Jerôme Ferrari
El autor francés, ganador del Goncourt el año pasado, publica en España 'Donde dejé mi alma' (Demipage), radiografía de los bandazos de la conciencia humana ambientada en la guerra de Argelia
Este oscuro tránsito del idealismo a la turbiedad es el que retrata Jerôme Ferrari (París, 1968) en Donde dejé mi alma (Demipage). El autor francés, ganador del Goncourt en 2012 con El sermón sobre la caída de Roma, vivió varios años en Argel, donde ejerció como profesor de filosofía (ahora lo hace en Abu Dhabi). Una circunstancia biográfica clave en la escritura de la novela. Aunque, más allá de trazar el contexto histórico (la convulsa Argelia del 57) con solvencia y credibilidad, su fin primordial es explorar los bandazos que puede sufrir la conciencia de los hombres. Para ello se introduce en la del capitán Degorce, arrastrado por la inercia de los acontecimientos a participar en unos abusos que le repelen. Frente a los detenidos se le cae la cara de vergüenza. En particular, frente a 'Tahar', cabecilla de los libertadores, por el que incluso llega a sentir admiración.
Jerôme Ferrari ha sido muy valiente al abordar un capítulo historiográfico tan peliagudo para sus compatriotas. Ahí están las polémicas que está generando la conmemoración del centenario de Albert Camus en Aix en Provence, donde los pied noirs reniegan del autor de El extranjero. Pero Ferrari se coloca tras su estela. No duda en reivindicarlo. Sobre todo su esfuerzo por comprender los conflictos del mundo y el ser humano en toda su complejidad, poniendo siempre en tela de juicio de qué lado está la justicia y la verdad.
Pregunta.- ¿Cuál fue el chispazo que dio origen a esta historia? Imagino que está detrás su estancia en Argel pero no sé si en su cabeza también pululaban las escenas de Abu Ghraib y Guantánamo.
Respuesta.- El punto de partida es el testimonio de un oficial francés en el extraordinario documental que Patrick Rotman dedicó a la violencia durante la guerra de Argelia, El enemigo íntimo . Este oficial arrestó, en 1957, a Larbi Ben M'hidi, el jefe del FLN en Argel y habla de él con un inmenso respeto y, me pareció, con una punzante nostalgia que me dejó de piedra. Me dio la sensación de que, en el fondo, le envidiaba. Yo pensaba que las relaciones entre enemigos eran más sencillas. Creía que todos los militares franceses estaban suficientemente protegidos de su buena conciencia para ahorrarse el dolor de sospechar que su causa fuera quizás injusta y que la historia, en un giro cruel, les otorgó el papel de malos. Me equivocaba, por supuesto. Las cosas reales son siempre complejas. También es cierto que si no hubiera vivido en Argel no me hubiera permitido escribir este libro. Es igualmente cierto que pensé en Abu Ghraib, aunque tuve buen cuidado de no hacer comparaciones explícitas que hubieran transformado la novela en un ensayo malo y anacrónico. Pero creo que nos escandalizamos con facilidad con lo que pasó, sin darnos cuenta de que es fácil repetir lo mismo sin ni siquiera hacer el esfuerzo de darse cuenta.
P.- En la novela muestra la sutil frontera que existe entre la condición de víctima o verdugo. ¿En qué sentido haber sido lo primero propicia lo segundo?
R.- No pienso que haya que pasar por el estado de víctima para ser verdugo sino que el haber sido víctima no garantiza que no te conviertas en verdugo. El período histórico en cuestión que rodea Donde dejé mi alma lo estableció de manera irrefutable. Algunos verdugos fueron efectivamente antiguos resistentes, hombres cuya rectitud moral había sido hasta entonces ejemplar. ¿Cómo es posible? El Mal es peligroso porque se yergue sobre los atributos del Bien y se presenta como una exigencia moral. Si no fuera así, sólo sería cosa de monstruos y sádicos. Pero lo cometen los hombres. Hombres es el título de la maravillosa novela que Laurent Mauvignier dedicó a la guerra de Argelia.
P.- Cuando un hombre se traiciona su alma, ¿la puede volver a recuperar?
R.- Perder el alma, en la novela, quiere decir perderse uno mismo, convertirse en extranjero para sí mismo para siempre. Fue el oficial del documental de Rotman quien me inspiró para el título también. Dice lo siguiente: "No creo haber perdido mi honor en Argelia, digamos que dejé una parte de mi alma". Fue esta frase la que intenté comprender.
P.- Al abordar las torturas del ejército sobre los rebeldes argelinos imagino que sabría que estaba tocando un tema peliagudo para la sociedad francesa. ¿Le sorprendió la buena acogida del libro en su país? ¿Hubo algún tipo de reacción que le chocara en particular, que no esperase?
R.- Temía y mucho las reacciones puramente ideológicas, no por mí, por la novela, porque son el tipo de reacciones que ocultan completamente la dimensión literaria del texto e impiden que sencillamente sea leído. Pero no me preocupaba nada: en Francia como en Argelia, pude hablar sobre mi novela sin levantar sospechas de hacer apología de cualquiera de los dos bandos. Fue un alivio. Lo que sí temía era poder herir a los argelinos entre los cuales viví y a los que quiero profundamente. Sin lugar a dudas, la forma novelesca permite analizar las cosas con toda su complejidad, mucho mejor que las luchas ideológicas, que necesitan de una simplicidad, por no decir de necedad y negación. Pero no estoy tan seguro de si la acogida hubiera sido la misma diez años atrás.
P.- ¿Cómo convive en la actualidad el pueblo argelino con aquel capítulo? ¿Queda mucho resentimiento hacia Francia o el olvido ya ha jugado su eficaz papel?
R.- Los argelinos se sienten muy orgullosos de lo que llaman 'guerra de liberación'. ¿Cómo no iban a estarlo? Pero las crispaciones ideológicas persisten del otro lado del mediterráneo, hasta el punto de convertir en delicadas las relaciones entre Francia y Argelia. Esta guerra hizo nacer a Argelia como nación y ha sido erigida al rango de mito fundador. Todas las naciones necesitan de sus mitos fundadores y es natural que les cueste mucho asumir cualquier cosa que pudiera matizar o poner en cuestión su pureza heroica.
P.- Dice que en la novela Argelia no es ni un pretexto ni un decorado, sino un mecanismo de revelación del espíritu humano...
R.- La novela se sitúa en Argelia. No busco hacer una metáfora de Argelia de nada (odio las novelas con llavecita). Pero en esta singular historia, como en cualquier historia singular, debe revelarse algo que hable del hombre y desvele una parte esencial de sí mismo.
P.-¿Al narrar esta historia sobrevolaba su conciencia Albert Camus?
R.- No. No pensé en Camus. Pero, en cierto modo, no es necesario que piense en él conscientemente: sus textos me han marcado para siempre. Está presente, por supuesto, y me parece evidente que jamás hubiera podido escribir este texto si no hubiera leído Los justos .
P.- ¿Qué opina de las polémicas que está generando su centenario en Francia? El historiador Benjamin Storia ha sido sustituido por el filósofo Michel Onfray al frente de la muestra de su centenario en Aix en Provence. ¿Es Camus todavía una figura indigesta para la sociedad francesa?
R.- No tengo las herramientas necesarias para hablar sobre esta polémica que me parece que conciernen más a la exposición en sí misma que al propio Camus. Sí que me parece que hay una nueva escalada de interés hacia Camus. Recientemente he participado en Abu Dhabi en ciertos debates en torno a su obra. Las viejas polémicas con Sartre no tienen hoy razón de ser. La guerra de Argelia queda lejos y Camus puede aparecer como lo que es: un gran escritor. Y creo que lo que se le reprochó en cuanto a su posicionamiento durante la guerra de Argelia es precisamente lo que le vuelve admirable ante mis ojos: su complejidad, su rechazo constante del maniqueísmo y de la buena conciencia.
P.- ¿Qué cosas cambian en la vida de un escritor el hecho de ganar el Goncourt?
R.- Por el momento, el Goncourt ha cambiado mi agenda, mucho más pesada que antes. Del mismo modo va a cambiar el contenido de mi cuenta bancaria, lo que significa una libertad inesperada. Y espero que no cambie nada más. Sobre todo en relación modo en que enfoco mi trabajo de novelista.