Antonio Garrigues Walker. Foto: Bernardo Díaz

Premio Jovellanos, 2013. Nobel. Oviedo, 2013. 278 páginas, 22 euros

Actual presidente del gran despacho de abogados fundado por su padre y su tío, jurista de prestigio y buen conocedor del mundo de los negocios, Antonio Garrigues Walker ha sido durante décadas un prolífico conferenciante y articulista, cuyos análisis de la actualidad española e internacional se han basado siempre en su convicción de que la libertad económica es el fundamento de la libertad política y ésta es el fundamento de aquella.



En España, las otras transiciones, premio Internacional de Ensayo Jovellanos de 2013, ha recopilado algunos textos escritos por él entre 1956 y 1986, es decir en treinta años cruciales en los que España experimentó un cambio radical no sólo gracias a la transición política, sino también a esas otras transiciones que tuvieron lugar en los planos económico, sociológico y cultural. En tales textos se encuentran análisis de plena actualidad, mientras que otros nos devuelven el tono de una época lejana, pero en la que se sentaron las bases de nuestro presente.



Conviene decir de entrada que Garrigues no se suma a la moda actual de descalificar los consensos del período de la transición y atribuirles los males del presente, como si de lo que entonces se pactó se hubieran derivado inexorablemente los casos actuales de corrupción o la deriva montaraz de los nacionalistas. Lejos de ello, sostiene que los españoles de aquellos años, enfrentados a problemas más difíciles que los de ahora, tuvieron un comportamiento muy positivo, en conjunto mejor que el que estamos teniendo en nuestros días, en los que parece haberse diluido la pasión por construir una España mejor.



Sin embargo reconoce que ya en los inicios de nuestra andadura democrática se manifestaban debilidades que hoy siguen pendientes: un capitalismo poco ambicioso, políticos incapaces de conectar con las inquietudes de los ciudadanos, unos partidos sin democracia interna, una falta de saber hacer en las relaciones internacionales, un nivel inaceptable de desempleo y una televisión de bajo nivel cultural.



Si la comparación se efectúa con 1956, el balance positivo resulta sin embargo abrumador. El Real Madrid ganó la Copa de Europa en ese año, pero salvo en los estadios de fútbol el panorama era el de un país atrasado, sometido a una dictadura que ese mismo año declaró el estado de excepción en respuesta a unas protestas en la Universidad de Madrid, y en el plano fiscal mucho más corrupto que la España de hoy. Como asesor de inversiones, Garrigues era consciente de las dificultades que para las empresas extranjeras representaba en los años 60 adaptarse al peculiar modelo fiscal español, en el que la evasión se situaba en torno al 60 o 70% y un pequeño o mediano empresario que pagara los impuestos debidos se arruinaría frente la competencia desleal de los evasores.



En los años 70 Garrigues se mostraba contrario al modelo de economía mixta que predominaba en buena parte de Europa -en concreto en Francia- caracterizado por una fuerte presencia de la empresa pública y un dirigismo administrativo. Creía necesaria una liberalización económica y el panorama político de los primeros años de la transición, en el que los comunistas se presentaban como los más puros defensores de la libertad, los conservadores se disfrazaban de socialdemócratas y los socialistas no habían aclarado si eran "marxistas a medio plazo o neocapitalistas avanzados socialmente", le resultaba inquietante. Así es que se sintió muy satisfecho cuando el gobierno socialista salido de las elecciones de 1982 afirmó desde el primer momento que no iba a seguir el ejemplo de Mitterrand, por entonces empeñado en una política de corte socialista clásico que pronto abandonaría. González dejó en manos de Boyer la política económica, que se ajustó a lo que todos los gobiernos de los países desarrollados consideraban inevitable: lucha contra la inflación, control del déficit público, reducción de la regulación burocrática, flexibilización del mercado laboral, disminución del proteccionismo.



La necesidad de adaptarse a la globalización ya era visible entonces. La política económica de los gobiernos socialistas, acertada e incluso inevitable en sus rasgos generales, no logró sin embargo dar a la economía española el impulso necesario para evitar que se llegara a la dramática cifra de tres millones de parados, que aunque pudiera ser en realidad menor por la existencia de la economía sumergida, era elevadísima en comparación con la de países similares. En opinión de Garrigues, la política económica socialista nunca alcanzó la coherencia necesaria, debido en parte a las divisiones internas de un PSOE en el que convivían "neoliberales, socialdemócratas y marxistas", y ello tuvo consecuencias negativas especialmente en el plano psicológico, crucial para la vida económica, en la que la confianza es un activo fundamental.



Otro plano esencial de la transformación de España fue la apertura al exterior. 1986, punto final del período analizado en España, las otras transiciones, fue el de la entrada de España en la Comunidad Europea, en enero, y del referéndum sobre la permanencia en la OTAN, en marzo, dos hechos que supusieron la plena integración de nuestro país en el marco institucional europeo y occidental. Esa integración no representaba para Garrigues un punto de llegada, sino el comienzo de una etapa en que España debía participar en una transformación de la propia Europa. Esta debía optar por una genuina economía de mercado, abandonando el modelo mixto, y superar los estrechos marcos nacionales. "Cada país -escribió Garrigues en 1976- quiere conservar su moneda, poseer sus fábricas de acero, de automóviles, sus servicios".



En el cuarto de siglo trascurrido desde aquel ya lejano 1986, la integración europea se ha profundizado, se han incorporado a ella países de la Europa central y oriental antaño subordinados a Moscú, el euro ha desplazado a muchas monedas nacionales y las economías se han liberalizado. Muchos de los cambios que Garrigues deseaba hace 30 años se han realizado, pero España y Europa se enfrentan a nuevos desafíos. La economía española ha atravesado una larga recesión de la que apenas se comienza a ver la salida, el problema estructural del desempleo se ha agravado, el Estado de las autonomías no ha logrado contener las ansias secesionistas, la UE no ha conseguido promover la recuperación de sus miembros meridionales, atenazados por la crisis de la deuda soberana, la unión política se aleja en el horizonte y la defensa europea es una entelequia. En los años de la transición afrontamos sin embargo retos no menos difíciles. Hoy, como entonces, necesitamos confianza en nosotros mismos y un optimismo como el que mantiene Garrigues: "Tengo para mí -escribe- que vamos a una época mejor, sustancialmente difícil pero mejor, tanto para el mundo como para España". Sólo nos resta confiar en que tenga razón: todo depende de nosotros, los ciudadanos de hoy.