Feria del Libro de Madrid, edición 72°. Foto: Alberto di Lolli.

Arranca la 72° edición de la Feria del Libro, cita en la que el sector editorial concentra buena parte de sus esperanzas | Varios protagonistas de la cita debaten sobre su modelo

Llega el sol después de varios días de sombra en Madrid. Hemos atravesado el mes de mayo más frío desde 1985. Y mucho frío está pasando la industria editorial en los últimos tiempos. Que llegue la Feria del Libro y un poco de calor es una combinación que le permite, no obstante, recuperar la esperanza: la de encontrar un público interesado por su labor, crucial para asentar una sociedad con capacidad crítica y para que el individuo ensanche su experiencia vital. Sin lectura ambos objetivos serían una quimera irrealizable. Hay mucho en juego pues. Y la feria debe aprovechar una inercia de décadas, que lleva miles de personas a arrimarse a un reducto donde los libros son los principales protagonistas. ¿Pero lo hace?



Pues según a quien se le pregunte, la respuesta varía. Eduardo Riestra, de Ediciones del Viento, lo duda mucho: "En estos tiempos de crisis ha quedado demostrado que España tiene un tejido de lectores muy débil. Cuando han llegado las vacas flacas nuestro sector se ha quedado tiritando. La Feria debe crear lectores, lectores que además se acostumbren a comprar libros, del formato que sea. Los editores no somos leñadores, ni tenemos intereses en la industria de la celulosa ni del papel. Si conseguimos eso, venderemos libros de papel, digitales, crecerá el nivel cultural del país y tendrá consecuencias positivas en todos los ámbitos.



En esta línea se sitúa también Antonio Ramírez, director de La Central, la famosa cadena de librerías que este año ha abierto una nueva tienda en Callao. Una verdadera pica en el corazón de la crisis. "Siento un cierto inmovilismo con respecto al modelo. Creo que es una época para ensayar nuevas fórmulas. Sé que muchos compañeros del gremio no están de acuerdo, pero yo creo que la Feria debería estar más concentrada: menos casetas y más actividades en un tiempo más corto, a fin de promover la lectura y no bajar la intensidad y la agitación durante su duración", explica a El Cultural, justo después de recibir en su caseta la visita de la Reina Sofía, José Ignacio Wert y José María Lassalle, encargados de cortar la cinta de esta edición.



Lo de las actividades está muy bien, sí, pero muchas veces la organización pincha en hueso, a pesar de poner su mejor voluntad en la confección del programa. Desolador fue ver a Hans Magnus Enzensberger hablar de sus libros en un pabellón vacío el año que Alemania fue el país invitado (este año, por cierto, no lo hay: falta liquidez para pagar tantos hoteles, tantos viajes, tantas comidas). Y por desgracia no es extraño ver actos celebrados en tan desangeladas circunstancias. Dani Osca, de la editorial Sajalin, expone sus dudas: "A mí me da la impresión de que las actividades no terminan de funcionar en la feria. La gente viene a pasear, a que le firmen los autores, a comprar y ver libros. Muchos, si entran en los pabellones, es por el aire acondicionado. El modelo actual funciona. Es evidente por las oleadas que arrastra". Aunque también hay que decir que muchos autores han reventado el aforo de los pabellones, incluso de los que podríamos denominar sesudos. Mucho público tuvo que quedarse fuera el año pasado cuando Claudio Magris dio el discurso de inauguración.



Esta edición, la 72°, no se ha arrugado por la coyuntura adversa: en total, estarán presentes 457 expositores (32 más que el año pasado). Un dato esperanzador. Todavía se lucha y nadie parece dispuesto a tirar la toalla, menos estos días de recobrada ilusión. Como Ofelia Grande, editora de Siruela: "Afrontamos la feria con incertidumbre pero también con entusiasmo. Para los editores sigue siendo la ocasión perfecta para poner cara a sus lectores. Aquí no se interpone toda la cadena comercialización. Es la mejor manera de conocer sus gustos de primera mano, sus gustos literarios pero también detalles como qué le parecen los precios y cosas así". Y continúa: "Para editoriales pequeñas como la nuestra la Feria del Libro tiene un peso específico muy notable en nuestros balances de final de año". Ofelia Grande celebra que este año se haya ampliado el horario. Las casetas cerrarán a las 21.30, media hora más tarde que las ediciones precedentes.



Otra razón para venir a la feria la enuncia Donatella Lannuzzi, editora de Gallo Nero. Ella no lleva mucho tiempo acampando en el Retiro (esta es la segunda vez) pero ya valora sus efectos positivos: "La ventaja es que en tu caseta sellos como el nuestro, que edita unos 12 libros al año, puede mostrar la totalidad de su catálogo. Algo que es imposible en librerías, donde pueden encontrarse las novedades. Además, es muy emocionante cuando empiezas a montar la caseta y vas desplegando tus volúmenes: ves todo tu trabajo de tanto tiempo delante de tus ojos y el lector puede comprobar la personalidad de tu editorial".



Este año tiene como novedad el desembarco de Samsung en el Paseo de Coches, que monta un pabellón propio. Celestino García, vicedirector de la compañía en España, explica la razón de su presencia: "Queremos mostrar las potencialidades de las tabletas en los sistemas educativos. Con ellas se puede potenciar enormemente la interacción de los profesores y los alumnos". Es en esos alumnos donde está el territorio sobre el que se debe librar la batalla contra la ignorancia. Para vencer no hay otro truco que inculcarles la afición por la lectura. Que lean, eso es lo fundamental, en el papel impreso, en la pantalla de un lector digital o en el cielo estrellado, pero que lean.