Fotografía de Chema Madoz.



Acaba de terminar el curso literario y algunas editoriales han avanzado las novedades de la temporada que viene. En estos días de julio, sus autores compaginan los preparativos de las inminentes vacaciones con las relecturas, correcciones de galeradas y cambios de última hora de sus obras recién paridas. Es el caso de Juan Bonilla, José María Guelbenzu, Manuel Longares, Manuel Gutiérrez Aragón, Alejandro Gándara, Gonzalo Torné e Isaac Rosa. Unos corrigen hasta que sus editores les arrancan las páginas de los dedos y lo seguirían haciendo una vez publicados, si pudieran. Otros, una vez entregada la versión que consideran definitiva, se sacuden las manos. Hablamos con estos siete autores para conocer cómo afrontan esta última fase de sus creaciones literarias.








Gonzalo Torné

Divorcio en el aire (Mondadori)

"En verano no soy escritor". Gonzalo Torné le echa el cierre al teclado por estas fechas, ahora toca viajar. Pero hasta hace pocos días ha estado el autor "reescribiendo" -que no corrigiendo- su último libro, Divorcio en el aire, que se publicará en septiembre. "No me siento demasiado cómodo con el verbo 'corregir', me parece que presupone aplicarse con la sintaxis para adecuar la prosa a una modesta convención de lo 'adecuado'", explica. El proceso de "reescritura" del que habla Torné se aplica a cuestiones de estructura, tono, personajes, o a la atmósfera de la novela. "Si exceptúo un periodo inicial de escritura irresponsable, de tanteo, el resto del proceso consiste en reescribir y reescribir", afirma.



Luego, cuando lo considera acabado, entrega el manuscrito, siempre abierto a modificaciones. De hecho, en Divorcio en el aire, ha reducido significativamente un pasaje por una sugerencia de su editora, Mónica Carmona, que coincidía con sus dudas.



Torné considera que esta novela "amplía sin desmentirlo" el estilo que alcanzó con Hilos de sangre. Cuando terminaba este libro decidió que en el siguiente intentaría escribir en un castellano tan rápido como le fuera posible, "sin renunciar al pensamiento ni a una sintaxis elaborada (con frases cortas narrando gestos puede hacerlo cualquiera)", asegura.








José María Guelbenzu

Mentiras aceptadas (Siruela)

En la última novela de José María Guelbenzu, Mentiras aceptadas, "la moral y la ética son sólo satélites que giran alrededor de un cuerpo social desprendido del conocimiento y de la búsqueda de la verdad", adelanta el escritor. El libro está en la línea, explica, de otros títulos suyos como El amor verdadero y Esta pared de hielo. Normalmente tarda entre dos y cinco años en escribir una novela "de esta clase de ambición literaria" -más de 400 páginas-, pero en esta ocasión ha sido uno y medio. Para él la corrección es constante: "Suelo volver sobre lo escrito en el curso de la escritura y luego hago una lectura general para ver cómo encaja todo. La corrección final ha sido esta vez más bien un mero repaso".



El libro está acabado y entregado al editor, y verá la luz también en septiembre. "Cuando termino me quedo vacío, sin el menor deseo de emprender otra novela, pero en seguida empiezan a aflorar ideas nuevas".








Juan Bonilla

Una manada de ñus (Pre-Textos)

Juan Bonilla ultima estos días Una manada de ñus. "Bolaño aconsejaba que no se escribieran los cuentos de uno en uno, sino de siete en siete o de doce en doce". Así ha escrito Bonilla este título, al igual que su anterior libro de relatos, con un hilo conductor que da unidad al compendio: "En la mayoría de estos cuentos, la protagonista es la mirada del hombre adulto sobre un episodio de su adolescencia, una vez incumplidos todos sus sueños".



Si por él fuera, seguiría corrigiendo el libro después de publicado, porque "como decía Alfonso Reyes, sólo publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo". El autor se impone otra frase de Juan Ramón Jiménez: "No la toques ya más, que así es la rosa (la prosa, en mi caso)".



Bonilla aborda la corrección como un cirujano: "Ahí hay un cuerpo y tengo que arreglarle los desperfectos y sacarlo vivo de aquí". No es capaz de desentenderse del libro una vez entregado al editor, de modo que entrega tres o cuatro versiones hasta que le paran los pies: "¡Juanbo, ésta es la última, trabajaremos con ésta!", confiesa el escritor.



Dice el autor de Nadie conoce a nadie que ortotipográficamente es un desastre: "Nunca sé si el punto va detrás del paréntesis o delante, en un mismo texto puedo utilizar guiones de diálogo y estilo indirecto. También tengo la tendencia anglosajona -aunque Luis Alemany me dijo que eso era de clase baja- de poner mayúsculas a todo, 'el Instituto', 'El Ruido y la Furia'..." Todo esto enerva a los correctores, en quienes Bonilla deposita toda su confianza, asegura. De hecho, le gusta dejar constancia de ello en los agradecimientos de sus libros. "En esto no soy como Nabokov o Terenci Moix, que sólo se parecían en un odio infalible por los correctores".



Una manada de ñus es un libro de relatos, de modo que los cambios sustanciales en la fase de revisión han tenido que ver más con el orden de los textos y con la repetición de algunos fragmentos para conectar relatos. "No he sido ni más ni menos minucioso que otras veces", explica su autor, que acaba de corregir pruebas hace unos días y espera ver pruebas finales antes de que acabe el mes de julio.








Manuel Gutiérrez Aragón

Cuando el frío llegue al corazón (Anagrama)

"Cinco o seis versiones e infinidad de correcciones" han hecho falta para acabar de cincelar Cuando el frío llegue al corazón, la tercera novela de Manuel Gutiérrez Aragón. Pero es un proceso que al director de cine y escritor no le resulta especialmente pesado, de hecho lo disfruta. Lo que más hace es recortar: "Soy un poco maníaco en busca de lo esencial. Si algo se puede decir con cinco palabras, mejor que con diez", asegura. Eso sí, como cuando hacía películas, una vez entregado el producto se desentiende de su destino: "No releo ni vuelvo a pensar en ello. Procuro olvidarme del asunto ocupándome de otra cosa".



"Las fuentes de la creación son como las del Nilo, nunca se está seguro del todo", dice Gutiérrez Aragón al hablar del origen de esta novela: "Quizá recrea uno de mis veranos traduciendo del griego, o más bien, intentando traducir, y dejando, a la vez, volar la imaginación adolescente". Lo que si tiene claro es que es su novela más personal, "aunque parezca un chiste, dado que solo es la tercera".








Manuel Longares

Los ingenuos (Galaxia Gutenberg)

Longares invierte tanto tiempo en corregir como en inventar. Pero cuando revisa, no cambia ni elimina escenas. Se limita a la palabra: "Corrijo términos, busco la expresión más adecuada a la idea que tengo, la más bella, elimino asonancias y trato de conseguir el ritmo de la frase", detalla el autor de Las cuatro esquinas. Su nuevo libro, Los ingenuos, indaga en el mismo sistema compositivo que aquél, sólo que en vez de cuatro espacios temporales, en éste hay tres, ligados por unos personajes comunes. Es la historia de una familia entre 1936 y 1975, es decir, desde la sublevación del 18 de julio hasta la muerte de Franco. Los miembros de esta familia viven y desarrollan sus actividades en el centro de Madrid y "ostentan como lazo de unión el don de la ingenuidad, un atributo del carácter que en la novela se reivindica".








Alejandro Gándara

Las puertas de la noche (Alfaguara)

Dice el cántabro Alejandro Gándara que "no hay novela hasta que se hace la última corrección. Todo lo anterior son preámbulos hasta descubrir qué es lo que se está escribiendo". Aunque otros autores siguen corrigiendo durante las pruebas de imprenta y, como ya hemos visto, seguirían corrigiendo de forma perpetua, no es su caso: cuando acaba de revisar el texto que tiene entre manos, el escritor lo entrega "llave en mano", es decir, acabado y rematado. Y a otra cosa.



La tarea ha sido más trabajosa en el caso de Las puertas de la noche, su última novela, que verá la luz en octubre y en la que la experiencia "vital y reflexiva" tienen un peso muy importante. "Es un manuscrito muy revisado, muy recompuesto. El montaje ha sido lo más difícil", asegura. Para construirlo, el escritor ha empleado el tiempo que le han dejado sus dos hijas pequeñas, "esas vampiras del tiempo", y por ese motivo, el esfuerzo aplicado ha sido "inenarrable".



Las puertas de la noche es "un texto contra el miedo a la pérdida o a la muerte propia, que son los miedos fundamentales y los que condicionan nuestra forma de estar en el mundo". Gándara dice que sus libros suelen parecerse en que todos son distintos de los demás, y éste no es una excepción. "Creo que nunca he repetido una estructura ni un tema, aunque al final un escritor escribe sobre lo mismo más de lo que a él le gustaría".








Isaac Rosa

La habitación oscura (Seix Barral)

La habitación oscura a la que alude el título de la última novela de Isaac Rosa es tan literal como metafórica. El argumento gira en torno a una habitación en la que nunca entra la luz y la evolución de ese espacio durante años abre varios asuntos: "Una mirada generacional (de mi generación, los nacidos en los 70), de dónde hemos salido y cómo hemos caído en este presente. Por otro lado, algunas preguntas sobre el momento presente, si las protestas en su forma actual sirven o no. Y por último, una reflexión sobre la tecnología como forma de control, y la pérdida de privacidad, un debate viejo que ahora Snowden ha reabierto".



El escritor ha empleado en esta novela un año de "escritura, reescritura, idas y vueltas, avances y retrocesos". Lo más complicado fue, asegura, "lo que es más básico en cualquier novela: elegir la voz, construirla y desde dónde contarla".



Rosa siempre aborda la corrección de sus textos literarios y periodísticos siguiendo el mismo procedimiento: escribe una primera versión y, a partir de ahí, va corrigiendo, recortando, ampliando, y a menudo el resultado final apenas recuerda al inicial, confiesa. En ese sentido, opina lo mismo que Gándara: "La primera escritura siempre es una forma de búsqueda, de pensar por escrito, y es en la reescritura, en la primera y en las sucesivas, cuando de verdad encuentro la novela".



El escritor corrige el texto hasta que le pide a su editora, Elena Ramírez, que se la arranque de las manos, que se la lleve y no le acepte ni una corrección más. "Hasta el día que entraba en imprenta todavía añadí alguna palabra aquí o allá. Con los años me vuelvo más obsesivo con las relecturas y correcciones, lo que no sé si es señal de madurez o de declive".




Venciendo la zozobra

¿Qué pasa por la mente de un escritor cuando se enfrenta por primera vez a lo escrito? ¿Qué sensaciones le produce pasar revista al fruto de tantas horas invertidas ante el folio o la pantalla en blanco? Para Guelbenzu, la inseguridad y la duda son consustanciales a la escritura: "Escribir es duro, ingrato a menudo y feliz cuando los hallazgos resplandecen". Lo mismo opina Longares: la inseguridad "es una zozobra consabida, no exagerada, que va unida a la creación". Y, además, muy personal: "Nadie puede librarte de las dudas que tienes, eres tú el único juez de lo que haces".



Cuando Bonilla corrige, lo primero que siente es desasosiego. "Luego un poco de fiebre y después, una vez aceptado que tampoco voy a cambiar el curso del mundo con mi libro, la inmensa paz de saber que ha llegado el tiempo de empezar algo nuevo".



"A ver qué te parece"

Manteniendo una distancia prudencial o embarrándose con el autor en este proceso de tachones, inseguridades y cambios de última hora, se encuentra la figura del editor. Guelbenzu ha estado en las dos posiciones: "Como editor que fui, he creído siempre que la lectura del editor debería ser sustancial, a cargo de un verdadero conocedor del arte de la escritura, lo cual es difícil de encontrar; tipos como William Maxwell o Gordon Linch se dan en los Estados Unidos, dedicados profesionalmente a leer y sugerir".



Rosa, por su parte, se siente afortunado por el apoyo que encuentra en su editora, Elena Ramírez. "Tengo suerte de contar con una editora como ella, hemos construido con los años una relación de confianza". En La habitación oscura, ha habido una comunicación "permanente y rica" entre ambos desde la primera página. "Me encanta trabajar así, soy afortunado", agradece el escritor.



También los más allegados, por supuesto, tienen el privilegio -o el infortunio- de participar en las correcciones de las novelas de nuestros autores consultados. "Un escritor suele ser sordo a sus fantasías y a sus defectos, necesita a alguien para escucharse a sí mismo", asegura Gándara. Sus textos pasan por las manos de tres personas muy cercanas antes de llegar a la imprenta.



También tres personas leen los de Torné: Ignacio Echevarría, Silvia Sesé y el poeta David Aceituno, además de su mujer. "Siempre paso para leer una versión que considero acabada. Como Divorcio en directo era la primera novela que no escribía en clandestinidad he añadido a este círculo a otros lectores más jóvenes e interesados que podían leer rápido y proporcionarme impresiones decididas", explica.



"Doy a leer mis manuscritos siempre a personas en cuyo criterio tengo enorme confianza", explica Guelbenzu, que da las gracias al final de sus libros a las personas que le ayudan en la tarea.



Los amigos de confianza a quienes Bonilla entrega sus manuscritos son el profesor Javier García Rogríguez, el escritor Miguel Albero y la profesora Yolanda Morató: "Al ser también mi mujer, es la más temible", asegura. En el caso de Una manada de ñus, se ha agregado a este trío la fotógrafa Sofía de Juan, para lograr una imagen expresamente para el libro.



Además del criterio de su editora, su mujer y algunos amigos, Isaac Rosa tiene el privilegio de contar con el de Pere Gimferrer y el de Marta Sanz. También su padre es una voz importante para él: "No suele leer ficción y precisamente por eso me interesa mucho su lectura".