Este impenitente erudito, ensayista e historiador de la Academia Francesa y una de las mayores figuras de la cultura europea actual, acaba de publicar en España todos los estudios que ha ido haciendo durante años acerca de lo que él ha llamado La República de las Letras. Marc Fumaroli (Marsella, 1932) dirige en el Centre Nationale de la Recherche Scientifique de París, junto a Antoine Compagnon, una unidad de estudio en torno a ese concepto, el de La República de las Letras, una comunidad espiritual e intelectual constituida por los discípulos de Petrarca y que, por encima de diferencias nacionales y religiosas, desde el siglo XV apostó por el civismo ilustrado hasta entrar en crisis poco tiempo antes de estallar la Segunda Guerra Mundial.
Ataviado con un traje gris marengo de corte impecable en el que no falta el chaleco, soporta con estoicismo los 30 grados y el sol de justicia que caen sobre Barcelona a pesar de estar ya a mediados de octubre. Una corbata de seda color vino de Burdeos combina a la perfección con el pañuelo de idéntico tono que asoma, en gesto estudiado y coqueto, por el bolsillo superior de su chaqueta. La cabellera espesa y blanca como la nieve, perfectamente ordenada, enmarca una mirada atenta y distante, teñida de ese punto de arrogancia que tanto les gusta mostrar a ciertos caballeros franceses.
Catedrático de la Sorbona y del Collége de France, Caballero de la Legión de Honor, presidente de la Asociación de Amigos del Museo del Louvre y especialista en autores cómo La Fontaine, Chateaubriand o Montaigne, confiesa que su día ideal es aquel en el que pasa "por lo menos, unas doce horas leyendo, pero no seguidas, eh, no se crea, las alterno con breves paseos ", aclara y señala que "hay dos tipos de cultura, la del ocio, el entretenimiento y la diversión, que es una cultura puramente comercial. Y la del alma, que ni se compra ni se vende y que, desgraciadamente, hoy escasea. Ésta última se basa en el aprendizaje, el estudio, la transmisión, la retórica, la discusión, el intercambio... y todo esto es muy difícil en estos tiempos en los que lo único que cuenta es vender. Los grandes nombres de la cultura actual son Henri Pinault, Karl Lagerfeld y Bernard Arnault y ellos sólo piensan en hacer crecer sus respectivos negocios".
Pero existen soluciones a eso, continúa. "No quiero ser pesimista ni ahondar en visiones catastrofistas, por eso confío en que los que tienen el poder sean conscientes de lo desalentador que es el papel de la cultura hoy en día, y sepan enmendar el asunto y dirigirlo por otros derroteros. Los europeos han tenido su República de las Letras y ese ha sido uno de los factores más decisivos de la civilización, de la pacificación política y moral de la Europa moderna. Ahí hay un modelo que podríamos emular de nuevo. Sería una entidad espiritual que no tendría por qué ser religiosa, y que debería unir a Europa por encima de lazos económicos y de poder. Sería un movimiento elitista pero con una dimensión de contagio y de transmisión de conocimiento, que desearía extenderse cuanto más mejor".
Fumaroli, que afirma no haber sostenido jamás en sus manos un iPad ni un ebook "porque son objetos que no me seducen nada. Prefiero la sensualidad del libro, el placer de tocar sus páginas, de acariciar su portada y de dejarme llevar por el olor de su tinta para meterme de lleno en su contenido", señala también que "el Estado debería adoptar un papel educador sobre sus ciudadanos. Antes los grandes educadores eran la escuela y la familia. Pero ahora ha aparecido un rival, que son las nuevas tecnologías. Los niños y los jóvenes están abducidos por ellas, empiezan jugando con maquinitas ya de bien pequeños y crecen pegados a sus ordenadores y sus teléfonos móviles, no saben hacer nada sin ellos. La relación humana, y en consecuencia el diálogo, la polémica y la discusión, han quedado enormemente relegados. Sé que es un reto enormemente difícil, pero los Estados deberían cuestionarse muy seriamente la cuestión de la educación y la formación de sus jóvenes. Ellos son nuestro futuro".
El que ha sido calificado como "el más fiero polemista cultural y erudito" reconoce que lo que más le gusta es pasar los días dedicados al estudio, la lectura, las clases y la investigación, "pero mi deber cívico como ciudadano responsable es explorar e interesarme por los destinos de mi comunidad y si no me gusta lo que veo grito, protesto y busco modelos que sean más válidos que los actuales. Remover y agitar conciencias es un deber cívico".