Ana María Shua. Foto: Begoña Rivas
En España acaba de publicar Contra el tiempo (Páginas de Espuma), en la colección Vivir del cuento, una iniciativa en la que un joven escritor presenta a un autor consagrado. En este caso es Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), que consiguió el Premio Juan Rulfo y fue seleccionada en 2010 por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español, la encargada de escribir el prólogo, seleccionar los cuentos y entrevistar, al final del libro, a Ana María Shua.
- ¿Le han dicho alguna vez que las historias de boxeadores, francotiradores o futbolistas parecen escritas por un hombre?
- La verdad es que cuando escribí mi primera novela, contada en primera persona desde la voz de un hombre y con un seudónimo que no era femenino, los jurados pensaron que era hombre. Sí, alguna vez me lo han dicho, pero un autor tiene que poder escribirlo todo, desde un hombre, desde una piedra, desde una tortuga, desde lo que sea. Y eso es lo que hacen constantemente y de manera natural los autores de teatro.
- De hecho usted hace unos primeros intentos en el mundo del teatro...
- Quería ser actriz, cuando tenía catorce años. He intentado escribir teatro, pero no es lo mío. Mi narrativa tiene poco diálogo, no me brota naturalmente. Tengo escrita una pequeña obra de teatro musical y en verso, pero nunca se representó. Lo que sí he escrito es guión de cine.
- Y no volvió más a la poesía, a pesar de ser un género que se le daba bien.
-Pienso que en todo lo que es narrativa existe la poesía. Quizá en mis microcuentos aparece más la vena poética. Pero el cuento y la novela deberían participar también de la poesía.
- En sus libros, los personajes, las escenas, tienen un componente literario que nace de las lectura de otros autores.
- Yo creo que nunca se lee demasiado. El mundo está colmado de libros que no he leído.
- ¿La carrera de letras le ayudó a seleccionar esas lecturas?
- Sí, aunque hubiera preferido estudiar algo que no tuviera nada que ver con las letras, medicina, ingeniería por ejemplo.
Samanta Schweblin, que nos acompaña en la entrevista, se convierte en cuentista después de haber estudiado cine: "El lado académico puede ayudar a un escritor a desenvolverse -nos dice-, pero yo aprendí más sobre cómo se cuenta una historia pasando las noches en una moviola y pensando si una escena tiene un segundo más o un segundo menos, o si una escena debería contarse o no, más que estudiando la literatura del siglo XIX rusa".
Ana María Shua se convirtió en escritora al descartar desde niña el oficio de pintora y cantante, las mismas respuestas que aparecen en el personaje del escritor de su cuento "Ha llegado un escritor", una historia en la que, al final aparece, de forma inesperada, un francotirador... "Los libros nacen de los libros. Ese cuento nació de mis lecturas de Flannery O'Connor, escritora que tiene la tendencia de empezar a contar algo y de repente emprender un camino diferente. Hay un cuento en particular que me inspiró mucho Un hombre bueno es difícil de encontrar. Tenía ganas de escribir algo así. Algo que empezara en un lugar y tomara un desvío inesperado. Luego el cuento se combinó, como sucede siempre en literatura, con la vida real. Es una convergencia de dos ríos, uno que viene de la literatura misma y otro que viene de la vida. La experiencia vital de este cuento es el viaje de este escritor a un pueblo, como yo misma he hecho muchas veces como escritora de cuentos infantiles".
- ¿Y esa violencia también aparece en sus cuentos infantiles?
- Yo nunca jamás me hubiera atrevido a escribir Caperucita Roja. Es el cuento más terrorífico que conozco en el mundo. Esa escena con el lobo transformado en abuelita es siniestro. Sí que juego mucho con el terror en mis cuentos para niños un poco más mayores, a partir de los diez años".
Además de otro cuento, puede ser una historia, una escena, una imagen visual, lo que está en el origen de sus relatos. "En La mujer herida, por ejemplo, un policía sube a una mujer accidentada a un coche de un desconocido para llevarla al hospital pero la mujer muere en el trayecto y entonces, nadie la quiere aceptar en ningún lado. Esa historia macabra, le sucedió a mi padre cuando yo era pequeña". Lo mismo que con el cuento Nariz operada. "Ese cuento lo escribí 35 años después. Pero no me pasó a mí, sino a mi hermana. ¡Aunque asegure en el cuento que me sucedió a mí! Me divierte mucho el pacto de verosimilitud de la literatura y me parece a la vez muy fácil romper esas reglas. Pero en el cuento y la novela, me gusta que el lector se crea lo que escribo. No me gusta que todo sea un juego literario".