Mariana Graciano. Foto: Archivo

Demipage. Madrid, 2013. 118 páginas. 16 euros.

Una invitación de lectura de Antonio Muñoz Molina acompaña esta colección de dieciséis relatos de la escritora argentina Mariana Graciano (Rosario, 1982). En esas páginas previas se destaca la imaginación de la autora y su forma de ver el mundo adulto desde el ángulo asombrado de la infancia. La existencia de los mayores es un misterio para los ojos de los niños que pueblan estas historias, pero se engañará el lector si cree que va a encontrarse con unas narraciones edulcoradas. El carácter aparentemente naif que podría intuirse en un principio como nota dominante, no es más que una veladura que, a menudo, nos muestra también lo terrible o conduce directamente a ello al traspasarla con un golpe de viento o del destino. Ya ese vecino trastornado del primer relato (Ese hombre) sabe transmitir inquietud, no sólo al observador unas ventanas más arriba, sino también al propio lector: en sus presencias y ausencias recuerda la invasión cotidiana de algunos fantasmas y criaturas de Arreola. Un hombre puede quedar atrapado en el vagón de metro, como observador-observado, porque una galería de visitantes extraños paralizan su mente (Hoy). Apariciones puras las hay en relatos como Reaparecida. Los lugares queridos de las vacaciones de la niñez en navidades, las fincas donde se reúne la familia, devienen también -en varios cuentos: La visita o El primero - espacios donde avistar un posible ovni o donde asistir a la repentina muerte del abuelo una noche de tormenta. A veces las amistades infantiles se vuelven intentos de posesión y dominio del otro, y albergan finales dramáticos en medio de la alegría de una zona de columpios. La propia infancia parece terminarse cuando se contempla por vez primera la brutalidad de los adultos (El grito, en torno a la violencia doméstica). Mariana Graciano cultiva con gusto una prosa limpia que imita deliberadamente el informe de hechos, así consigue un efecto perturbador en sus textos. El lector teme el advenir de lo oscuro, que con frecuencia convive entre nosotros. El relato Manada resulta poderoso por su manera de presentarnos una estampa familiar en tiempos de caos social (tal vez aquellos años de 'corralito' financiero). Graciano juega con el equilibrio que se rompe, pero que ya perciben o adivinan antes los hijos en la mirada y gestos de una madre en un día como otros que deja de ser de repente un día cualquiera.