Maquiavelo en una ilustración de Gaspar Meana. El Mundo
Hoy se cumplen 500 años desde que Maquiavelo concluyó la escritura de 'El príncipe'. Fernando Savater, Joaquín Leguina, Antonio Escohotado, Javier Gomá, José Antonio Marina, Jorge Fernández Gonzalo y José Sánchez Tortosa analizan la obra inaugural de la política modernaHace hoy 500 años Maquiavelo le puso punto final a El Príncipe, aunque no fue publicado hasta 1532. A cambio, Lorenzo Médici le obsequió con dos tristes botellas de vino. El manuscrito constaba de 26 capítulos titulados en latín que su autor, este hombre de ojos ratoniles y portentosa ambición, nunca llegó a ver publicados. Tampoco pudo imaginarse que su libro se convertiría en el primer tratado de la política moderna, un clásico del pensamiento que hoy todavía sigue suscitando debate. ¿Quería medrar, recuperar favores? ¿Se inspiró en César Borgia o en Fernando el Católico? ¿Inventó el marketing político? ¿Fue el fundador del republicanismo moderno o un defensor de la guerra? ¿Cobran interés algunas partes de su obra en un momento en el que la política vive instalada en el desastre? Una enésima visita a sus postulados nos devuelve a su ambigüedad, al debate sobre su presunta amoralidad y a su proverbial oportunismo, pero también a una biografía que en plena época contemplativa, la del Renacimiento, nos habla de un personaje volcado a la acción y con la cabeza puesta en lo material.
Para celebrar la efeméride, la Biblioteca Nacional de España inaugura hoy en su museo una muestra con una decena de ejemplares de las obras de fondo antiguo (hasta 1831) de Niccolò Bernardo di Machiavelli. Este fondo cuenta con un ejemplar de la primera edición romana de Antonio Blado de 1532, una rareza bibliográfica de la que son contados los ejemplares conocidos en el mundo. El objetivo de la exposición es trasladar a la opinión pública la importancia de Maquiavelo y la vigencia de su obra en el momento actual, cuestiones que hemos formulado a algunos de los pensadores españoles más destacados.
Empezamos con Joaquín Leguina, escritor y ex presidente de la Comunidad de Madrid, para el que El príncipe sigue siendo una obra capital de la que recomienda su lectura hoy, aunque en la versión con anotaciones de Napoleón, a su juicio más interesantes que el propio libro del político florentino, para el que tiene una crítica: "En sus páginas apenas aparecen ideas sobre la moral o la ética, a todos los que piensan que la política es una ciencia les parece estupendo, pero política son relaciones humanas, por eso Maquiavelo no es de mis favoritos, a pesar de que era un hombre inteligentísimo, alguien que reflexiona sobre política sin adherencias. Para Leguina, que bromea pensando en lo poco que a Maquiavelo le habría gustado el adjetivo "maquiavélico", hoy todos los políticos al uso quieren serlo. Y concluye: "Su uso de los fines y de los medios me parece muy poco interesante en la actualidad".
En cambio, para el filósofo Antonio Escohotado, la ausencia de moral en Maquiavelo es lo que le hace especialmente elegante: "Escandalizó por su falta de escrúpulos y por su manera frontal de decir las cosas pero, sin embargo, comparado con todos los demás teóricos políticos futuros, iba a ser el más educado. Si lo comparamos con las técnicas de golpe de estado y con los modos de hacerse con el poder que se han ido desarrollando, los de Maquiavelo son, a parte de sagaces, francos. Ahora es un angelito de la caridad en comparación con la teoría del golpe de estado en Bakunin y Lenin. Mientras otros se quieren apoderar del Estado para hacerle bien al pueblo, él aclara que es el Príncipe el que debe salir beneficiado", insiste Escohotado, que recuerda también su cualidad de autor no expuesto a modas. "Es muy válida su Historia de Florencia en el sentido de lo que va a ser la Historia, que ya no va a hablar de reyes y casorios sino de cómo se va desarrollando un conjunto socioeconómico", amplía el filósofo, que apunta otra virtud del trabajo de Maquiavelo, "su notable brevedad".
Por su parte, el también filósofo Fernando Savater insiste en la idea de la honestidad. Y si bien no puede decirse que sus teorías puedan servir como prontuario directo de la vida de hoy, sí es cierto que es un autor al que no podemos ya quitarnos de encima. Además, Savater desmiente la mala fama que acompaña a Maquiavelo: "No es verdad que las de El príncipe sean unas lecciones para convertirse en el demonio, pues para empezar los humanos no hemos necesitado nunca de un libro para eso. Hay que entenderlo como una puerta a la sinceridad política, como un pensador que, curiosamente, era muy poco maquiavélico". Además, hay otro aspecto en el que no puede rechazarse su teoría, aquel donde resuelve que el Príncipe gana más siendo temido que querido: "Eso sigue siendo cierto, son los temidos los que se abren paso y los que incluso acaban siendo queridos". Como a Leguina, le divierten mucho los comentarios de la edición de Napoleón, al que seguramente la propuesta del autor le parecía cosa de Disney.
Javier Gomá, director de la Fundación Juan March, pone sobre la mesa otro aspecto clave, su dualidad: "Es un hombre del Renacimiento, que en sí es un periodo de dos almas, una que mira al pasado y otra que mira al futuro. En sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Maquiavelo piensa en los grandes del pasado y trata de recuperar para la edad moderna algunas de las virtudes republicanas de los romanos. Luego está el Maquiavelo de El príncipe, con un ojo puesto en el futuro. La diferencia es que en el primero describe cómo debe ser el mundo de acuerdo con los modelos clásicos y en el segundo cómo es el mundo en el presente. Con ello inaugura el pesimismo antropológico. El hombre de El príncipe es malo y debe ser controlado desde la fuerza y la violencia, de forma que la única manera de ejercer el poder es a través de la coacción. La paradoja es que este Maquiavelo ha sido el que ha tenido mayor repercusión pero hoy es el momento del Maquiavelo que mira al pasado, pues el ciudano moderno se apercibe como demasiado individualista y se recomienda algún tipo de participación en la sociedad".
Como recuerda Gomá, los estudiosos han venido destacando que, atendiendo a una y otra época del pensador, parece que asistiéramos a la obra de dos personas distintas. Frente al autor renacentista de Tito Livio, el que firma El príncipe es un ensayista "descarnado, realista e incluso sórdido", enumera el filósofo, que atribuye esta contradicción en su obra al hecho de que Maquiavelo viviera en una Florencia en la que se alternaban repúblicas y principados. "Se acomodó a la situación política de su tiempo, pero cabe pensar que debía ser un hombre recto y honesto. Simplemente, cuando rige un sistema republicano el valor principal es la participación, mientras que con los Médicis se inhibe la situación anterior". Gomá recomienda sin pensarlo su lectura y sus biografías: "A veces olvidamos que el Renacimiento es una etapa muy retórica en la que no hay grandes filósofos. Maquiavelo fue un excelente retórico, un maestro del lenguaje".
Desde que escribió La pasión del poder, José Antonio Marina siente fascinación por Maquiavelo. En su opinión, su actualidad se debe a que elaboró un modelo del dinamismo político que nos sirve para comprender la política de todos los tiempos: "Los neocon americanos criticaron la política europea porque desconocía a Maquiavelo, y había caído en un buenismo, que no era más que el reconocimiento de su debilidad. Puesto que no puedo imponerme por la fuerza, justificaré mi debilidad apelando a principios morales. La sonrisa de Maquiavelo sobrevuela la historia actual".
Entre sus virtudes, destaca Marina que no fuera un doctrinario, sino un pensador que reflexionó sobre una política en la que habiá intervenido: "Comprobó que ética y política mantienen una inevitable lucha. No podemos prescindir de ninguna de las dos. Su idea central fue: si todo el mundo fuera bueno, el príncipe podría regirse sólo por principios morales. Pero como no es así, está moralmente condenado a obrar injustamente para alcanzar la justicia. Es el mismo problema de Robespierre y Saint Just en la revolución francesa: 'Debemos tener el valor de ser injustos hoy para que la justicia resplandezca mañana'. Es el mismo que planteo Sartre en Las manos sucias".
Sobre la validez de sus postulados, Marina vuelve a mencionar el análisis maquiavélico de la política real: "Recupero dos cosas: los problemas sociales no tienen solución política, sino ética. Cada fallo ético impone una mala solución política. En segundo lugar, su idea de la virtud ciudadana. Maquiavelo advirtió que había expuesto los procedimientos para que el tirano triunfara, pero también el método para que los ciudadanos se libraran del tirano".
Jorge Fernández Gonzalo, doctor en Filología y finalista del Anagrama de Ensayo con Filosofía zombie, destaca que a Maquiavelo le debemos el modo en que su pensamiento vincula el poder a la historia: "Antes que poseer grandes virtudes morales (o aparentarlas), nuestros dirigentes deberían conocer mejor los errores de la historia para no repetirlos. Y junto al pragmatismo maquiavélico y su Realpolítik, la modernidad aprende la paradójica lección de que para mandar hay que simular: el poder no existe sin la ficción que lo sostiene. Pero esa ficción, qué duda cabe, no es otra cosa que el síntoma de su debilidad...".
Por último, para José Sánchez Tortosa, profesor de Filosofía en el FUHEM, El Príncipe es uno de esos libros célebres condenados a no ser leídos por su fama. En él, continúa, el diplomático florentino rompe con la tendencia idealista a la fundación de paraísos terrenales. Frente a toda utopía, construye una obra de analítica de los mecanismos de poder estrictamente materialista, ajena a toda valoración: 'Me ha parecido más conveniente seguir la verdad real de la materia ("la veritá efetuale della cosa"), que los desvaríos de la imaginación' (El Príncipe, XV).
El autor de El profesor en la trinchera trae a Maquiavelo a 2013 apuntando que en nuestras sociedades, inmersas en un cambio de ciclo tecnológico, económico, demográfico, político, se exige una recomposición como la que analiza el pensador, "pues están amenazadas tanto por la disolución interna como por las amenazas externas". Y añade: "Ese reajuste ha sido ya resuelto en falso por la pereza mediática con el vocablo crisis, tópico que ni informa ni aclara, pues se invoca como justificación de mezquindades políticas y económicas al mismo tiempo que de delirios ideológicos. De tal modo que, renunciando a la potencia analítica de la teoría política maquiaveliana, libre de valoraciones y de ensueños, se elude afrontar ese reto. La consecuencia: obviarlo, y sucumbir. El príncipe cristiano, pero hoy diríamos, el político demócrata, tal es la sinonimia de los tiempos, tendrá mayor éxito político, y el Estado a su cargo mayor estabilidad política, cuanto más consiga acertar con la técnica de producción y administración del poder que llamamos política, para lo cual deberá 'conocer y acomodarse a los tiempos y al orden de las cosas'".
Asimismo, según Sánchez Tortosa su análisis de la política barre cualquier posibilidad de ingenuidad, que es catastrófica en ese campo, y proporciona el instrumental crítico para desmontar la metafísica postmoderna que infla bajo el régimen de lo políticamente correcto palabras vacías convertidas en armas políticas. Finalmente, concluye, "la obra proporciona las claves para entender cómo funciona el poder de facto, no cómo debería funcionar, nebulosa sin anclaje en la realidad política que acaba siendo refugio de canallas o aspiración delirante de almas bellas, instrumento de corruptos o alucinación de fanáticos, o una pendular combinación de todo ello. Se celebrará la publicación del libro, pero muy pocos lo estudiarán y nadie lo tomará como recurso para una política realista que busque estabilidad, lo que los clásicos griegos conocían por el bien común, en lugar del beneficio propio del corrupto a plazo inmediato o la inmortalidad redentora de las utopías homicidas".