Image: Europa y España en el pensamiento de Luis Díez del Corral

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Letras

Europa y España en el pensamiento de Luis Díez del Corral

Juan Antonio González Márquez

21 junio, 2013 02:00

Europa y el toro, de Gustave Moreau (1869)

S.P. Universidad de Huelva, 2013. 832 páginas, 35 euros.


Pese a ser una de las figuras más destacadas de la vida intelectual española del siglo XX, premio Nacional de Literatura en 1942 y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1988, el jurista, filósofo e historiador de las ideas políticas Luis Díez del Corral (Logroño, 1911-Madrid, 1998) no contaba hasta la fecha con un estudio sistemático de su obra. Si su presencia se había mantenido viva en las últimas décadas dentro de nuestro horizonte cultural se debía fundamentalmente al reconocimiento de eminentes colegas con los que había compartido avatares teóricos -José Antonio Maravall, Gómez Arboleya, Francisco Javier Conde- y a la aportación de discípulos suyos, que con su propia labor siguieron haciendo fecundo este magisterio en los muchos terrenos abonados por él. Para una generación posterior, sin embargo, la carencia de un trato directo con la persona y sus escritos desdibujó su perfil, hasta acabar presentándolo a menudo, de modo simplificado, como el de un conservador cuyo campo de investigación humanista había quedado desfasado a favor de un tratamiento más "científico" de los problemas históricos, jurídicos y políticos.

La espléndida biografía intelectual trazada por el profesor Juan Antonio González Márquez (Huelva, 1960) supone en este sentido todo un hito, como subraya Miguel Herrero de Miñón en su prólogo al libro. Lo es no sólo por el rigor con que el autor trata su tema, sino también por la exhaustividad del material abarcado y por la capacidad de conferir al mismo una unidad de sentido. La tesis doctoral que está en la base de esta publicación se nutre sin duda de la excelente orientación de su directora, Carmen Iglesias, discípula y editora de las obras completas de Díez del Corral. Pero González Márquez pone de su propia cosecha un enorme talento para combinar la imparcialidad del juicio con la simpatía intelectual por el personaje estudiado, generando la cálida distancia de una interpretación que, sin perder objetividad, vivifica los análisis, los dota de carne histórica y sangre biográfica, y confiere a sus quinientas páginas de desarrollo un ritmo expositivo de insospechada amenidad. Pocos autores de su generación tienen tanto don para relatar en presente histórico los acontecimientos de nuestro pasado reciente. Pocos, también, han dedicado un esfuerzo tan generoso a recuperar las bases materiales imprescindibles para dotar de plena inteligibilidad su intrahistoria.

En este caso, se ha rescatado una gran cantidad de textos inéditos y documentos olvidados, entre los que destaca la correspondencia entre Díez del Corral y Ramón Carande, que se revela de capital importancia para iluminar momentos clave de la vida y la obra de estos dos nombres ilustres de la historiografía española. Gracias al concurso de las Universidades de Huelva y Rey Juan Carlos, la Real Academia de la Historia y la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, muchas de estas fuentes se han podido incorporar a esta valiosa edición hasta componer un impresionante volumen de más de ochocientas páginas.

Que el enfoque aquí adoptado sea omnicomprensivo y la extensión del texto abrumadora no significa, sin embargo, que el libro se pierda en un prolijo recorrido a través de todos y cada uno de los escritos de Díez del Corral. Sin desatender sus estudios sobre Hölderlin, Velázquez o Tocqueville, o sus diversos ensayos sobre la pervivencia del mundo clásico en la literatura contemporánea, hay textos que González Márquez aborda sólo episódicamente, a fin de no perder de vista el hilo conductor de su exégesis. Alcanza así con precisión la entraña del pensamiento de Díez del Corral, su articulación de las ideas de Europa y España.

Fiel a su maestro Ortega, Díez del Corral considera a España imposible de comprender aislada de Europa, esencializando sus problemas como fruto de un aciago destino que ningún regeneracionismo patrio sería capaz de conjurar. España sólo puede dilucidarse en su relación dialéctica con el resto del continente europeo, desde su pasado común. El método comparatista es el instrumento privilegiado para ello. Sirviéndose de él, Luis Díez del Corral irá destilando categorías históricas de enorme potencia explicativa. El profesor González Márquez centra así la primera parte de su estudio en la "ontología de Europa" perfilada por la obra del historiador. El rapto de Europa (1954) es su formulación más madura y reputada: ahí se reivindica el carácter eminente de la cultura europea, su capacidad para reactualizar el legado del humanismo clásico, trasvasar su herencia cristiana a formas secularizadas y, mediante lo más universalizador de estos elementos, habilitar una mirada integradora de las diversas facetas de la vida para hacer frente a los desajustes de su unilateral y desmesurado despliegue técnico-político.

Corregir los excesos del Fausto ciego europeo, ebrio de voluntad de poder, es uno y el mismo objetivo con el de curar la melancolía del caballero hispano de la triste figura. Así que España, al igual que Europa, ha de reencontrarse con su vieja matriz espiritual para reponerse de la catástrofe que ella misma ha provocado. González Márquez no sólo evidencia todo esto con brillantez. Muestra además hasta qué punto el aperturismo de Díez del Corral se encuentra ya anticipado en la obra que mejor funda su intensa convicción de la radical europeidad de España, El liberalismo doctrinario (1944). Para González Márquez, esta obra supone asimismo un claro distanciamiento respecto al falangismo. La crítica del momento no quiso entrar en la verdadera cuestión planteada por el joven pensador: la posibilidad de un modelo de convivencia pacífica tras la Guerra Civil, inspirado en Cánovas, en la Constitución de 1876 y el liberalismo. Después, la pereza intelectual se conformó con la etiqueta de "falangismo liberal", obviando que los términos en que Díez del Corral planteaba ese prioritario objetivo de reconciliación, aunque compatibles con un ideario liberal-conservador, se oponían al fascismo.

La riqueza del libro de González Márquez no se reduce, pues, al acopio de fuentes y datos o a la amplitud del recorrido biográfico: nace sobre todo del hecho de que propone una estimulante interpretación de la obra de Díez del Corral, que nos la devuelve fresca y llena de virtualidad para el presente.

Descubra a continuación las mejores cartas, inéditas hasta ahora, entre Díez del Corral y Ramón Carande Carande

Carta n° 14

Madrid 7 dic. 1972

Querido D. Ramón:

De una manera muy condensada, como Vd. lo desea, voy a intentar transmitirle unos cuantos datos y consideraciones. (...)

En Madrid estudié Derecho y Filosofía, no Historia, atraído por las destacadas personalidades de García Morente, Zubiri y Ortega. Ello quiere decir que cuando me he metido en trabajos históricos, mi preocupación fundamental ha sido jurídico-filosófica. Por eso preparé la Cátedra de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas, y no una cátedra de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. En Alemania donde estudié dos semestres, también fui fiel a ese doble enfoque. (...)

Me conoció Vd. en el Instituto de Estudios Políticos, donde malgasté algunos meses en tareas de organización, y pronto me dediqué a la preparación de El Liberalismo doctrinario. En este libro creo que se ponen de manifiesto dos rasgos que me parecen son característicos de mi manera de entender la historia. En primer lugar ver el pasado desde el presente, desde las preocupaciones que él nos presenta y que apuntan, naturalmente, hacia el futuro. Como digo en el prólogo del libro, mi interés inicial se ciñó a la figura de Cánovas, en tanto que restaurador, y, por lo tanto, posible modelo para quienes habían salido con un país destrozado de la Guerra Civil. Queriendo entender desde el punto de vista de una doctrina, que la tenía, la política de Cánovas, me vi obligado a retroceder hasta la primera mitad de nuestro siglo XIX y luego a saltar los Pirineos en busca de las raíces intelectuales de nuestros doctrinarios. Lo pasé bien investigando el pensamiento de los franceses, como se lo prometiera Ortega a quien acometiera la tarea; pero las palabras de D. José no influyeron en lo que realicé, pues, aunque, naturalmente había leído años atrás La rebelión de las masas, dichas palabras figuran en el "Prólogo para franceses" escrito con motivo de la traducción del libro a su idioma, que me descubrió un amigo cuando el mío estaba ya en la calle. (...)

Con recuerdos afectuosos, también de parte de Rosario, para Mª Rosa y sus hijos reciba un fuerte y muy agradecido abrazo de su buen amigo.

Luis Díez del Corral


Carta n° 34

Noja 17 sep. 1981

1 Excmo. Sr. D. Ramón Carande

Sevilla

Querido D. Ramón:

Pensaba haber ido a visitarle en primavera, y por eso apenas si le he escrito. El proyecto se vio pospuesto por una serie de viajes y quehaceres, mas espero realizarlo pronto. (...)

Comprendo su pesimismo y desasosiego ante la situación del país, en la que colaboran los hombres individuales, la sociedad y los elementos (por aquí tampoco cae una gota). Hay algún dato positivo: los partidos se encuentran en combinación de propósitos y pareceres: se hablan, lo que no ocurría en tiempos de la República (tengo entendido que Gil Robles no cruzó la palabra con Prieto para tratar de una posible inteligencia). El consenso ha producido disparates sin cuento, pero al menos hay convivencia.

Los españoles hemos cometido nuestros mayores dislates cuando los condicionantes extranjeros los permitían o los provocaban: desde la instalación de los Trastámara hasta la última guerra civil. Esto es un consuelo porque, en medio de una guerra fría más o menos notoria, los campos estaban delimitados. Pero las cosas van cambiando. Una de las que suelo hacer en el verano es leer de manera hasta cierto punto sistemática un montón de Neue Zürcher Zeitung, que tengo atrasados. Es el periódico, seguramente, con mejores corresponsales en el extranjero, que escriben sus artículos como si fuesen, por lo menos, artículos de revista, y sus análisis detenidos descubren empeoramientos y barbaridades en los más diversos países del planeta. La situación en Egipto es preocupante, no menos que la de Marruecos (espectáculos desasosegantes pude contemplar al sur del Atlas). ¡Hasta los maoríes de Nueva Zelanda reclaman la paridad con el inglés de su lengua! Son cosas a veces divertidas. ¿Qué Max Weber profético hubiera podido sospechar la guerra sorda a muerte entre los mulak del Irán, o la nacionalización suicida por parte de Mitterrand de la pocas multinacionales que tenía Francia; no de las holandesas o norteamericanas, sino de las suyas, por el gusto de jorobar a los que tienen una buena casa en Danville y una buena bodega en Av. Foch, que no son precisamente los que tienen acciones de las sociedades en cuestión? Sobre esto tengo una experiencia personal que permitiría emborronar unas cuantas páginas.

Pero son ya demasiadas las escritas, querido D. Ramón, y con letra peor que la suya (tanto Rosario como yo hemos advertido los trazos seguros de su última tarjeta). Cuando me entra la melancolía, como a Royer-Collard y Tocqueville (admirable correspondencia, comentada en un capítulo ya concluido del libro), me voy a pasar un rato con los nietos y, olvidándome de que habrán alcanzado ¡el año 2050! cuando tengan mi edad, me deshistorizo y despañolizo y me pongo a jugar con ellos en una charca de la playa, pese a la protesta de mis riñones.

Hasta pronto, querido D. Ramón, muchos recuerdos a Rosa y a sus hijos, y con los de Rosario y mi descendencia, que siempre le recuerdan cariñosamente, reciba un fuerte y agradecido abrazo de

Luis Díez del Corral