Roald Dahl
Hijo de padres noruegos, Roald debe su nombre de pila al intrépido Amudsen. No fue una mala elección, pues Dahl exploró Terranova y luchó contra leones y feroces hormigas en Dar-es-Salaam. Durante la Segunda Guerra Mundial, se enroló en la RAF y combatió en Grecia. Al margen de peripecias novelescas, su vida estuvo plagada de infortunios. De niño, perdió a su padre y a su hermana Astri. De joven, un accidente de aviación en Libia le dejó temporalmente ciego. Y ya en la madurez, uno de sus hijos murió y otro sufrió hidrocefalia.
Sus vivencias permean su literatura, engendrando personajes llenos de coraje, ingenio y vulnerabilidad. La publicación de sus Cuentos completos -exceptuando tres relatos que sus herederos no han autorizado reproducir- constituye una gran noticia para el lector español, pues hasta ahora muchos permanecían inéditos. El cuento es un género injustamente menospreciado en nuestro país, pero en los relatos de Dahl se pone de manifiesto que la pieza breve exige un talento especial para urdir en unas pocas páginas un mundo. En esta nota, sólo es posible comentar unos pocos. "Un cuento africano" se desliza por el terreno del realismo mágico, mezclando lo banal y lo insólito. "Katina" es un relato particularmente emotivo. La imagen de una niña herida sentada en las ruinas de su casa adquiere una dimensión de tragedia clásica, cuando se revela que su familia yace bajo los escombros. "Cordero asado" es una fábula macabra que relata la venganza de una esposa a punto de ser abandonada. "El gran gramatizador automático" plantea la posibilidad de transformar la creación literaria en un producto fabricado por una máquina, con los botones y recursos necesarios para producir en serie cuentos y novelas. Adolph Knipe, creador del invento, ofrecerá su artefacto a una generación de escritores ingleses que aceptarán el fraude. El propio autor del relato no descarta seguir el mismo camino, pese a que su conciencia le recrimina su actitud. Es difícil no interpretar este cuento como una metáfora de la mediocridad reinante, donde la búsqueda del éxito ha convertido el trabajo de autor y editor en una rutina deshumanizada.
Dahl emplea un estilo directo, sencillo, que no excluye el lirismo y lo onírico. Gracias a esa fórmula, lo fantástico parece real y lo real, fantástico. No hay lecciones morales, pero sí conflictos éticos que no siempre se resuelven. Eso no significa que los cuentos transmitan la sensación de lo inacabado, pues siempre hay un desenlace ingenioso y deslumbrante. No hay tiempos muertos ni digresiones innecesarias, pero eso no implica que se descuide el detalle, la reflexión y el hallazgo verbal. "La máquina del sonido" tal vez refleja el espíritu global de unos relatos que intentan recrear el dolor del mundo. Aunque no pretende aleccionar, Dahl no se conforma con entretener. Sus cuentos son el testimonio de un hombre que se hizo eco del infortunio y soñó con un mañana ético.