Manifestación ante el Congreso de los diputados (abril, 2013). Foto: Bernardo Díaz
Una de las premisas del nacionalismo catalán es que en algún lugar situado entre Lérida y Huesca se produce una radical fisura en el espíritu de las gentes, aunque la naturaleza, tan generosa en los Alpes o el Himalaya, no haya puesto ni siquiera una pequeña cordillera para marcarlo (además de haber trazado mal los Pirineos, dejando al Rosellón en el lado equivocado). Sin embargo, quienes vivimos a ambos lados de la imaginaria frontera deberíamos dialogar más, porque nuestros problemas son los mismos y, mal que les pese a los independentistas, terminaremos por resolverlos juntos. En concreto, la tesis de Casals es que Cataluña es el mejor laboratorio para analizar el impacto que también en España están teniendo los nuevos populismos que emergen un poco por toda Europa y sobre todo en Italia, un país que ha producido tres especímenes tan notables como Berlusconi, Bossi y Grillo. De hecho, Casals se refiere a la italianización de la política catalana e incluso de la española en su conjunto. Hay que decir, sin embargo, que su libro, lleno de sugerencias interesantes, carece de una estructura metódica, por lo que para entenderlo lo mejor es empezar por el anexo final, que es donde analiza el propio concepto de populismo.
Para decirlo en pocas palabras: el populismo representa una movilización política basada en la contraposición entre "el pueblo" y "las élites", incluidas las élites políticas democráticamente elegidas, que desconfía de los cauces institucionales y pretende sustituirlos por formas mal definidas de democracia directa en las que la presencia del pueblo en "la plaza" resulta crucial, ya se trate de las acampadas del 15-M, de la plaza virtual que representa Internet o de las concentraciones para aclamar a un caudillo salido del pueblo, como ocurre en el caso del chavismo y otros populismos latinoamericanos que Casals no analiza. De acuerdo con el politólogo P.-A. Taguieff, hay que distinguir además dos tipos de populismo, el protestatario, centrado en la contraposición maniquea entre los ciudadanos, cuya disposición a implicarse en la democracia directa tiende a ser sobrevalorada por los populistas, y el nacional-populismo, que enfatiza la contraposición no menos maniquea, entre la nación, concebida como un todo homogéneo, y la amenaza extranjera, representada por los inmigrantes o la globalización. Por supuesto ambas variantes se combinan y es frecuente la denuncia de las élites como responsables de favorecer la inmigración o la apertura económica al exterior.
¿Debemos considerar que Cataluña padece hoy un acceso de nacional populismo? La lectura de El pueblo contra el parlamento parece sugerirlo, aunque no me atrevería a afirmar si el propio Casals asumiría esa tajante conclusión. Lo cierto es que la originalidad de su libro estriba en haber combinado el análisis de los fenómenos populistas que se han dado en diversos lugares de España a partir de la eclosión de los Ruiz Mateos, Gil y Conde, hace más de veinte años, con un análisis de la relación de los catalanes con España. En mi opinión, esta última es la parte más interesante de El pueblo contra el parlamento y, quizá caricaturizando un poco las tesis de Casals, podemos resumirlas en que los catalanes, ¿o más bien sus élites?, se sintieron piamonteses, fueron llamados polacos, aspiran a ser escoceses y resultan ser padanos. Explicaremos brevemente este galimatías de comparaciones con otras gentes, todas ellas utilizadas por Casals.
El reino septentrional del Piamonte logró hace siglo y medio la unidad de Italia mediante la política, la diplomacia y las armas, al igual que el reino de Prusia unificó Alemania. Cuando los catalanes se sienten piamonteses pretenden pues impulsar la modernización de España, convirtiéndola en una casa acogedora en la que se sentirían a gusto. Cambó encarnó hace un siglo esa política, pero Alcalá Zamora puso en evidencia su contradicción interna cuando le dijo que no se podía aspirar a ser a la vez el Bolívar de Cataluña y el Bismarck de España. La operación Roca, el intento frustrado de crear una opción reformista de ámbito español encabezada por un político de CIU, fue el canto de cisne de la opción piamontesa.
¿De dónde viene lo de llamar polacos a los catalanes? Casals reconoce que no está del todo claro, pero apunta a que pudo surgir a partir de la visión nacionalista catalana, desde Prat de la Riba, de Polonia como ejemplo de una nación que preservaba su identidad a pesar de la dominación extranjera, una identificación que se convirtió en epíteto despectivo en ambientes militares franquistas en 1939, el año en que Franco conquistó Cataluña y Hitler ocupó Polonia, aunque el término no se difundió hasta los años 70, en coincidencia con el resurgimiento público del nacionalismo catalán. Pero, más allá de la anécdota, lo importante es recordar que al envenenamiento de las pasiones no han contribuido sólo los nacionalistas catalanes, sino también los anticatalanistas de otras partes de España.
El referéndum sobre la independencia escocesa es por supuesto el modelo que quieren emular los nacionalistas catalanes y además Escocia está muy en el norte y eso ahora da mucho caché. Parece ser que la independencia desplazaría a Cataluña hacia latitudes septentrionales, con la consecuencia de que se asentarían la transparencia y la prosperidad escandinavas. Con los precedentes del caso Palau, el de las ITV y demás, cabe ser un poco escéptico. Sin embargo Casals afirma que el modelo al que se acerca Cataluña no es el de Escocia sino el de Italia y que el nacionalismo catalán, salvando las distancias ideológicas, tiene en estos últimos años una dinámica similar a la de la Liga Norte, de Umberto Bossi y su Padania independiente. El mismo discurso vale para ambos (táchese lo que no proceda): los políticos ladrones de Roma (Madrid) roban a los honrados e industriosos padanos (catalanes) para subvencionar a los vagos del Mezzogiorno (andaluces y extremeños).
¿Qué nos deparará el futuro? Adoro Italia, pero la italianización de nuestra política no me seduce. La estrella de la Liga Norte está en declive y la de Berlusconi parecía estarlo, pero despunta la de Grillo y, en una última pirueta, he aquí que resurge la del Cavaliere. De la italianización política libera nos Domine.