Ricardo Piglia presenta en La Casa de América su novela El camino de Ida. Foto: Casa de América
De fondo, el caso del Unabomber, la figura del inadaptado y un discurso en torno a cómo la literatura puede transformar y reescribir la vida
Lo que empieza como un libro de campus, urdido a través de los diarios y las notas que el propio Piglia tomó en su época de profesor en Nueva Jersey, se complica a través de una trama próxima a la novela policíaca que es la excusa del novelista para reescribir a su manera, con total libertad y sin prejuicios, el caso del Unabomber, el terrorista ilustrado que se apartó de la sociedad mientras enviaba cartas bomba durante años a instituciones académicas. Este escenario le sirve a Piglia para poner en pie una honda reflexión sobre el fin del capitalismo, la vuelta a la naturaleza, la posibilidad de reescribir la vida y la violencia que acecha a los individuos que viven en Norteamérica. "Podemos hablar del libro o de lo que quiera", ofrece el autor de Blanco nocturno. Y habla. Piglia habla de todo, pero sobre todo de las novelas y del oficio del que escribe.
- Querría empezar por lo más sencillo, por sus recuerdos como profesor en Princeton. Es frecuente que los extranjeros que acuden a Estados Unidos a estudiar o enseñar incidan en la incomodidad que se vive en el interior de un campus universitario.
- Siempre que escribo es a partir de alguna experiencia personal, sólo puedo escribir sobre lugares donde he vivido, como si necesitara una localización para poder desarrollar la imaginación. Tuve la idea de escribir una novela sobre mi experiencia en Estados Unidos y lo que tenía como horizonte era esa sensación de extrañeza que uno siente cuando está muy adaptado a un lugar. No es la sensación de alguien que está desterrado ni tampoco la de alguien que vive en la sociedad en unas condiciones precarias. No, yo estaba muy bien instalado ahí, vivía como cualquiera de mis colegas y, sin embargo, nunca perdía esa sensación de distancia frente a los hechos.
- ¿Entonces a qué responde esa incomodidad de Renzi?
- Cuando trabajaba allí nunca dejaba de observar de una manera excesiva ciertos hechos que quizás a otros le hubieran pasado desapercibidos. Como llevo un diario desde hace mucho, muchas de esas experiencias las anotaba y fue un material que me ayudó a definir ese tono, porque muchas veces en la novela lo importante es la voz que tiene el que narra. En ese sentido, para mí estas novelas son autobiográficas, no porque reflejen de un modo completo lo que he vivido sino porque representan momentos. Lo que me interesaba era ver de qué modo se podía reconstruir esa experiencia por alguien que la había vivido, pues el narrador estaba incluido en los hechos que estaba narrando. A la vez, el campus tiene la virtud de permitir algo que siempre buscamos los narradores: ¿Qué hacemos para juntar a mucha gente en un lugar? Es un lugar en el que las relaciones humanas son más visibles.
- Lo que parece una novela universitaria se transforma en una trama policial y luego en una reflexión sobre diversos aspectos del mundo en que vivimos.
- Tenía claro que la experiencia que iba a tener Renzi trascendería ese campo. El motor era esa experiencia y luego se iba a abrir hacia Estados Unidos y sabía que se iba a enamorar del alguien. La escribí en un año, relativamente rápido respecto a mis ritmos habituales, y hubo experimentación en el sentido de que tomé algunos hechos de la realidad. Pero no es una historia tan basada en los hechos como Plata quemada; toma ciertos acontecimientos o personajes que yo había conocido y que la ficción transformó.
- Antes de que la trama se complique con la muerte de Ida, la profesora de la que Renzi se enamora, y de que arranque la investigación, hay ya una serie de sensaciones que luego son el fondo filosófico de la obra, me refiero a esa amenaza constante de la violencia.
- Ahí funciona la mirada más interesada en la trama. Uno se sorprende al ver la violencia que hay en el interior de las ciudades norteamericanas, cuando en realidad el Estado suele hablar de las amenazas externas siempre. Decidí basarme en esas experiencias que se han repetido, las de alguien que por motivos ligados a una situación social, como la pérdida de un trabajo, actúa de una manera inesperada, motivaciones que parecen mínimas a simple vista pero que reflejan una sociedad en la que no hay mediaciones sociales que permitan que los individuos encuentren un campo de apoyo. No es que con esto podamos hacer una teoría perfecta sobre por qué se produce la violencia, pero es una pregunta que me hago: ¿Por qué tantos individuos aislados que tienen detrás una situación social incómoda toman la decisión de actuar con la violencia irracional?
- Y ahí entra su estudio y su reinterpretación del caso del Unabomber. ¿Qué le llama la atención de él? ¿Su cultura, sus objetivos, los hechos que le hicieron sentirse fuera del grupo?
- Al principio no lo tenía como objeto del libro, fue surgiendo del recuerdo que tenía de los hechos. Transformé al personaje en Munk pero mantuve las cuestiones que me parecieron más cercanas, con las que podía identificarme. Por ejemplo, él había leído la novela de Conrad El agente secreto, y había tomado de ahí algunos elementos para definir el modo en que actuaba. Se inspira en el profesor que abandona su prestigiosa carrera universitaria y comienza a realizar actos anarquistas contra científicos y matemáticos. Eso me interesó muchísimo.
- La literatura a la que le salen piernas y echa andar por el mundo. Es una tradición muy argentina.
- Sí, me interesa en todo lo que escribo no sólo el modo en que una novela refleja la realidad sino de qué manera la ficción actúa en la realidad. Y es cierto que en la realidad argentina tiene una presencia muy fuerte. Lo más interesante de Borges está ahí, como en aquel cuento de una enciclopedia que construye un mundo imaginario que luego empieza a actuar en la realidad. También está en Cortázar. Todos estos elementos encontraban su punto de anclaje en este individuo de por sí muy extraordinario y muy atractivo como héroe de una novela, alguien que toma la obra de Conrad como modelo de vida, la ficción como ejemplo de lo que hay que hacer en la realidad.
- Ahí hay otro juego, porque también usted parte de distintas ficciones para reconstruir su propia vida, su experiencia en Estados Unidos.
- Eso es. Este procedimiento de ficcionalización para salvaguardarnos de la realidad o entenderla mejor también se da en la vida personal, porque uno también tiene sus ilusiones y sus ficciones y también se cuenta la vida propia un poco transformada. Estamos ligados a situaciones que no terminamos de vivir bien o que dejamos de lado y que, de haber continuado su camino, habrían dado lugar a una vida distinta. Es muy probable que uno imagine cómo habrían sido las cosas si esto o aquello.
- Renzi, como usted, como el terrorista Munk, reconstruye la realidad y trata de entenderla también a través de referentes literarios. En el libro están Hudson, Thoreau, Tolstói...
- Hudson es un escritor poco conocido hoy que vale la pena ser releído. Entra en la trama porque Renzi está dando un seminario sobre él pero también porque prepara la problemática del regreso a la naturaleza como refugio frente al capitalismo, que es algo muy habitual hoy. Esa tradición de Thoreau, de los hippies y de una vida sencilla está muy presente hoy. No soy un fanático de la naturaleza pero por momentos también tengo esa fantasía. Lo importante es que lo que uno trata de narrar también esté presente en el horizonte de los lectores y creo que todos en algún momento deseamos salir de la ciudad. Esos casos más extremos de estos autores me servían como refuerzo para ver que la actitud de Munk no era tan extravagante, para demostrar que había grandes pensadores que habían tomado ese camino. Hudson llega por primera vez a la Inglaterra de la revolución industrial y se siente sorprendido, como le pasó a Dickens, y recorre la literatura de aquella época en el sentido de la desigualdad, del mundo malsano del desarrollo. No se va al campo pero recuerda como si la tuviera presente su etapa en la Pampa, lo suyo es un ejercicio de nostalgia que convierte la región en un lugar ideal, a pesar de que es muy salvaje.
El caso de Tolstói es todavía más intrigante, escribe Ana Karenina y Guerra y paz y abandona la literatura, deja sus propiedades, empieza a tratar de vivir como un campesino y construye esa gran teoría que luego muchos continuaron. Algo que siempre está presente en estos casos es el hecho de trabajar con las propias manos: Tolstói quiere hacer botas y acude a aprender del zapatero de un pueblo ante el pasmo de sus habitantes. Entonces viene Turgueniev y le pide que por lo menos escriba a la mañana, que el gran escritor ruso no puede dedicarse a fabricar zapatos. En fin, esa serie de situaciones forman para mí el contexto que hace comprender al lector lo que está por pasar en los capítulos finales.
- ¿Qué sucede hoy para que la figura del inadaptado, un clásico en la literatura, opte por el terrorismo?
- He tratado de no tomar posición y de dejar al lector la posibilidad de juzgar los hechos. He sido lo más fiel posible a lo que imaginaba que podía ser el pensamiento de este muchacho. Siempre me ha interesado trabajar con personajes límite, esa es la razón y el desafío de la novela para mí. Para un novelista la clave está en entender el pensamiento de personas que están muy alejadas de uno mismo. La clave de la novela es la conversación final de Renzi con Munk, que en realidad no se resuelve, cosa que yo ya sabía. Pero lo que busqué fue que hablara de una forma comprensible.
- De hacer comprender al lector los distintos ángulos que lo componen y que le han llevado a cometer sus actos.
- Es que hay una tendencia, no sé si en la sociedad o en los medios, que consiste a definir a las personas por un solo rasgo y, por lo general, despectivo. Decimos el ladrón, el asesino, la prostituta... cuando en realidad esas personas son muchas cosas más y aquella no es más que una de sus características. Tendemos a esquematizar, nos cuesta convertir al otro en alguien más complejo. Una de las funciones de la novela es la experiencia de la complejidad, las novelas tienen la virtud de que uno puede entrar en el pensamiento y en el sentimiento de las personas, por eso también las leemos, porque vemos que los demás son parecidos a uno, nos permiten bucear en la complejidad de las personas más allá de las impresiones de la vida real.
- Es cierto que no juzga, pero el libro lanza frases muy lapidarias, como cuando la vecina rusa determina que "el terrorista es el héroe del siglo XXI" o los distintos debates que levanta sobre el fin del capitalismo.
- Ahí hay opiniones mías. La vecina rusa sostiene esa hipótesis porque piensa en cómo se transforman ciertas figuras del imaginario social: el dandy, el aventurero... En el caso del capitalismo, creo que sí, que a veces llamamos realidad a lo que tendríamos que llamar capitalismo. Es una forma social que no es eterna y podríamos vivir un poco mejor si pensamos en un modelo que produzca diferencias menos tajantes. La postura de Munk es la de un hombre para el que no parece haber alternativa. Está solo, viviendo en su mundo y tratando de ver si puede alterar algo. Yo no lo tengo claro, por eso dejar ese interrogante me pareció interesante.
- El título del libro, que juega con el nombre de la profesora muerta, Ida, que parece indicar que estamos en un camino de no retorno, que no hay alternativas si se amplía a los distintos niveles de lectura de la novela.
- Me gustaba esa idea para la trama, es un camino que se toma corriendo todos riesgos. En Buenos Aires la expresión está asociada a la droga, a los chicos que están fuera del mundo. Acá se refiere a las alternativas, a dónde está el regreso socialmente hablando. Por otro lado está el personaje de Ida, muy atractivo a mi juicio. He conocido a mujeres que han tomado decisiones tajantes sin perder su cualidad femenina. Ahí hay algo que tiene que ver con las vidas posibles, con la doble vida... es lo que encarna ella por el lado de su clandestinidad erótica.