Guillermo Cabrera Infante. Foto: Domenec Umbert
Volver a escuchar la voz literaria de Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929 - Londres, Reino Unido, 2005), ocho años después de su fallecimiento, sólo puede ser un motivo de celebración, y más si, como este Mapa dibujado por un espía, se trata de una obra póstuma, la tercera que recupera la editorial Galaxia Gutenberg tras La ninfa inconstante (2009) y Cuerpos divinos (2011). La edición se acompaña de una esclarecedora nota preliminar de su editor, Antoni Munné, acerca de los avatares de este libro casi secreto (guardado en un sobre durante años y abierto cuando el escritor ya no vivía) y el momento y las condiciones que envolvieron su dolorosa gestación.Mapa dibujado por un espía narra, en una precisa crónica, los acontecimientos en los que se ve envuelto a sus 36 años el autor de Tres tristes tigres cuando, en el verano de 1965, siendo agregado cultural en la embajada de Cuba en Bruselas (labor desempeñada desde 1962), recibe el aviso de regresar a la isla por la repentina gravedad de la salud de su madre. Tendrá que realizar un complicado vuelo Bruselas-Amsterdam-Praga-La Habana, aunque ya en el aeropuerto de Amsterdam le comunican la muerte de su madre, Zoila Infante. En Bélgica se queda su esposa, Miriam Gómez, y lo que iba a ser una estancia de una semana en Cuba para el entierro y funerales, deviene una pesadilla cuando, inexplicablemente, las autoridades castristas le impiden salir de vuelta a Europa, a sólo quince minutos del embarque con sus dos hijas, de once y siete años. Se trata, pues, de un regreso imposible y hasta fantasmal a un mundo desmoronado, y uno piensa en otros regresos literarios a infiernos diversos como aquel célebre de Alberto Manguel (Bruguera, 2007), o en esa idea tan alemana y sebaldiana de la Unheimliche Heimat, la patria inquietante que ya no acoge, que se vuelve siniestra y ni siquiera puede sentirse más tiempo como propia. "Todos le parecían como agobiados por un pesar profundo (...) El miraba las calles familiares y a la vez ajenas" -escribe Cabrera Infante.
Con la incertidumbre de si logrará arreglar su situación, y el desconocimiento absoluto de cuál es la falta que le hizo caer en desgracia, la estancia en La Habana se prolonga más de cuatro meses en los que, sin ser un contrarrevolucionario, abre los ojos a la realidad de la Revolución a través de los testimonios de sus muchos conocidos y las mil observaciones y constataciones cotidianas de la escasez, el miedo, las injusticias... Ya en el prólogo del propio autor (páginas 19 a 35) nos brinda la prehistoria de la Revolución, describiendo esa terrorífica figura del agente de seguridad Aldama y los años de hampones de diferentes facciones y siglas empeñados en eliminarse y obtener el poder, entre ellos Fidel Castro.
Cabrera elige la crónica directa para narrar esta historia, sin la "voluntad de estilo", los experimentos y los juegos lingüísticos que en otros libros desplegaba. Sin embargo, hay algo envolvente y delicioso en lo que cuenta y en la gracia genuina con la que desgrana su historia, rebosante de talento, ocurrencias y su especial sentido del humor, a pesar de las aciagas circunstancias. Si algo hay en este libro (en el que aparecen y juegan su papel una gran parte de los intelectuales y políticos más relevantes de aquel momento revolucionario) es el registro y la estampa precisa de los movimientos y diálogos de unos y otros, a pie de calle, en un velorio, en un restaurante o cabaret, o en las salas de los ministerios en donde el protagonista trata de solucionar su problema.
La peripecia es kafkiana por tratarse de una larga espera en la que se sabe deudor y culpable sin que nadie le enuncie la deuda y la culpa por la que cayó en desgracia o las razones para acusarlo. Simplemente choca contra el aparato del Estado, contra la infinita burocracia y el silencio administrativo. Ni siquiera es consciente, aunque lo sospeche, de a qué nivel pudo fraguarse esta venganza que se cuenta en el libro. Mapa dibujado por un espía es un largo relato continuo, sin capítulos ni cortes, que tiene mucho de tristeza y despedida (de sus amistades, de su lugar de origen, de todo un mundo) pero también de la purificación personal de quien aligera peso al narrarlo. Y lo hace además de un modo conmovedor, lúcido, elegante, honrado en la desnudez con la que se muestra ante el lector también para relatarnos sus aventuras amorosas con unas y otras mujeres en esos meses en la isla, al tiempo que su añoranza del amor de su vida, Miriam Gómez.
El narrador resulta cercano también en sus miedos y premoniciones (como en su temor por una otitis infecciosa que contrae su hija en un día de playa y que casi le cuesta la vida). En paralelo conocemos la peripecia de su hermano Sabá Cabrera, que también queda retenido en la isla, aunque por menos tiempo, cuando llega a La Habana desde Madrid, donde también cumplía misión diplomática.
En el retrato de todo un mundo que se ha vuelto espectral, en el detalle de un reino del terror totalitario donde todos sospechan y desconfían de todos, describe magistralmente el autor los males que va encontrando a su paso: la precaria atención médica, la escasez de alimentos (esa especie de dieta nacional de arroz y frijoles blancos), la imposible e interminable burocracia estatal, la persecución (temibles "recogidas") de homosexuales por parte del Departamento de "lacras sociales", las expulsiones de estudiantes universitarios perpetradas en juicios populares sin posible defensa, el monopolio editorial, musical o cinematográfico, el deterioro de la Habana Vieja y el cierre de sus muchas librerías y comercios, los cortes de agua, la vigilancia extrema de los ciudadanos y la obsesión por detectar contrarrevolucionarios, el carácter inflexible de Fidel Castro y sus purgas de aquellos que le oponían mínimas objeciones, le decían la verdad, o sencillamente habían pertenecido en su momento a la órbita o las tesis del Ché Guevara, incluso aquellos revolucionarios que en su día habían ocupado cargos ministeriales (como fue el caso de Oltuski).
Tiene gran protagonismo Gustavo Arcos, entre los héroes combatientes del 53 que acaban encarcelados por sus viejos camaradas. La reacción de Haydée Santamaría en la Casa de las Américas ante el asunto de los presos políticos, o la expulsión de las bibliotecarias por recomendar tiempo después una novela de Guillermo Cabrera Infante en una lista de lecturas, da cuenta del grado de control y la paranoia que se vivía entonces.
Cabrera muestra el absurdo de aquellas campañas anunciadas por megáfono para que los jóvenes cubanos viajaran a Argelia o tomaran parte en la plantación de un millón de eucaliptos en la propia Cuba (provincia de Oriente), para luego arrancarlos en beneficio de la caña de azúcar, con el único objetivo de mantener entretenida a la juventud. Mucho tiene este libro de la fascinación del premio Cervantes de 1997 por la belleza femenina, pero también, y sobre todo, de las idas y venidas con su numeroso grupo de amigos/as a lo largo y ancho de la ciudad, movimientos que dan pie a una infinita gracia conversacional que construye otro relato dentro de este gran y fascinante Mapa dibujado por un espía.