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Lo esencial no siempre es invisible a los ojos. A veces está incluso bien a la vista, como la librería valenciana El Cresol, que acaba de celebrar su primeros treinta años de existencia con varios actos (exposiciones de fotos y cuentacuentos incluidos) que han tenido El principito, de Saint-Exupery, como protagonista, porque fue el primer libro que vendieron en 1983. Su fundador, Agustín Larraz, se lanzó a esta aventura por pura pasión bibliófila: zaragozano de nacimiento, fue a Valencia para estudiar Económicas y, ya licenciado, comenzó a trabajar en el mundo editorial. Sin embargo, y como le tiraban más los libros que los números, abrió en 1983 la librería El Cresol, "la más bonita del mundo", dice entre risas Larraz, que acaba de sobrevivir a una intensa tarde de festejos, aunque, para él, nada como que su hijo Nacho pronto vaya a tomar el relevo "con el mismo o mayor entusiasmo que tengo yo".



La suya es una librería pequeña, de barrio, especializada, en todo caso, en la literatura infantil, sin más ayudas que la fidelidad de los lectores, pero Larraz explica que no han sentido la crisis ya que la cultura no conoce otra vida, "así que los libreros estamos muy entrenados. Somos un sector refugio: tal vez no puedas pagarte unas vacaciones en Punta Cana, pero sí comprarte un buen libro que te acompañe y te haga feliz". Por eso no pierde el optimismo y se atreve a pedir al lector que lo comparta, a golpe de libros y lecturas. Empezando, por qué no, por la de El principito.