Luis Díez del Corral

'Europa y España en el pensamiento de Luis Díez del Corral' (S.P. Universidad de Huelva, 2013) es un exhaustivo análisis elaborado por el profesor Juan Antonio González Márquez del pensamiento de Díez del Corral (1911-1997) a partir de las ideas de Europa y España. En el texto se presentan las virtudes del premio Nacional de Literatura en 1942 y premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1988 como modelo de un pensar histórico que conguja sabiamente categorías filosóficas, políticas, históricas y estéticas. La obra analiza su ontología de Europa y su importancia como "filósofo de la Monarquía de España", asi como su maestría en el conocimiento de la Historia de las Ideas y del pensamiento político. Además aporta material inedito de gran relevancia como sus cartas a Ramón Carande.



Aquí puede leer las mejores cartas, inéditas hasta ahora, entre Díez del Corral y Ramón Carande.

Carta n° 14





Madrid 7 dic. 1972





Querido D. Ramón:



De una manera muy condensada, como Vd. lo desea, voy a intentar transmitirle unos cuantos datos y consideraciones, por si le pueden serle útiles para la contestación, sin prejuicio de trasladarme a Sevilla y conversar, que es el mejor modo de abordar las cuestiones que le interesan.



Le mandé el texto del primer ejercicio de las oposiciones a cátedra, donde expuse el origen de mi vocación de historiador por el medio familiar y geográfico en que transcurrió mi infancia y mi adolescencia.



En Madrid estudié Derecho y Filosofía, no Historia, atraído por las destacadas personalidades de García Morente, Zubiri y Ortega. Ello quiere decir que cuando me he metido en trabajos históricos, mi preocupación fundamental ha sido jurídico-filosófica. Por eso preparé la Cátedra de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas, y no una cátedra de Historia en la Facultad de Filosofía y Letras. En Alemania donde estudié dos semestres, también fui fiel a ese doble enfoque.



Desde un punto de vista profesional, pensé hacer las oposiciones del Consejo de Estado, y las gané con 24 años, en pleno Frente Popular. Vd. ya conoce la casa de la calle Mayor y sabe que el cuerpo de Letrados no tiene espíritu de cuerpo, ni marca profesional como los Abogados del Estado o los Notarios. Del Consejo han salido banqueros, políticos -los más vanidosos y los más tontos-, abogados en ejercicio y no pocos catedráticos con auténtica vocación intelectual. El trabajo en el Consejo es liviano, aunque a veces exigente de verdadero esfuerzo. Desde hace bastantes años soy Letrado Mayor, que es la canonjía máxima que existe en la Administración "europea". Estoy agradecido al Consejo porque deja en libertad a los que en él trabajan, pero al mismo tiempo les hace tocar la realidad jurídica y social del país por sus más diversas facetas.



Me conoció Vd. en el Instituto de Estudios Políticos, donde malgasté algunos meses en tareas de organización, y pronto me dediqué a la preparación de El Liberalismo doctrinario.



En este libro creo que se ponen de manifiesto dos rasgos que me parecen son característicos de mi manera de entender la historia. En primer lugar ver el pasado desde el presente, desde las preocupaciones que él nos presenta y que apuntan, naturalmente, hacia el futuro. Como digo en el prólogo del libro, mi interés inicial se ciñó a la figura de Cánovas, en tanto que restaurador, y, por lo tanto, posible modelo para quienes habían salido con un país destrozado de la Guerra Civil. Queriendo entender desde el punto de vista de una doctrina, que la tenía, la política de Cánovas, me vi obligado a retroceder hasta la primera mitad de nuestro siglo XIX y luego a saltar los Pirineos en busca de las raíces intelectuales de nuestros doctrinarios. Lo pasé bien investigando el pensamiento de los franceses, como se lo prometiera Ortega a quien acometiera la tarea; pero las palabras de D. José no influyeron en lo que realicé, pues, aunque, naturalmente había leído años atrás La rebelión de las masas, dichas palabras figuran en el "Prólogo para franceses" escrito con motivo de la traducción del libro a su idioma, que me descubrió un amigo cuando el mío estaba ya en la calle.



A Ortega le gustó el libro y me escribió una carta -estaba todavía en Portugal- hablando de los mensajes que se echan como los contenidos en una botella al mar para que alguien, no se sabe cuándo, las recoja. La relación que tenía con él se estrechó con tal motivo. Y me trató con especial afecto, haciéndome participar en el Instituto de Humanidades con un curso sobre "El régimen mixto como idea y forma política". Durante cuatro días discutimos mi exposición, tomando parte en el coloquio el mismo Ortega, García Pelayo, Nicolás Ramiro y otros más. Desgraciadamente, el curso y las discusiones quedaron inéditos, salvo la primera lección, en parte, sobre Platón, que le envié a Vd.



Creo que es preciso tener en cuenta la influencia orteguiana para comprender no pocas cosas que han salido de mi pluma, mi estilo literario y mi dispersa vocación. Hoy veo lo que ha habido de bueno y de malo en tal influencia, más de malo que de bueno: un tratamiento ensayístico y un picotear en excesivos campos con una detallista delectación: paisajes, temas clásicos, asuntos europeos, etc. Pero lo hecho, hecho está.



Ortega y no pocos de sus discípulos, por falta de presión intelectual rigurosa, nos hemos ido por aquí y por allá. Vd. querido D. Ramón, se lo digo muy de verdad, ha dado un ejemplo contrario, de tesón y de concreción en una empresa libresca, al mismo tiempo erudita y fundamentada que llena de significación reveladora.



Un poco también a la manera orteguiana, me he movido en mis libros sobre una doble vertiente española y europea. En El liberalismo doctrinario, de la Península me pasé a Francia para volver a cruzar los Pirineos, poniendo de relieve lo que los doctrinarios españoles pusieron de su propia cosecha, que no fue poco. El capítulo III de El rapto de Europa se ocupa, de manera condensada, en la anticipación que el temprano destino de una España raptada supuso respecto al destino de la Europa de las dos guerras mundiales. El único de mis libros que no está a caballo de los Pirineos es el de La función del mito clásico en la literatura contemporánea. ¡No iba a hablar uno de la Medea de Pemán! Por el contrario, el tema de mi discurso de entrada en la Academia de la Historia se sitúa, junto con otros trabajos similares, en la cima del Monte Perdido -por emplear un nombre que tan bien le va a nuestra historia-. ¿Cómo vieron unos cuantos grandes pensadores políticos europeos, desde Maquiavelo hasta Humboldt, la extraña historia de un pueblo que se levanta de pronto a lo más alto de la Historia universal para caer de pronto -digo de pronto porque la España de los años 1820 gozaba todavía de una alta cotización europea- a las simas de una escandalosa descomposición doméstica.



Otro aspecto de mi labor como historiador es un cierto modo [de] comprensión imaginativa. Carl Schmitt, que es muy penetrante crítico, me escribió y luego me habló, de manera muy reveladora para mí, del empleo que se hace fundamentalmente en El rapto de Europa de "conceptos imaginativos". Unos "conceptos imaginativos" que se nutren de imágenes viajeras y estéticas muy concretas. Tal como sucede en El rapto de Europa, que supone años de intuición en paisajes, ciudades y museos europeos, seguramente más importante que los años pasados en la lectura de la misma cantidad de libros. El libro que viene a significar una especie de "contrepoin" a El rapto de Europa, Del Nuevo al Viejo Mundo, comprueba de manera bastante clara esta actitud "intuicionista" e "imaginativa" frente a los temas históricos.



También me atrevería a señalar como característico de mi enfoque del pasado, una tendencia a destacar, por preferencias personales y temperamentales, la línea humanista-liberal a los largo de la Historia de Occidente: "Régimen mixto", neoclasicismo, "doctrinarios", Tocqueville, Ortega, etc. Acaso, si Dios me da vida y cierta claridad mental, acabe escribiendo un libro general sobre el liberalismo, entendido con cierta amplitud. Tarea bien necesitada y difícil, a la que me empujan mis discípulos y colaboradores a los que más estimo.



Finalmente, y para no fatigarle más, se me ocurre indicarle en tono más confesional, querido D. Ramón, que nunca he escrito un libro por "escribir un libro" y aumentar mi lista de autor. Creo no haber incurrido en el pecado de grafomanía. Por eso me he pasado años sin publicar apenas nada, y otros, como me ocurre ahora, trabajando en varios a la vez, cuyas páginas mecanografiadas o simplemente escritas a mano, van envejeciendo y ya no son susceptibles de ser publicadas. Pocos encargos he aceptado para publicar un libro X. Excepcionales son las peticiones atendidas, como no procedan de los japoneses, que tan generosamente se han portado conmigo o de la familia Ortega, en memoria de su padre. No creo que esto sea una virtud sino también un vicio, procedente de una independencia de "amateur"; pero así es. Y como, con los años, aumentan las exigencias conmigo mismo, la productividad disminuye, no sin dejar de producir una sensación de angustia. ¡Cuántos años lleva esperando mi amigo Tocqueville a que concluya su libro! Él tenía más disciplina y más empeño, aunque también era incapaz de escribir un ensayo que "no le pidiera el cuerpo", no sólo el espíritu.



Perdone, D. Ramón, que le haya enviado tantas y tan mal escritas hojas. Prefiero enviárselas escritas a mano, sin revisarlas, para que guarden un tono de confesión. Son nuevas también para mí, y acaso sorprendentes. Desordenadas como palabras de confesión que van contando la experiencia personal, tantas veces pecaminosa, para descargar la conciencia, en espera de una absolución, que no sé si la mereceré de quien, como Vd. tan generoso ha sido conmigo, apadrinando mi candidatura para la Academia, y ofreciéndome su tiempo tan precioso para contestarme en nombre de ella.



Con recuerdos afectuosos, también de parte de Rosario, para Mª Rosa y sus hijos reciba un fuerte y muy agradecido abrazo de su buen amigo.



Luis Díez del Corral



Carta original




Carta n° 34





Noja 17 sep. 1981





Excmo. Sr. D. Ramón Carande



Sevilla



Querido D. Ramón:



Pensaba haber ido a visitarle en primavera, y por eso apenas si le he escrito. El proyecto se vio pospuesto por una serie de viajes y quehaceres, mas espero realizarlo pronto.



Al comienzo de la primavera estuve en Méjico, donde se encuentra destinado como diplomático el marido de mi hija Isabel. Fue un viaje rápido para la distancia, que solo permitió recorrer parte del Yucatán y los alrededores de Méjico. La conocí hace 25 años y era una ciudad muy grata, a escala humana y conservando todavía el aire del Virreinato; ahora es una metrópoli monstruosa e inhabilitable, con profundos problemas sociales que saltan a la cara.



En Semana Santa me llevó de viaje, casi arrastrado, mi hija mayor a Marruecos. Tenían planeada una excursión al sur de Marruecos con gran comodidad por disponer de la casa y el coche de un pariente diplomático, allí residente. Fue divertido ver la cuna de nuestros grandes invasores musulmanes, y, si se juzga por los actuales habitantes, los capítulos correspondientes de nuestra historia no resultan muy meritorios.



Otro desplazamiento a Amsterdam, con motivo de la reunión anual de la Fundación Europea de la Cultura, y, finalmente, a principios de julio un último viaje a Florencia donde se celebraba la reunión también anual del Instituto Internacional de Filosofía política. Me habían invitado con anterioridad sin poder acudir, y esta vez el centro de la convocatoria valía de verdad la pena: la "badia fiesolana", donde tiene la sede la Universidad europea, con uno de los paisajes más hermosos del mundo a su alrededor.



Éramos unos veinte participantes, sobre todo franceses e italianos, y todo resultó muy bien. He vuelto más entusiasta de Italia y de su arte que nunca. Y con la impresión imborrable producida por las dos grandes esculturas griegas de bronce descubiertas bajo el mar de la costa de Calabria, y que se exponían unos días en Roma.



Luego el verano en Noja con los hijos y los tres nietos, que son un encanto, este año prolongado porque, como acabo de jubilarme, ni la Universidad ni el Consejo de Estado me reclaman. Antes de meterme con el capítulo relativo a los paralelismos e influencias de Montesquieu y Tocqueville, unas semanas dedicadas a los clásicos (Platón principalmente) y a los libros actuales, que solo en verano se pueden leer, como la reciente obra monumental de Braudel, que solo parcialmente he podido leer, cosa que la estructura de los volúmenes permite. Me ha sorprendido el final con revelaciones personales de las opiniones del autor, fuera de lugar y que no salían a relucir en conversaciones con el gran historiador.



Comprendo su pesimismo y desasosiego ante la situación del país, en la que colaboran los hombres individuales, la sociedad y los elementos (por aquí tampoco cae una gota). Hay algún dato positivo: los partidos se encuentran en combinación de propósitos y pareceres: se hablan, lo que no ocurría en tiempos de la República (tengo entendido que Gil Robles no cruzó la palabra con Prieto para tratar de una posible inteligencia). El consenso ha producido disparates sin cuento, pero al menos hay convivencia.



Los españoles hemos cometido nuestros mayores dislates cuando los condicionantes extranjeros los permitían o los provocaban: desde la instalación de los Trastámara hasta la última guerra civil. Esto es un consuelo porque, en medio de una guerra fría más o menos notoria, los campos estaban delimitados. Pero las cosas van cambiando. Una de las que suelo hacer en el verano es leer de manera hasta cierto punto sistemática un montón de Neue Zürcher Zeitung, que tengo atrasados. Es el periódico, seguramente, con mejores corresponsales en el extranjero, que escriben sus artículos como si fuesen, por lo menos, artículos de revista, y sus análisis detenidos descubren empeoramientos y barbaridades en los más diversos países del planeta. La situación en Egipto es preocupante, no menos que la de Marruecos (espectáculos desasosegantes pude contemplar al sur del Atlas). ¡Hasta los maoríes de Nueva Zelanda reclaman la paridad con el inglés de su lengua!



Son cosas a veces divertidas. ¿Qué Max Weber profético hubiera podido sospechar la guerra sorda a muerte entre los mulak del Irán, o la nacionalización suicida por parte de Mitterrand de la pocas multinacionales que tenía Francia; no de las holandesas o norteamericanas, sino de las suyas, por el gusto de jorobar a los que tienen una buena casa en Danville y una buena bodega en Av. Foch, que no son precisamente los que tienen acciones de las sociedades en cuestión? Sobre esto tengo una experiencia personal que permitiría emborronar unas cuantas páginas.



Pero son ya demasiadas las escritas, querido D. Ramón, y con letra peor que la suya (tanto Rosario como yo hemos advertido los trazos seguros de su última tarjeta). Cuando me entra la melancolía, como a Royer-Collard y Tocqueville (admirable correspondencia, comentada en un capítulo ya concluido del libro), me voy a pasar un rato con los nietos y, olvidándome de que habrán alcanzado ¡el año 2050! cuando tengan mi edad, me deshistorizo y despañolizo y me pongo a jugar con ellos en una charca de la playa, pese a la protesta de mis riñones.



Hasta pronto, querido D. Ramón, muchos recuerdos a Rosa y a sus hijos, y con los de Rosario y mi descendencia, que siempre le recuerdan cariñosamente, reciba un fuerte y agradecido abrazo de



Luis Díez del Corral

Carta n° 25 Toledo 26 junio 77 Excmo. Sr. D. Ramón Carande Sevilla Querido D. Ramón: Muchas gracias por su carta copiándome el párrafo de Marcel Bataillón. Gran pérdida para todos, y un poco inesperada en su rapidez, pues asistió a las seis conferencias de que se componía mi curso en el College de France y luego de pronunciarlas tenía gusto en entretenerse en el comentario. Incluso pidió permiso a su médico, haciendo una excepción, para almorzar en la Embajada, cuyo titular es amigo mío de la infancia. El otro día, poco después de la lectura de su carta por Maravall, di cuenta ante los compañeros de Academia del hecho, pues, aunque le conocía menos que muchos de ellos, tuve la suerte de haberle visto asiduamente en los últimos días de su vida, en los que su lucidez mental y su simpatía permanecían sin la menor mácula a pesar de la enfermedad de la que me había hablado con la mayor tranquilidad de espíritu en una comida madrileña poco antes de desplazarme yo a París. Cuando le envié el libro me escribió una carta inmerecidamente elogiosa y no lo fueron menos sus apostillas a las conferencias. Pero la frase que Vd. me transcribe tiene un valor más alto por no incidir en ella la elegante amabilidad que caracterizaba al gran hispanista desaparecido. Yo también fui remiso en escribirle para agradecerle las molestias que se había tomado para oírme después de haberme leído. Quería que se publicara el texto francés de las seis conferencias, y corrigiéndolo y poniéndolo en limpio se fueron pasando los días, desapareciendo el destinatario poco antes de enviárselo. Se lo he mandado a Braudel, por indicación suya, pero Braudel es otro tipo de historiador, menos apto que Bataillon para comprender los escasos valores de mi libro. Su eco en España ha sido escaso; es una obra demasiado larga y descosida, y ahora todos andamos escribiendo de democracia, menos el que como yo, por razones de oficio, me acuerdo, cuando se maneja el vocablo como si fuese una especie de espontánea panacea, de tantos grandes escritores que la analizaron con espíritu crítico desde Platón y Tucídides hasta Tocqueville y Stuart Mill. Dios proteja a este país, en manos de dos abogadillos improvisados. Sólo me complace seguir escribiendo, aunque mi tarea se reduzca a hacer libros de libros, ordenando unos centenares o miles de fichas. No es sólo una satisfacción espiritual sino también fisiológica; con la pluma en la mano no solo me evado sino que duermo mejor y me levanto de mejor temple. Mucho sentimos, tanto Rosario como yo, que las conferencias parisinas nos privaran del placer de acudir a su homenaje. Sé que todo salió muy bien y que su entrada en la última década del siglo fue como una inyección de nueva juventud, si es que ello fuera necesario. Carriazo me dio especialmente detalles de su acontecimiento ¡qué persona tan grata es! No deje de transmitirle mis recuerdos. Ahora ando ocupado con el trasfondo político de "Las Lanzas" velazqueñas, de significado, sin duda, mucho más profundo que el que suele atribuirse; completaré con este trabajo un librillo sobre "Velázquez, la monarquía y el clasicismo". Bueno, D. Ramón, no quiero cansarle más con el trabajo de descifrar mi mala letra. Muchos recuerdos de Rosario y míos para María Rosa, y reciba un afectuoso abrazo de su buen amigo (¿por qué dice que no se merece Vd. la dedicatoria de un libro como el mío?) Luis Díez del Corral Nuestra felicitación por la Gran Cruz que acaban de concederle con tan sobrados merecimientos, tardíamente reconocidos. ¿Cree Vd. oportuna, querido D. Ramón, alguna indicación suya a Braudel a favor de la traducción? Vd. le conoce mejor que yo; pero creo que la autoridad suya y de Bataillon pesarían sobre él, que a su vez tiene autoridad sobre editores franceses.