Jeremías Gamboa

Mondadori. Barcelona, 2013. 507 pp. 22,90 e. Ebook: 11,39 e.

No puede afirmarse que esta primera novela de Jeremías Gamboa (Lima, 1975) sea exactamente una novela primeriza. Es la obra de alguien que ha tanteado diversas formas de escritura -artículo periodístico, reportaje, cuento- hasta desembocar en la narrativa de gran aliento. Contarlo todo narra el nacimiento y la dificultosa búsqueda de una vocación en que se cifra la felicidad personal. Es una novela de formación o aprendizaje -lo que se denomina un Bildungsroman-, modalidad en cuya estela se sitúan obras extraordinariamente significativas, desde el Wilhelm Meister de Goethe (1795-1796) hasta Fuegos con limón (1996), de Fernando Aramburu, donde los amigos aspirantes a escritores que se reúnen en el cenáculo La Placa parecen un precedente de las tertulias del Conciliábulo organizadas por los principales personajes de Contarlo todo. Y no habría que olvidar tampoco el modelo narrativo de obras como La ciudad y los perros (1963), de Mario Vargas Llosa.



Como en la mayoría de las novelas de aprendizaje, el desarrollo y las peripecias de la historia se nutren abundantemente de las experiencias personales del escritor, aunque, en rigor, no deban considerarse obras autobiográficas. Pero la narración de Gabriel Lisboa -obsérvese la deliberada semejanza con el apellido del autor- sigue con fidelidad los rasgos más sobresalientes de la vida de Jeremías Gamboa (estudios, primeros trabajos en el periodismo, clases de escritura creativa, composición de los primeros relatos breves, actividades docentes, etc.) sin separarse demasiado de sus vivencias reales, porque, como confiesa el narrador cuando intenta crear personajes, "le resultaba difícil pensar en alguien que no fuera él mismo" (p. 418). Pero esas experiencias se ven sometidas a una selección y se amplían prodigiosamente, transformando y mezclando vida externa, pensamientos, procesos anímicos complejos o reflexiones sobre la creación literaria (pp. 471-472) que dilatan el esquema de la historia narrada y lo enriquecen. Las experiencias de Gabriel en dos periódicos, los tipos que allí trabajan -De Rivera, Vegas-, los personajes de sus amigos Bruno, Jorge y Santiago, o de algunas muchachas con las que entabla relaciones, como Claudia, Cecilia y, sobre todo, Fernanda, dan lugar a retratos de enorme profundidad que van mucho más allá del mero bosquejo descriptivo, porque el autor sigue a los personajes en su desarrollo, con sus manifestaciones externas y sus ángulos oscuros. La creación novelesca desborda y supera todo lo que pudiese haber de crónica en los materiales de la historia básica, y puede afirmarse que pocas veces una primera novela alcanza una hondura de esta magnitud. De las cuatro partes en que el autor ha dividido la obra, las tres primeras cuentan con un narrador homodiegético -el propio Lisboa- y la cuarta pasa al relato en tercera persona; el sentido de este cambio parece claro si se piensa que la última parte corresponde a una etapa en la que poco a poco el futuro escritor empieza a vislumbrar, después de muchos tanteos infructuosos, cómo abordar la obra soñada, y para ello necesita distanciarse de sí mismo, verse desde fuera y, en cierto modo, objetivarse, como ya había intuido él mismo tiempo atrás, al concluir un primer y desmañado cuento: "Por primera vez […] me estaba mirando a mí mismo desde los ojos de otro y estaba sintiendo compasión por aquello que hubiera podido ser" (p. 136).



Por otra parte, las acciones transcurren en Lima, ciudad descrita minuciosamente con sus edificios, sus avenidas, sus barrios residenciales y sus zonas modestas, y el lenguaje está repleto de formas idiomáticas propias del registro juvenil limeño (carpeta por ‘pupitre', pero también caficho, huarique, chifa, pogo, chela, ruquear, etc.), a pesar de lo cual el localismo no limita ni empequeñece la narración, porque la historia de estos personajes, de sus aspiraciones, sus frustraciones y su empeño por crearse una vida propia es un asunto universal y podría trasplantarse a cualquier lugar. Gamboa ha novelado admirablemente la formación de Gabriel Lisboa, con excelente ritmo narrativo y sin apenas desfallecimientos, sólo con algún desliz, como "las miles de lecturas" (p. 175) y un "andara" (p. 48) igualmente rechazable a ambos lados del Atlántico. Habrá que ver, en lo sucesivo, qué hace el escritor cuando se aleje más de su sombra.