José Álvarez Junco

Especial: Lo mejor del año

Es el volumen que cierra la más reciente e innovadora historia de España publicada hasta la fecha. Con Las historias de España (2013), del profesor José Álvarez Junco (Viella, Lérida, 1942) llega el momento en el que el historiador se pregunta por su propia labor y por la de sus iguales en el oficio a lo largo de los siglos. Una aventura crítica tan vasta como imprescindible.



-Cuando afrontó coordinar una "historia de las historias" de España, ¿cuál era el mayor reto que un libro así le imponía?

-Reunir la inmensa cantidad de material que un proyecto de este tipo requería. Tenga en cuenta que el libro comienza en el siglo I y termina a la muerte de Franco.



-¿Y cómo valora el resultado?

-En su carácter global. Por primera vez se pone orden y se ve cómo evoluciona la interpretación del pasado según las necesidades políticas del momento, cuáles son los problemas que preocupan en cada época. Al ser una visión global se puede aspirar a una coherencia que los estudios parciales no podían tener.



-El libro se subtitula Visiones del pasado y contrucción de identidad. ¿Cuándo se fija definitivamente "la identidad española"?

-Adverbios como "definitivamente" o "siempre" deberían estar prohibidos para un historiador. Nada es definitivo, salvo la muerte. Especialmente en el terreno de las identidades colectivas, que es movedizo y está en constante evolución. En todo caso, distinguiría entre la fijación de una identidad "española" y otra "nacional". La primera se va forjando en la Edad Media y tiene unos rasgos muy marcados ya en la época de la hegemonía europea de los Habsburgo (siglos XVI-XVII). La segunda, que añade a la primera el dato político crucial de que ese colectivo, los españoles, son el sujeto de la soberanía, es producto de la excepcional coyuntura política de 1808-1814.



-¿Y qué elementos la forjan?

-Dependen de los momentos y de que se vean desde dentro o desde fuera. En el XIX, el romanticismo reinterpretaría todo para admirar lo español como paradigma de la caballerosidad, de las pasiones intensas, del desprecio a la muerte, del orientalismo; una imagen que no agradaría nada a las élites españolas modernizadoras. El siglo XX añade el dato trágico de la guerra civil, de los impulsos fratricidas. Y luego vienen los triunfalismos de la Transición -el "ya somos modernos"- y, de nuevo, una recaída en el pesimismo con la crisis actual.



-El relato del pasado se adapta a cada momento. Si la historia la escriben los vencedores, ¿quién escribe la historiografía?

-No sé si puede afirmarse que la historia la escriben siempre los vencedores. Normalmente son los vencedores, pero no siempre. Por ejemplo, tras la guerra civil la versión más extendida en el mundo (no en el interior de España, claro) simpatizaba más bien con los vencidos. Gerald Brenan en inglés o Ramos Oliveira en español. En cuanto a quién escribe la historiografía... pues los estudiosos tiempo después. Por tanto, los libros de historiografía también son producto de su tiempo. En realidad, este libro nuestro debería terminar autoanalizándose.



-Usted que ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar la idea de España, ¿cómo ve la salud de tal idea hoy en nuestro país cuando se anuncia un referéndum soberanista catalán?

-La identidad española es hoy, a la vez, frágil y fuerte. Es frágil porque importantes sectores de opinión, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, se sienten muy distanciados de ella y querrían abandonar el barco. Pero es también fuerte porque hay muchos millones de ciudadanos que se sienten españoles, que se emocionan con los triunfos de la selección nacional de fútbol y que están dispuestos a salir a la calle, orgullosos, con su bandera. El caso catalán es especial. Es una identidad muy fuerte pero siguen siendo mayoría en Cataluña quienes declaran sentir una doble identidad, catalana y española.



-Ha defendido que hoy es más importante identificarse como "joven", "arquitecto" u "homosexual" que como español o francés. Pero el nacionalismo se resiste a morir...

-Cierto. La nación ha sido el mito político más fuerte de los últimos dos siglos. Ha competido con religiones o clases sociales y ha triunfado. Creo que está viviendo su ocaso, pero que se resistirá a morir. No sería de extrañar que el parlamento europeo, en las próximas elecciones, se viera lleno de partidos populistas nacionalistas, incompatibles entre sí y con la idea misma de Europa.