Panorama del lago Shinobazu desde el templo Kiyomizu, en Ueno, Toyohara Chikanobu, 1894. De la Exposición de estampas japonesas antiguas y modernas en el Museo del Prado
Asistimos a una época en la que priman los 140 caracteres. Brevedad y rigidez, ante todo. Hablamos de una twitteratura que bebe del haiku japonés, compuesto de tres versos de cinco, siete y cinco sílabas métricas repectivamente. Es el año dual España-Japón, enmarcado entre actividades como la exposición de estampas japonesas en el Museo del Prado y la conferencia que ofrece este lunes en el Instituto Cervantes el poeta Mutsuo Takano, vicepresidente de la Asociación de Haiku Contemporáneo, sobre la historia, las características y los principales artistas del haiku. Qué mejor momento para analizar la presencia de esta forma en la poesía de nuestro país. Jesús Munárriz, editor de Hiperión, Fernando Rodíguez Izquierdo, autor de El haiku japonés: historia y traducción y profesor jubilado de la Universidad de Sevilla, y los poetas Antonio Colinas, Felipe Benítez Reyes, Martín López-Vega y Jordi Doce repasan el auge del haiku.
“Se trata de una estructura indisociable a una manera concreta de entender el mundo. Se basa en una relación con la naturaleza, con saber mirar y al mismo tiempo impedir la presencia del yo. El autor se funde con lo que está viendo, el ego desaparece, dando paso a la despersonalización y a la entrega”, explica Jordi Doce, profesor en Hotel Kafka. El haiku se remonta a la Edad Media japonesa, aunque, igual que nuestras letras, alcanza su máximo esplendor en el siglo XVII. El descubrimiento en España, no obstante, tardó en producirse, pues no fue hasta principios del siglo XX, en los años 20, que triunfó el exotismo del arte oriental, y con él su influencia en la poesía. “Muchos poetas de diversos países occidentales, como Francia y los Estados Unidos, se han fijado en el haiku desde hace décadas, como, por ejemplo, el poeta francés André Malraux. En el área hispanohablante, el poeta mejicano José Juan Tablada supo de la existencia del haiku en las primeras décadas del siglo XX, y empezó a componer haiku en castellano. Tablada ejerció una influencia determinante sobre Octavio Paz”, explica Takano. “Paz tenía muy bien asimilado el espíritu del haiku”, cuenta Munárriz, “y en 1957 tradujo la fundamental Sendas de Oku, de Matsuo Basho”. “La difusión fue mayor en América”, precisa, aunque Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda mostraron su interés en esta nueva forma.
“Últimamente casi todos los poetas españoles escriben haikus”, comenta Munárriz. “Todos los poetas menores de cuarenta han escrito alguno”, corrobora Doce. Y puntualiza: “es un género en peligro de ser trivializado por el abuso”. Lo cierto es que, si bien tanto él como Benítez Reyes y Colinas reconocen haber hecho alguna incursión en esta estructura, a ninguno le parece que pueda destacarse más allá de un ejercicio experimental. Antonio Colinas aclara: “he estudiado y leído haikus, pero no los he hecho, al menos, no en sentido estricto. Algunos de mis poemas, como 'Blanco / Negro', están en sintonía, pero no respetan la rigidez de los tres versos”. Benítez Reyes recuerda que comenzó a redactarlos muy pronto, y que se puede encontrar alguno en su libro Los vanos mundos, de 1985. El mayor problema, asegura, es precisamente el que otorga esa esencia zen al haiku, la no-presencia del autor: “Es muy difícil darle tu marca estilística, porque deja muy poco margen. Es una importación que no se adapta bien, por lo menos a mí. Se basa en una imagen muy concreta, demasiado simple para la mente occidental. Y si encima es ingenioso, lo que resulta es molesto”. En la misma línea, Fernando Rodríguez-Izquierdo corrobora: "Las incursiones de poetas occidentales en el haiku a veces han sido criticadas, por los japoneses o por críticos occidentales. Es muy difícil que el poeta occidental renuncie a su afán de protagonismo, para comulgar en pie de igualdad con la naturaleza".
El poeta Francisco Castaño llamaba al haiku “el soneto de los vagos”, ríe Munárriz. Pero la popularidad de la que goza contrarresta a las voces más escépticas. “Creo que ha acabado por crearse lo que podríamos llamar 'el haiku español' u occidental en general, que aunque conserva las supuestas medidas métricas del original japonés en realidad a menudo tiene más temática de epigrama”, declara López-Vega. Para muestra, las obras de Herme G. Donis, Llorenç Vidal, Susana Benet y Juan Carlos Reche, que en tiempos preparaba una antología de haikus en español que iba a llamar "Japón Serrano".