Martha C. Nussbaum. Foto: Ann Borden

Traducción de Albino Santos. Paidós, 2013. 336 páginas, 26'90 e., Ebook: 15'19 e.



El discurso de campaña de Mitt Romney durante las primarias republicanas estaba lleno de llamamientos a las bases conservadoras de su partido, pero nada despertó sistemáticamente más vítores sinceros que su promesa de "poner fin a unos tiempos en los que se piden disculpas por triunfar y nunca más volver a disculparnos por Estados Unidos en el extranjero". La declaración apela a la sospecha muy extendida entre la derecha de que los liberales en general, y Barack Obama en particular, prefieren otras formas de democracia (especialmente las dominantes en Europa) al estilo de vida estadounidense.



El nuevo libro de Martha C. Nussbaum (Nueva York, 1947) podría servir como "prueba número uno" en la defensa del liberalismo frente a esta acusación. Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, autora de 17 libros sobre una amplia variedad de temas - desde la filosofía y las tragedias de la Grecia clásica hasta la ley, la literatura y la ética modernas-, es una de las principales pensadoras liberales de Estados Unidos. En La nueva intolerancia religiosa presta atención al auge del fanatismo desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Aunque en la introducción escribe que la intolerancia desfigura "todas las sociedades occidentales", pronto queda claro que en Estados Unidos se han producido muchos menos incidentes relacionados con la intolerancia que en Europa (debido al tremendamente superior esfuerzo de Estados Unidos por garantizar los derechos de las minorías). En lo tocante a la libertad de culto, al menos, Nussbaum defiende a ultranza el excepcionalismo estadounidense.



No es que ella quiera expresarlo de esa forma. Convencida de que la imparcialidad es una virtud tanto moral como intelectual, Nussbaum empieza mencionando los incidentes anti-musulmanes ocurridos a ambos lados del Atlántico. En Estados Unidos, ha habido intentos de prohibir el uso de la Sharia en testamentos, matrimonios y otros contratos civiles, así como docenas de ejemplos de mezquitas que se han enfrentado al vandalismo o las protestas de los ciudadanos. En Europa, mientras tanto, Francia y Bélgica aprobaron sendas leyes prohibiendo a las mujeres musulmanas que llevasen el burka en lugares públicos al mismo tiempo que el 57 % de los votantes en un referéndum suizo apoyó la prohibición de construir minaretes junto a las mezquitas. También está el fanático noruego Anders Breivik, quien dijo que lo que le llevó a matar a 77 personas en dos atentados cometidos en 2011 fue el deseo de combatir la supuesta islamización de Europa.



Como señala Nussbaum, la trayectoria estadounidense y la europea difieren en varios aspectos importantes. Sobre todo, escribe, en Estados Unidos no hay nada "que se parezca siquiera remotamente a las prohibiciones nacionales y regionales de las prendas islámicas en Europa, o al referéndum nacional suizo sobre los minaretes", por no hablar de una masacre anti-islámica. Según Nussbaum, la diferencia en cuanto a la gravedad se debe a puntos de vista divergentes sobre la identidad nacional. Mientras que los países europeos tienden a "concebir la nación y la pertenencia a ella como un asunto étnico-religioso y cultural-lingüístico", Estados Unidos relaciona la idea de ciudadanía con la afirmación de un ideal de libertad que excluye la persecución de las minorías religiosas. Propone que Europa se pase a "una definición más inclusiva y política de la pertenencia a una nación, en la cual la etnia y la religión sean menos importantes que unos ideales políticos comunes". Es decir, debería empezar a asemejarse más a Estados Unidos.



El núcleo del libro analiza tres condiciones previas para garantizar la libertad religiosa de las minorías (y en todas ellas, Estados Unidos lo hace mucho mejor que Europa). En primer lugar, una nación debe comprometerse a proteger la mayor libertad de conciencia posible que sea compatible con el orden público y la seguridad, un principio que Estados Unidos recoge en la Primera Enmienda, donde se establece la separación entre la Iglesia y el Estado y se garantiza la libertad en las prácticas religiosas. Aunque existe un desacuerdo en el actual Tribunal Supremo sobre qué prácticas religiosas deben estar protegidas de las normas políticas, estas diferencias son menores comparadas con el abismo que separa las actitudes estadounidenses de las opiniones imperantes en Europa, donde cada país tiene (o tuvo en su día) una clase dirigente cristiana y, por tanto, existe la sensación de que está justificado imponer límites mayores a la libertad religiosa de las minorías.



La segunda condición previa para la libertad religiosa es una cultura cívica imparcial y coherente. En este aspecto, Europa sale especialmente mal parada, como demuestra Nussbaum al exponer metódicamente el doble rasero y la parcialidad que contienen los argumentos a favor de prohibir el burka.



Finalmente, está la necesidad de una "imaginación comprensiva" por parte de los ciudadanos. En esto, Estados Unidos ha llevado la delantera, al cultivar el respeto por las diferencias religiosas desde el siglo XVII, cuando Roger Williams fundó Rhode Island, la "primera colonia en la que había una verdadera libertad religiosa para todos". A Nussbaum le impresiona el respetuoso tratamiento por parte de Williams de los indios narragansett, cuyo idioma y cultura se esforzó por entender en una época en la que la mayoría de los colonos los veían como bestias o demonios.



Nussbaum no afirma que Estados Unidos siempre haya hecho honor a sus principios. Un capítulo revisa la controversia que rodeó la propuesta de construir un centro cultural musulmán (que incluía una mezquita) a unas pocas manzanas de la zona cero en el Bajo Manhattan. La bloguera de derechas Pamela Geller inició una campaña de oposición al centro basándose en que "su existencia sería una declaración triunfalista por parte de los musulmanes", que es como lo expresa Nussbaum. Por otra parte, muchos otros dieron muestras de la antigua tolerancia estadounidense. Según Nussbaum, el alcalde Bloomberg se distinguió durante el debate, al igual que una bailarina de striptease que trabajaba en el barrio con el nombre de Cassandra, de cuya opinión sobre el centro está tomado uno de los dos epígrafes del libro: "No sé a qué viene tanto jaleo. Es libertad religiosa, ¿sabéis?".



Es una bonita frase, pero hace que surja la pregunta de para quién ha escrito Nussbaum su libro. En ocasiones parece defender que la decencia democrática depende de que la política se dirija como un seminario en el que los ciudadanos leen atentamente textos de Kant, Lessing y Eliot. Pero resulta que la mayoría de los estadounidenses -incluso, la bailarina de striptease- llegan a una conclusión cercana a la de Nussbaum con menos reflexiones.



En Europa, existe evidentemente una necesidad mucho mayor de su mensaje de tolerancia. Pero uno también se pregunta si Nussbaum podría haber empleado una imaginación más comprensiva al analizar las inquietudes europeas respecto a las minorías musulmanas. Sí, Breivik merece ser condenado de la manera más enérgica. Pero también lo merece Muhammad Bouyeri, el extremista musulmán que disparó y apuñaló hasta matarlo al realizador de cine holandés Theo Van Gogh en 2004. Y los terroristas musulmanes que mataron a cerca de 250 personas e hirieron a 10 veces más en los atentados de Madrid y Londres en 2004 y 2005. Y Mohammed Merah, que en marzo del año pasado ejecutó a un rabino y a tres niños en un colegio judío de Toulouse. Aquí vemos otro aspecto en el que Estados Unidos resulta excepcional: su minoría musulmana es menos numerosa y radicalizada por la ideología islamista que las que viven en muchos países europeos. Nussbaum tiene razón cuando insiste en que los Gobiernos democráticos de Europa les deben tolerancia y respeto a las minorías musulmanas, y cuando defiende a Estados Unidos como modelo de cumplimiento. Pero a su libro le habría venido bien una declaración más enérgica acerca de lo que estas minorías le deben a cambio a la democracia.