Buñuel y 'El discreto encanto de la burguesía' sirven al crítico como hilo conductor para reconstruir, a modo de relato periodístico, el ocaso de una época del cine
Aquella mañana, la fastuosa mansión de George Cukor, que ya almacenaba toneladas de historia del cine entre sus paredes, junto a la piscina, en las cabañas del jardín, alrededor de sus estatuas grecorromanas y en los lujosos comedores, se preparaba para congelar un instante insólito. El director, dueño de aquel inmueble del 9166 de Cordell Drive y amigo de los encuentros entre intelectuales, había querido agasajar a su colega Luis Buñuel con un almuerzo en su casa. El español, su hijo Rafael, su guionista, Jean-Claude Carrière, y su productor, Serge Silberman, se desplazaron hasta allí sin conocer quiénes serían el resto de comensales y se encontraron con una pléyade de maestros. A la mesa se sentaron John Ford, Aldred Hitchcock, Rouben Mamoulian, Robert Mullingan, George Stevens, Billy Wilder, Robert Wise y William Wyler. Sólo falló Fritz Lang, que se encontraba indispuesto. Por lo demás, todos estaban invitados.
De aquella reunión mítica hoy conocida por cualquier crítico de cine salieron disparadas hacia distintos puntos del mundo numerosas anécdotas, recuperadas luego en las biografías de sus protagonistas, por un periodista que las presenció, alimentadas acaso por la maquinaria de la mitomanía. Todo eso y, además, una fotografía irrepetible de los congregados. Una imagen que, de no ser historia pura, podría imaginarse casi como un fotomontaje. En el centro, con una mano posada sobre una pierna y la otra sosteniendo un habano, Buñuel aparece rodeado del apostolado de la edad dorada del cine, un dream team del que él forma parte, aunque su procedencia y su trayectoria le hubieran llevado por otros derroteros distintos a los de sus colegas.
Diez años después, en 1982, el crítico de cine Manuel Hidalgo entra en una librería parisina y adquiere las memorias de Buñuel, que acaban de aparecer en el mercado francés. Es la primera vez que se topa con la historia y lo hace a través de las escuetas 55 líneas que el director de Un perro andaluz le dedica al almuerzo. La imagen del ágape se queda en su memoria y, pasados los años, decide sumarse al homenaje rindiéndole también su propio tributo con el libro El banquete de los genios. Un homenaje a Luis Buñel, que acaba publicar Península y que este miércoles se presenta en Madrid. Lejos de la beatitud de los mitómanos, el Hidalgo más periodista se propuso rastrear los pormenores de lo acontecido en la casa de Cukor, desde el vino que se bebió a las conversaciones y los ánimos. Al cabo, ese fresco de señores que quedó inmortalizado en la instantánea es para el crítico una excusa con la que explorar un fresco mayor, el de una época de la historia del cine que anochecía y que se vio por última vez las caras en aquella casona de Beverly Hills.
"No quería escribir un libro sobre Buñuel exclusivamente sino uno sobre la foto, la comida, la casa y los 11 que allí se reunieron, como un puzzle de vidas cruzadas en el que Buñuel es el centro, el árbol del que salen muchas ramas. Ahí estaban los directores del periodo clásico en torno al exiliado español errante, aunque entre ellos también había exiliados e inmigrantes. Entre todos había analogías", expone Hidalgo, que en este libro dice haberse reencontrado con el placer del periodismo. Y es verdad, El banquete de los genios es una obra más periodística que ensayística, atenta a las circunstancias, a la pasión por las vidas y a las pequeñas historias susceptibles de ser desarrolladas narrativamente. "He puesto en juego las habilidades de mi vida profesional. Al periodista, al narrador, al crítico y al guionista", enumera el autor, que considera que el presente es un buen momento para reivindicar este tipo de periodismo de aires norteamericanos.
Con una apabullante bibliografía, "la de toda mi vida", puntualiza Hidalgo, el volumen incluye también una conversación con Carrière, uno de los supervivientes de la comida y que, deduce Hidalgo, tuvo que hacer grandes esfuerzos por lograr que se produjera el entendimiento entre los sordos Buñuel y Wyler y un tercero, Ford, que se lo hacía. Todo a fin de reordenar y sacar al primer plano una serie de cuestiones relacionadas con Buñuel, cuya personalidad ha dado lugar a cuantiosos equívocos: "Buñuel es un personaje poco conocido y con frecuencia disculpado. Hay una especie de beatería por parte de los especialistas hacia él. Se suele decir que era muy contradictorio, por ejemplo, y no es exacto. Buñuel tiene zonas de sombras y necesita una gran biografía", denuncia el escritor, cuya intención, sin embargo, no ha sido biografiar al autor de Tristana sino iluminar algunas de sus peculiaridades: "¿Se ríe de la burguesía un burgués tremendo? Pues sí. Pero también no, porque a lo mejor no era tanto un gran burgués", ejemplifica.
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- Claro, este homenaje llega cuando Buñuel hace películas en Francia, no cuando estaba en México. Ellos admiraban su trayectoria pero también estaban zumbones respecto al cine de autor. No se atrevían a entrar en eso, no sabían si formaban parte de ello. Ni Buñuel había visto muchas películas ni ellos las de él. Todo era de oídas para unos y para otros. Él cita en su biografía seis películas de los nueve directores que había allí. Ni siquiera una por barba, no le interesaba. De Hitchcock había dicho que no le gustaba su cine. Por su parte, los americanos conocían a Buñuel porque todos sabían lo que era el surrealismo. Por lo menos un par de ellos tenía cuadros de Dalí.