Thomas Pynchon, un huraño entre la multitud de Manhattan
Thomas Pynchon
El enigmático autor norteamericano lanza en septiembre su octava novela, 'The Bleeding Edge', ambientada en el Nueva York del 2001, justo tras el pinchazo de la burbuja digital y antes del atentado contra las torres gemelas | Mientras, Paul Thomas Anderson intenta llevar a la pantalla su trabajo anterior, 'Vicio propio'Desde su escondite en algún rincón de Manhattan Thomas Pynchon, ya con 76 años a cuestas, emite muy de vez en cuando alguna señal de que está vivo y sigue escribiendo. Lo suele hacer a través de su editorial, Penguin. Esta vez ha anunciado que para el 17 de septiembre sus lectores, una especie de heterogéneo círculo de feligreses en continua expansión, tendrán una nueva novela sobre la que abalanzarse para saciar la curiosidad que despierta uno de los autores más enigmáticos de las últimas décadas, sin duda una de las voces más desconcertantes y creativas de la narrativa norteamericana de la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días.
The Bleeding Edge es el título de la que será su octava novela. Llega tres años después de Vicio propio, uno de sus trabajos más sujeto a las convenciones narrativas tradicionales: era una novela negra con un desarrollo casi lineal, algo insólito en un cultivador de lo aparentemente disparatado y la transgresión de los géneros. Quizá por esa razón Paul Thomas Anderson se ha atrevido con ella para llevarla a la gran pantalla (la película está en fase de postproducción). En cierto modo este nuevo trabajo de Pynchon puede considerarse como un regreso a casa, 50 años después. En efecto, V., su primer libro, publicado en 1963, es el único que está ambientado fundamentalmente en Nueva York. En esta ciudad es donde transcurre también la trama urdida por Pynchon en The Bleeding Edge. Concretamente en el año 2001, en un punto de inflexión crucial para el devenir de la historia reciente: acaba de producirse el estallido de la burbuja de la empresas punto com, que alcanzaron en esa época contizaciones desorbitadas en el Nasdaq, y los días están contados para que el terror islamista haga un siniestro strike con las Torres Gemelas.
Puede decirse que Pynchon agarra del cogote al lector para asomarle al momento en que nuestro mundo experimentó un cambio de paradigma, remachado a posteriori con la crisis económica. Es ahí donde la investigadora privada Maxine Tarnow desarrolla sus pesquisas. El hábitat de su día a día como detective es la zona bautizada como Sillicon Alley, ubicada donde se concentran buena parte de las compañías dedicadas a explotar el filón de Internet. En esta época es un territorio fantasma en el que, a pesar del brusco declive en el precio de la acciones, todavía quedan suculentas migajas por las que luchan una constelación de blogueros, hackers, timadores, tiburones de las finanzas... Al tiempo, intenta sacar adelante a sus dos hijos. La primera página de la novela, adelantada por la editorial, retrata una escena cotidiana para muchas madres: Tarnow llevando a sus hijos al colegio.
En ese pasaje Pynchon hace una descripción costumbrista del Upper West Side, muy reconocible para cualquier neoyorquino, como el propio Pynchon, que no hace más que reflejar en esta obra el entorno diario en el que se desenvuelve, sin que nadie (o casi nadie), eso sí, logré identificarlo. Manhattan, efectivamente, es lo más parecido a un hogar que un nómada como él podría concebir. Nació en el Condado de Nassau en Long Island. Y cursó Física en la Universidad de Cornell (en Ithaca). Pero interrumpió sus estudios para enrolarse en la Armada, con la que acabó en Italia. Tras la aparición de 1963 de V., que alumbró mientras trabajaba para Boeing, huyó de Nueva York. Ahí comenzó su periplo errante del que nadie sabe a ciencia cierta el itinerario exacto. Parece ser que anduvo por Manhattan Beach (California), en Berkeley y en México.
Pero en 1990 volvió a Nueva York. Ese año se casó con Melanie Jackson, su agente desde 1983, y en 1991 tuvo un hijo. El paradero de Pynchon en la urbe es una incógnita. La oficina de su esposa está en la calle 72, en un edificio conocido como The Hermitage pero los periodistas y curiosos que tratan de llegar a ella se topan con una secretaria hermética: nada de encuentros, entrevistas, citas. Nada de nada. Tampoco es posible acceder a él a través de amigos y familiares, que guardan una omertá inquebrantable. Pynchon siente aversión hacia la posibilidad de ser reconocido (e importunado) por desconocidos en la calle o lugares públicos. Además, la idea de celebridad literaria, especialmente extrema en el caso de ciertos escritores, le exaspera y le resulta indigna. Buenos ejemplos serían autores como Norman Mailer o Truman Capote, inquilinos casi permanentes en los medios de comunicación, no sólo por su trabajo literario sino también por aspectos colaterales a su oficio.
El anonimato de Pynchon, del que apenas circulan fotografías extraídas de sus matrículas académicas, aparentemente no está impulsado, sin embargo, por un deseo de soledad, o por la búsqueda de un espacio ajeno al mundanal ruido. Esos son los motivos que empujaron a J.D. Salinger (quizá el más venerable miembro del club de los huraños , junto con el cineasta Terrence Malick y el guionista de los Simpsons John Swartzwelder) hacia el interior de los bosques de New Hampshire en 1953.
En contraste, el artífice de enloquecidos artefactos narrativos como La subasta del lote 49 y El arco iris de la gravedad (premiado con el National Book Award), libros en los que los centrifuga alta cultura y géneros como el cómic y en los que que atropella los géneros a velocidad de crucero, vive rodeado de millones de conciudadanos con los que se relaciona a diario, como un neoyorquino más. Seguro que de sus pasos darán cuenta cientos de grabaciones de vigilancia. Más de un reportero se frotaría las manos si pudiese acceder a ese material clasificado. Y aparte de esto, se encuentra perfectamente engranado en la maquinaria de la industria editorial, con una esposa que se gana la vida como agente literaria.
Pynchon representa uno de los más logrados ejemplos de cómo lograr la fama rehuyéndola. ¿Es en el fondo lo que buscaba? Con Pynchon es imposible de saber. Pero la jugada es redonda: al margen de los muchos méritos de su obra, es innegable que muchos se acercan a ella movidos por el morbo y la curiosidad que suscita su invisibilidad manifiesta.