La poesía envuelve incluso la narrativa y el ensayo de José Manuel Caballero Bonald. La Universidad de Alcalá y el Fondo de Cultura Económica coeditan su antología, 'Sombras le avisaron', que toma el nombre de uno de los poemas recogidos en 'Laberinto de fortuna'. Desde su primer libro, 'Las adivinaciones', este volumen recorre la obra poética del Premio Cervantes, marcada por la voluntad de que a las palabras nunca les falte el significado. Setenta años de versos.

A continuación se pueden leer una nota introductoria de Caballero Bonald y algunos de los poemas de 'Sombras le avisaron' seleccionados por el propio autor

Nota

No sé si estos son mis poemas más aceptables, pero son los que yo prefiero. Por supuesto que esas predilecciones están siempre subordinadas a la propia movilidad del gusto. El gusto es una facultad casi nunca inocente que va modificándose con el natural paso de los años. Lo que hoy resulta grato o razonablemente valioso muy rara vez coincide con lo que se opinaba ayer o se pensará mañana. Claro que el gusto también puede depender del estado de ánimo o de la graduación sensible del conocimiento, incluso de esa eventual propensión a elegir determinadas formas léxicas o ciertos modales sintácticos.

La presente antología ha tenido algo que ver con todo eso. En ella caben poemas escritos a lo largo de más de sesenta años, que es cómputo cuando menos llamativo. He seleccionado los textos que conservan una mayor afinidad con lo que ahora más me concierne de la poesía: su poder, como tal construcción verbal, para que el significado de las palabras suponga algo más de lo que recogen los diccionarios.

J.M.C.B.

Playa de Montijo (Cádiz), febrero de 2013

Ceniza son mis labios

En su oscuro principio, desde

su vacilante estirpe, cifra inicial de Dios,

alguien, el hombre, espera.

Turbador sueño yergue

su noticia opresora ante la furia

original de la que el cuerpo es hecho, ante

su herencia de combate, dando vida

a secretos quemados,

a recónditos signos que aún callaban

y pugnan ya desde un deseo mísero

para emerger hacia canciones,

mudo dolor atónito de un labio,

el elegido,

que en cenizas transforma

la interior llama viva de lo humano.

Quizá sólo para luchar acecha,

permanece dormido o silencioso

buscando, besando el terso párpado rosa,

el pecho inextinguible de la muchacha amada,

quizá sólo aguarda combatir

contra esa mansa lágrima que es letra del amor, contra

aquella luz aniquiladora

que dentro de él ya duele con su nombre: belleza.

Allí en el torpe sueño todos

los simulacros de la fe consume,

difunde apenas con fugaz certeza,

unitivo rescoldo de sus vivientes brasas.

En tanto el hombre lucha: existe,

traduce la armonía furtiva del azar,

bebe en los borbotones de su tiempo,

se confina en la fiebre donde afloran

su linaje, su origen, su imposible

destino de buscador de Dios,

de elegido que espera,

ahora,

todavía,

encender la ceniza de sus labios.

Mientras junto mis años con el tiempo

Cuántas veces, al acabar el día,

perdiendo pie en las aguas agolpadas

de mis años, he visto arder, gemir

el cargamento de mi vida, sólo

pendiente del precario hilo trémulo

de algo que aún mantiene su vigencia

sobre mi corazón, nombre arrancado

a golpes de codicia, para que

nunca pueda decir que no es verdad

que espero todavía, que consisto

en seguir esperando todavía,

mientras junto mis años con el tiempo

y así me recupero de la vida

que me está derrocando diariamente.

Hilo de Ariadna

Posiblemente es tarde, pero ¿cómo

poder atestiguarlo

mientras Hortensia canta y no se oye

más que su grito de musgosa

lascivia y alguien

habla con alguien de la conveniencia

de acostarse borracho? De repente

se desató la cinta, hurgando

bajo el embozo de la lámpara

por su anhelante cuerpo,

y en lo tenso del vientre vi

la cicatriz, no producida

sino por el rencor contra ella misma

con algún instrumento

preferentemente cortante.

Vaho de alcohólica música te empaña

el esmalte del rostro, Hortensia, dime,

¿hacemos algo aquí que nos impida

quedarnos juntos

hasta que ya no sea tarde? En vano

hubiese preferido desasirme, cegarme

en la borrasca, no mirar. Cuerpo feroz

y sin embargo exangüe, desplazaba

sus ya finales contorsiones

al borde de la pista. En vano

hubiese sido huir y no

por reencontrarnos. Pechos

como luciérnagas, tenues, vibrantes

por las cumbres no lácteas, ¿quién

iba a atreverse a interrumpir

su equidistante enemistad, desnudos

como estarían luego en el sopor

del trópico? Hortensia, amor mío,

nadie te va a arrastrar si tú no quieres

desesperadamente que lo haga.

Playa de Naxos, la mayor

de las Cícladas, ya a lo lejos

reverberando entre los barracones

del batey y el bullicioso verde

del manglar, difusa ahora

entre otros raudos turnos litorales

donde ni tú ni yo nos conocíamos.

Abandonada por Teseo, ¿ibas

a despeñarte tú, rebelde por instinto

como tu padre negro apaleado

en Key West, Florida? Si pudiera

reconstruir un solo

rincón de aquella playa

sin salida posible, si pudiera

volver al sitio aquel, reconocer

la cerrazón de la cabaña, andar

a tientas hasta el último

recodo del silencio, ¿oiría

algo distinto a la fricción

de unas piernas con otras, al barrunto

de alguien aproximándose

en lo oscuro? ¿Vería

aún desde allí, ya en el terrado

de Sanlúcar, asiéndome

al parteluz de la ventana, el bulto

azul de los faluchos y, más cerca,

la agitación de las fogatas

que encendían los sigilosos areneros?

Imágenes sin ojos pasan

con más tenacidad que el giro

extenuante del recuerdo. Hortensia,

hija de Minos, no

es tarde todavía, ven, veloces

son las noches que hemos vivido ya:

aun estamos a tiempo

de no querer salir del laberinto.

Supervivencia

Musgo mefítico, adherencia

matinal de lo inerte, día

a día arrastrándome

hacia un fondo de herrumbres

repentinas, tercas burbujas

balbucientes, tentáculos

que en las marañas de la noche acechan.

Toco a ciegas la luz, las alas

de las horas, escucho

cómo restallan los cristales

de la mañana llameando

desde el centro

del sueño, desde el centro.

Lentas ondas me emplazan

en lo opaco del día, busco

la cajita de yerbas, el inerte

papel residual de los recados. Salto

por fin al borde de la vida.

Verdad poética

Adolescente de livianos lazos,

lienzo de luna, pétalo impoluto

que cruza el arenal, cruza el exiguo

lindero de los acebuches,

llega al vidrioso estanque,

y allí precisamente,

cuando se inclina para verse a solas,

hace su aparición el asesino.

Sangre junto al tupido seto

de arizónicas, sangre

por los rezumaderos de los caños

y en la huraña ruina

del fortín y en la playa acosada

de pájaros y larvas y alacranes.

¿De quién la transitoria furia,

qué se hicieron

aquellos vengadores? ¿Soy yo acaso

el que oyó las aladas palabras de Tiresias?

-El asesino que buscas eres tú.

Empieza a ser verdad mientras lo escribo.

Fábula

Nunca serás ya el mismo que una vez

convivió con los dioses. Tiempo

de benévolas puertas entornadas,

de hospitalarios cuerpos, de excitantes

travesías fluviales y de fabulaciones.

Tiempo magnánimo

compartido también con semidioses

errabundos y hombres de mar que alardeaban

del decoro taimado de los héroes.

Qué ha quedado, oh Ulises, de esa vida.

La historia es indulgente, merecidas las dádivas.

Los dioses son ya pocos y penúltimos.

Justos y pecadores intercambian sus sueños.