Image: Grandes firmas para pequeños (y exigentes) lectores

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Letras

Grandes firmas para pequeños (y exigentes) lectores

Escritores consagrados entre el público adulto se atreven con la literatura infantil y juvenil

22 abril, 2013 02:00

Ilustración de Anuska Allepuz para Niña, de Enrique Vila-Matas (Alfaguara)


Aunque no es un fenómeno nuevo, en los últimos meses ha crecido el número de escritores consagrados que han coqueteado con la literatura infantil y juvenil. La mayoría se lanzan a ello espoleados por sus editores, quizás porque la unión de una gran firma y la buena resistencia del género frente a la crisis da como resultado un combinado ganador.

Los niños son lectores exigentes. Al momento saben si algo les gusta o no, y si un cuento les aburre, te bostezan en la cara, sin más. Por eso, los foráneos que se adentran en este nicho literario, que gira más o menos bien engrasado por la voluntad pedagógica de padres y maestros, lo hacen con pies de plomo y mucho respeto. "Al principio no están habituados. Tienen mucha ilusión y a la vez cierto nerviosismo. Y cuando ven el resultado, una ternura infinita", explica Anna Vázquez, Directora de Infantil y Juvenil de Alfaguara, que edita desde hace un año la serie "Mi primer...". En esta colección de álbumes ilustrados para niños de 3 a 6 años ya han dejado su firma nada menos que Arturo Pérez-Reverte (ideólogo y coordinador del proyecto), Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Almudena Grandes, Enrique Vila-Matas, Juan Marsé y Luis Mateo Díez.

"Ha sido mucho más difícil de lo que pensaba", asegura Vila-Matas (Barcelona, 1948), que no tuvo ocasión de negarse cuando Pérez-Reverte le hizo la propuesta mediante una breve y enérgica llamada telefónica. "Tiendo a complicarlo todo desde la segunda frase, así que tuve que volver a escribir como cuando era niño, sin complicaciones ni palabras chocantes". El autor de Aire de Dylan ha contribuido a la serie con Niña, un cuento en el que la protagonista descubre el abecedario mientras viaja en un barco pirata. Otro factor dificultoso, según Vila-Matas, es la brevedad del texto: "Te la juegas como en un poema, o es muy bueno o es malo. En un folio y medio tiene que haber aventuras, animales, fantasía...", explica.

Juan Marsé (Barcelona, 1933) publicó hace un año El detective Lucas Borsalino, su segunda incursión en la literatura infantil. La primera fue hace veintiocho años, animado por la hija de Carlos Barral, con el título La fuga del Río Lobo, dirigido a un público de 7 a 9 años. Para Marsé, cuyo único objetivo pedagógico al escribir para niños es "fomentar la imaginación y el amor por la lectura", lo principal que debe contener un libro infantil es lo mismo que uno para adulto: "una historia convincente, contada de manera convincente".


Ilustración de Roger Olmos para El detective Lucas Borsalino, de Juan Marsé (Alfaguara)

Lorenzo Silva (Madrid, 1966), por su parte, ya está habituado a escribir para los públicos infantil y juvenil. Su primer título para adolescentes fue Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia (1997), que junto a El cazador del desierto y La lluvia de París forma la "trilogía de Getafe", protagonizada por chicos y chicas absolutamente normales y corrientes pero con una poderosa imaginación. "Lo más importante cuando escribes un libro juvenil es no dar lecciones", asegura el autor de La marca del meridiano. "La interlocución debe ser muy leal y respetuosa, evitando la típica condescendencia mal disimulada". Silva publicó su último título infantil hasta la fecha, El videojuego al revés, hace cuatro años, junto a su hija. Ahora está terminando su próximo libro juvenil, del que sólo nos puede adelantar que estará ambientado en la actualidad y protagonizado por una adolescente.

La culpable de que Silva se atreviese con la literatura infantil y juvenil también fue una editora: la directora de la colección Espacio Abierto de Anaya, Norma Sturniolo. "Me dijo que había visto algo en La flaqueza del bolchevique que le hizo pensar que se me daría escribir juvenil", recuerda Silva. Y de sus libros destinados a los más pequeños, al que más cariño le tiene es la adaptación "sin censura" que hizo de La isla del tesoro, en el que "no mostraba nada truculento pero tampoco ocultaba los pasajes más oscuros y duros" del clásico de Stevenson.

Para Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), lo que debe contener un buen libro infantil es fácil de explicar pero difícil de conseguir: "El libro infantil debe aclarar a los niños, por medio de historias y de imágenes, el mundo al que han llegado y hacerlo de una manera que a un tiempo enriquezca su incipiente experiencia de la vida, los habitúe a descifrar símbolos, les proporcione una base moral y genere en ellos el placer, incluso la pasión, por las formas estéticas". El autor de Años lentos no entiende de apuestas editoriales: "A mí me impulsaron a escribir textos para niños la paternidad, la nostalgia de la infancia y más de veinte años de trabajo docente con pequeños", explica el escritor, que hasta la fecha ha escrito para ellos El ladrón de ladrillos, Mariluz y los niños voladores y Vida de un piojo llamado Matías. Este último lleva por subtítulo Relato para jóvenes de 8 a 88 años.


Ilustración de Raúl Arias para La vida de un piojo llamado Matías de Fernando Aramburu (Tusquets)

En efecto, la frontera entre una novela juvenil y una para adultos a menudo se desdibuja. Lo sabe bien Elia Barceló (Alicante, 1957), una de las narradoras del género fantástico en español más leídas en el mundo. Su último libro, Hijos del clan rojo, una "fantasía urbana" que abre la saga Anima Mundi, nace con voluntad de crossover: "Se puede leer a partir de los quince o dieciséis (por poner una cifra) y sé por experiencia de lectores reales que resulta igual de interesante cuando uno ya no volverá a cumplir cuarenta o cincuenta. El primer tercio de la novela puede parecer algo más juvenil, porque presenta a ciertos personajes muy jóvenes, pero a medida que se avanza en la lectura todo se va oscureciendo y haciendo cada vez más adulto".

Para la autora de Las largas sombras, "la edad a la que se puede leer un texto depende de la madurez y los intereses del lector y no de lo que decida la editorial o el colegio". Porque hay muchos lectores de 15 años, asegura Silva, "más formados y avezados que la mayoría de los adultos". Lectores que saben "cuándo les intentan dar gato por liebre". Y, como recuerda Vázquez: "Un adulto, cuando se enfrenta a un gran autor, tiene una serie de prejuicios. El niño es sincero. O le gusta, o no le gusta. Se enfrenta a la historia".