Caballero Bonald leyendo el discurso de agradecimiento por el Premio Cervantes.



José Manuel Caballero Bonald ha aprovechado el discurso de agradecimiento del Premio Cervantes para reivindicar el papel que la poesía debe jugar en este mundo que se tambalea. Y para ello ha traído a colación la figura "desventurada" de Cervantes, que consiguió a través de la palabra conjurar todas las afrentas que había sufrido en vida: cárceles, guerras, desdenes, desamores... En última instancia, a juicio del escritor jerezano, es la poesía la que nos brinda un arma para desquitarnos, por su "potencia consoladora".



En este época "asediada de tribulaciones y menosprecios a los derechos humanos", Caballero Bonald no duda que la palabra poética puede salvarnos y redimirnos. En su intervención, firme y clara, la de un hombre con muchas tablas (aunque reconocía cierto nerviosismo ante de entrar en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares), ha citado a Cesare Pavese, quien decía que la poesía "es una forma de defensa contra las ofensas de la vida".



Así, en cierto modo, cree que utilizó la escritura el propio Cervantes. Caballero Bonald se preguntaba por qué el grueso de su obra se concentra en sus años postreros y por qué razón hubo un prolongado silencio en mitad de su vida. Un periodo en que un Cervantes "solitario y meditabundo" se sumergió en una "zona de penumbra" que le procuró no pocos reveses. En sus últimos años levantó su obra como una venganza frente a ellos.



En el fondo, para Caballero Bonald la literatura es un espacio de libertad conferido a todo individuo. Por esa razón, han denunciado, "todos aquellos que se han valido de la opresión (desde los terrores inquisitoriales a los de cualquier censura dictatorial) para programar el mantenimiento de sus poderes, han coartado la libre circulación de las ideas. Los enemigos históricos de la libertad han recurrido desde siempre a una suprema barbarie: la hoguera. O quemaban herejes o quemaban libros".



Y lo hacían con un objetivo muy claro: "Bien sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto siempre prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión". Caballero Bonald sí almacenó conocimiento desde muy joven. Fue un profesor de literatura bachillerato, "culto y afectuoso", el que primero le puso tras la pista de El Quijote, que cuando leyó, tras superar sus "prevenciones ante los que se supone árido", experimentó "una conmoción insospechada". "Algo inesperado se filtró en mi capacidad receptiva", ha confesado en presencia de los Príncipes de Asturias; de José Ignacio Wert, ministro de Cultura; y de Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid.



Caballero Bonald ha querido dejar muy claro que Cervantes tenía un gran talento para la poesía. El autor de Manual de infractores le ha dedicado las mismas palabras que Rubén Darío a Verlaine: "Padre y maestro mágico". "Más de una vez se ha dicho que quien escribió el Quijote no podía ser sino un gran poeta. Estoy de acuerdo. En el Quijote, en los aparejos de su espléndida prosa, se decantan los alimentos primordiales de la poesía, esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación", ha reflexionado antes de formular un lamento: "Ni siquiera hace falta añadir que la rutina o la ligereza postergaron injustamente esa vertiente de la obra cervantina".



Pero, por muchos fracasos y decepciones que sufriera, Cervantes "nunca renunció a ir macerando en la memoria su más universal empeño creador: el que hizo de la libertad un fecundo condimento literario". Basta con ojear "el esplendor polifónico" del Quijote para entender que "todo lo que tuvo de infortunada la vida de Cervantes acabó encontrando una justiciera contrapartida en esa manifestación suprema de la propia libertad que es la palabra".



Caballero Bonald, como ha recordado el ministro en su discurso-semblanza del ganador del galardón más prestigioso de nuestras letras, ha dicho en diversas ocasiones que la mejor literatura la han escrito los desobedientes. Una advertencia que él mismo hace patente en uno de sus últimos poemarios, Manual de infractores, donde vuelca su rabia contra los biempensantes y los tratan de encasillar el pensamiento de la ciudadanía estrechos cauces domesticados.



El autor de Ágata ojo de gato ha querido así poner de manifiesto que sus versos no se contentan con alcanzar pretendidas perfecciones estilísticas sino que es una forma de combate contra "los desahucios de la razón". "Más de una vez he comentado que mi palabra escrita reproduce obviamente mis ideas estéticas, pero también mi pensamiento moral, mis litigios personales, mi manera de buscar una salida al laberinto de la historia. El prodigio instrumental del idioma me ha servido para objetivar mi noción del mundo, y he procurado siempre que esa poética noción del mundo se corresponda con mi más irrevocable ideario".



Y su última reflexión ha intentado cargarla de optimismo: "Si es cierto, como opinaba Aristóteles, que la 'la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debía suceder', habrá que aceptar que la poesía puede efectivamente corregir las erratas de la historia y que esa credulidad nos inmuniza contra la decepción. Que así sea".