasso, fue él mi maestro". La liberación intelectual de Maar, sin embargo, no le otorgaba más valor a ojos del malagueño. "Picasso la veía sólo como mujer, no tanto como artista, opino yo. Él no creía demasiado en su arte", sostiene Valdés.
Pero Dora Maar pintaba antes de conocer a Picasso. Abandonó los lienzos por la fotografía, y se consagró como una de las artistas surrealistas más importantes. Su cámara inmortalizó el proceso de creación del Guernica, un manifiesto de los horrores de la guerra. No obstante, era Maar la que había adquirido verdadera conciencia social y política del tiempo que le había tocado vivir. Picasso decía que su ideología era su pintura, relata Valdés, y fue Maar la que le recordó la obligación del arte de pronunciarse ante la guerra, la injusticia y la miseria. Su militancia en la extrema izquierda y sus ideas comunistas le pasaron factura al final de su vida. "Después de Picasso, Dios", manifestó Maar, abrazando la religión como único refugio después de que el pintor la abandonara, arrepentida de unos principios que no podían haber sido otros en aquellos momentos.
Su relación de casi una década quedó inmortalizado en las pinceladas de Picasso en La mujer que llora, el retrato de Dora Maar que da nombre a la novela. El pintor siempre la mostraría así, con lágrimas escapando de sus párpados, reflejos de un amor apasionado y masoquista, que le dejó unas marcas asumidas con las que vivió hasta el final. La profunda depresión que siguió a la deserción de Picasso terminó en el internamiento en una clínica psiquiátrica, donde fue tratada como enferma mental y sometida a electroshocks. Para Zoé Valdés, "más que maltratada, fue mal tratada", diagnosticada con una locura que no padecía. Cuando "recuperó" la cordura, se recluyó hasta su muerte, acompañada de sus picassos, regalos su maestro y amante.