Con una cola que daba la vuelta a la mitad del Palacio de Linares, peleas incluidas por conseguir localidad en el auditorio de la Casa de América, Sabina, Serrat y Miguel Ríos, convocados al homenaje al último Premio Cervantes, y amigo, José Manuel Caballero Bonald, han vuelto a demostrar que siguen siendo un reclamo indiscutible para el público. Una audiencia algo envejecida, eso sí, quizá también porque el asunto era la poesía y no la música, aunque el tributo, como destacó Juan José Armas Marcelo, maestro de ceremonias, llevaba a ambas artes de la mano. Entre el expectante público, Mario Vargas Llosa y Nélida Piñón. Abrazando al homenajeado y entre risas, aparecieron puntuales sobre el escenario "tres beatles" para el poeta, según definió Armas Marcelo. El cuarto, Luis Eduardo Aute, estuvo en la distancia, con "música enlatada" y palabras de cariño.

Armas Marcelo ofició el arranque del homenaje de Casa de América, la Biblioteca Cervantes y la Cátedra Vargas Llosa al poeta jerezano, señalando que, en su empeño por lograr la excelencia máxima, el de este lunes se interpretaba ya como un logro de día. "Además de ser viejos rockeros de los que nunca mueren, estos tenores son grandes poetas. Y reunirlos aquí hoy no ha costado mucho trabajo, porque los viejos rockeros nunca mueren pero los viejos amigos nunca fallan", agradeció. Además, definió a Caballero Bonald ("uno de los amigos que nunca me ha fallado, en 40 años") como el escritor más destacado de este país: "No sé si es el mejor poeta, novelista, memorialista o flamencólogo, pero sin duda es el mejor escritor", pronunció ante el asentimiento de los otros invitados.

Desde México, Aute fue el primero en leer las palabras de Caballero Bonald, del que dejó dicho que su obra y su peso son una misma entidad, para luego referirse al Cervantes como un reconocimiento que mereció con justicia. "Me hubiera gustado estar allí para cantarte La palabra más tuya, porque es tuya, ese magnífico poema que me permitiste musicar hace años. Ahí va enlatada esta canción que es tuya, esta palabra que ya es nuestra y de todos", le dijo antes de entonar la canción (Aquí está / la palabra que busqué tantos años / Merezco repetirla impunemente ahora / Mientras leo tu nombre siempre vivo / en el piadoso mármol...).

El siguiente en hablar y recitar fue Serrat, al que el público le obligó a leer a pie de atril. También tuvo palabras de agradecimiento para quienes les habían dado la oportunidad de acudir a ese acto "a darle un abrazo a Pepe" y señaló que con la invitación le habían hecho un favor extraordinario, pues le habían empujado a releer su poesía. "Vale la pena que te llamen para embolados de este tipo. He sido muy feliz estos días. Había una necesidad de escoger y eso me empujaba a leer con profundidad y a saborear la lectura. No sé por qué he elegido estos poemas, seguro que hay unas razones, pero podrían haber sido otros y también habría sido igual de feliz", explicó antes de recitar "Nocturno con barcos", "El justo" (Ese no podrá nunca ser vencido / porque nunca tampoco / usará su poder contra nadie), "Regla de excepción", "Prestigio de la duda", "La intranquilidad del deber cumplido" (... Eligió sin querer / lo menos predecible / Es decir, lo más justo) y "Azotea".

Tras la pequeña antología de Serrat, que en general se quedó con el Caballero Bonald más comprometido, tomó la palabra Miguel Ríos, que reconoció sufrir una inmersión aguda de Caballero Bonald, pues tuvo la suerte de acompañarlo en el acto de entrega del Cervantes y reconoció sentirse "todavía flotando en la gracia de sus palabras". Un discurso que escuchó como parte de una audiencia en la que se encontraba gente "muy poco avenida", bromeó, pero que logró igualarlos a todos como seres humanos. Y eso, justamente, le valoró, el haber dignificado al ser humano con su poesía. "Vivir lo que has vivido, contarlo como lo cuentas, es un don al que tienen acceso muy pocas personas. Gracias por tu poesía", remató antes de recitar "Un lunes cerca del mar", "Premeditación" (Me pongo en camino hacia un libro que nunca escribiré...), "Cotejo de fuentes" y, emocionado, el combativo "Secta" (Líbrate, compañero, /de esas iglesias y esos mentecatos).

Sabina, cuarto mosquetero, el más actor, el más cómico del grupo, empezó retando al público: "Ya quisiera yo verlos a ustedes aquí arriba leyendo poemas para Pepe Caballero Bonald y para Vargas Llosa". Poco después definió su poesía como "culta, barroca y encendida", poesía de compás, añadió, unida al flamenco, del que fue un gran divulgador. Antes de arrancarse por los versos de su amigo, regresó a la risa, recordando que además de todas esas cosas, el de Jerez era el mejor telegramista del mundo: "Una vez en Nueva York, sufriendo unos retortijones, le envió a Pepa el siguiente telegrama: 'Pepa, Pepe pupa'. Fue antes de interpretar "Versículo del génesis" y otros poemas, para terminar definiendo su legado como una poesía que "nos honra haciéndonos pensar que somos más inteligentes de lo que somos".

Finalmente, orgulloso y conmovido, aunque también más relajado que en el Cervantes y otras coyunturas recientes, las que se han sucedido desde que se conoció el fallo del premio, Caballero Bonald subió al estrado, desde donde admitió sentirse orgulloso y conmovido" ante el regalo de sus cuatro amigos, que leyeron sus poemas de una forma especial, como si su voz les hubiera puesto una música distinta a la que escucha él cuando los lee en voz baja. También Caballero Bonald dejó espacio al humor, disculpándose por no poderles devolver el favor cantándoles: "Yo me habría puesto cantar algo de los tres pero con los años mis dotes interpretativas se han mermado de forma considerable hasta el punto de que me cuesta trabajo hablar". Aún así, recordó, de alguna forma ha colaborado con todos ellos durante su larga amistad: "Incluso a Joaquín le escribí un bolero que se llamaba Bolero de la botella vacía. Él me dijo que lo iba a retocar un poco y al final se convirtió en Dos horas después, una canción muy fiel al original, pues conservó la preposición de". Al terminar el acto, la tupida nube de medios corrió a asaltar con poco éxito a Bonald y su cuadrilla pidiendo más palabras, pero, como dijo alguien en la sala, ya estaban todas en los versos.