Antón Chéjov
Los relatos de Antón Chéjov (1860-1904) difieren de los de grandes y famosos narradores, como Hans Christian Andersen o Horacio Quiroga, porque sus narraciones breves jamás terminan a la manera del cuento clásico. Les falta el vuelco final, ese momento en que la historia que venimos leyendo da un giro sorprendente y el lector se choca con lo inesperado. El escritor ruso en vez de impresionarnos con el desenlace de la historia prefiere iluminar poco a poco el estado emocional de sus personajes. Su talento de genial autor teatral se evidencia también en sus historias, por la riqueza de los lugares, los escenarios, en que se desarrollan los cuentos, y por la fuerza dramática de los diálogos habidos entre los personajes. Siempre, en su cuentística y en sus dramas, el ser humano exhibe su lado frágil.Este primer volumen de la narrativa breve de Chéjov, escrita en parte cuando era estudiante de medicina en Moscú, no recoge sus textos más conocidos, como La dama del perrito, Del amor, o la novela corta El pabellón número 6, sin embargo, su personalidad y talento aparecen en casi todos. La conducta de sus personajes, desde el protagonista del primero, el divertido, Carta a un vecino erudito hasta el último, el cómico y sexista, La mujer desde el punto de vista de un borracho, componen uno de los mayores cuadros del comportamiento humano jamás escritos. Según avanzamos en la lectura, de cuento en cuento, vamos escuchando una verdadera sinfonía de las emociones humanas, en las que se entrecruzan sus más frecuentes aspectos, el amor, la ambición, la vanidad, y el deseo de poder, cuyo peso agobia a los personajes.
Flores caídas, uno de los mejores relatos de la colección condensa no sólo el rico componente psicológico mencionado, sino que combina las huellas del romanticismo con la presencia dominante del realismo, contaminado asimismo de naturalismo en ciertos pasajes. El trasfondo de las historias es, pues, psicológico, y en la ejecución literaria se combinan lo mejor de los tres ismos decimonónicos, como ocurre en diversos cuentos de Leopoldo Alas Clarín y de Emilia Pardo Bazán. La aportación del romanticismo al discurso novelesco lo enriquece con un fuerte idealismo subyacente, con las aportaciones de la imaginación, mientras el realismo contribuye con sus estrictas certezas la solidez de los hechos verificables. Los sueños de los personajes se chocan con el muro de la vida real, donde un carácter débil o la falta de dinero tiene sus consecuencias. Junto a estos ismos, el naturalismo hace su aparición en el léxico y en la conducta de los personajes. Por ejemplo, el hermano de la protagonista es un verdadero degenerado, borracho, mujeriego, un vago en toda regla, moldeado por el medio familiar exento de exigencias, como ciertos seres de ficción de Émile Zola.
Dos de los personajes principales de Flores caídas pertenecen a la aristocracia venida a menos. Marusia, "una joven de unos veinte años, de una belleza que recordaba a las protagonistas de las novelas inglesas, con sus preciosos rizos claros como el lino, con sus grandes ojos inteligentes del color del cielo meridional" (pág. 296), y su hermano, el príncipe Yegórushka, un joven militar sin comisión, quien malgasta la escasa fortuna familiar en francachelas. El tercero, una figura enigmática, el médico Toporkov, de extracción plebeya, como el propio Chéjov, quien ha adquirido una respetable posición social y una imponente reputación gracias a su talento. La familia le llama para que trate a ambos hermanos enfermos. Marusia se enamora locamente del médico, a quien acabará conquistando, y que marcha con ella a Francia en busca del sol que cure sus dolencias pulmonares.
Chéjov fue un artista verdadero, que conocía las artes y las literaturas occidentales de su tiempo, según reflejan sus páginas. Rehuyó de representar los conflictos sociales, tan importantes en la Rusia de su tiempo, prefiriendo centrarse en el componente humano. Este libro recoge doscientos cuarenta cuentos, y constituye la primera entrega de cuatro volúmenes.
La presentación hecha por el editor de la misma, Paul Viejo, inicia al lector ansioso de entrar en Chéjov con un texto agudo y competente.