Ricardo Menéndez Salmón publica Niños en el tiempo. Foto: Susana Carro
Con su prosa exquisita y su hondura filosófica, con su brillante manejo de la forma y del contenido, Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es considerado por la crítica como uno de los mejores narradores españoles de su generación. Después de Medusa, donde el arte operaba como paliativo del horror, el escritor asturiano presenta Niños en el tiempo (Seix Barral), donde la literatura ejerce el mismo papel con el dolor devastador que inflige la muerte de un ser querido: "La literatura no ha devuelto a nadie a su hijo perdido, a su amor fracasado, a su tierra robada. Pero la literatura es el mejor medio que poseemos para dar cuenta de ese dolor padecido. Dicho esto, hay en Niños en el tiempo una especie de consolación muy profunda y también cierto interés por la idea de la justicia poética. Me interesa mucho una frase de Robert Filliou, el integrante del movimiento Fluxus. Cuando Filliou definió el arte como aquello que hace que la vida sea más importante que el arte, entiendo que pronunció una frase memorable, no sólo un brillante juego de palabras".Niños en el tiempo es el trayecto desde el dolor hasta su curación. Por eso los tres relatos que componen el libro, independientes y muy distintos pero en cierto modo conectados entre sí, se llaman La herida, La cicatriz y La piel. La primera historia asiste al derrumbe inevitable del amor en una pareja que ha visto morir a su hijo pequeño; la segunda inventa una infancia alternativa a Jesús de Nazaret, y la tercera narra el viaje de una mujer que ha de tomar una decisión trascendental. En las tres, la infancia y la paternidad son elementos centrales de la narración: "La relación entre padres e hijos ha sido siempre una de mis obsesiones como escritor, que aquí se encarna de modo especialmente intenso. Si tuviera que definir Niños en el tiempo con una sola fórmula, diría que, sobre todo y ante todo, es una novela de amor. Del amor como catástrofe y como asombro; del amor como condena y como redención. El amor es la fuerza capital que moviliza a todos y cada uno de los personajes de la novela".
Menéndez Salmón describe con sobrecogedora belleza un dolor tan inmenso como el que produce la pérdida de un hijo y la mella irreparable que ésta deja en una pareja, pero "por fortuna, no hace falta perder un hijo para escribir sobre ese miedo". "Sófocles y Shakespeare hubieran necesitado veinte vidas para sufrir todos los dramas que recrearon. La literatura, históricamente, no se ha acercado sólo a aquello que hemos anhelado, sino sobre todo a aquello que hemos temido. Yo deseaba reflexionar y escribir sobre la pérdida, y es obvio que, al menos en nuestra tradición, la pérdida del hijo es la pérdida por antonomasia".
El segundo es un relato de historia-ficción sobre la infancia de Jesucristo, un episodio omitido en los evangelios y suculento para cualquier novelista: "Como lector, soy un apasionado de las Escrituras, tanto de la potencia estilística del Antiguo Testamento, con todo ese mundo terrible, bellísimo literariamente, como de la aventura novelesca del Cristo encarnado en el Nuevo Testamento. La figura de Jesús me interesa poco tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista de la fe, pero me fascina como personaje de un relato, como literatura. En ese sentido, sentía que, como lector, se me había hurtado una parte decisiva en la formación de ese personaje: la infancia. Así que he querido restituirla desde el uso pleno y libre de la imaginación literaria".
De modo que el escritor toma la libertad de inventarle a Jesús un gemelo muerto al nacer; tres comerciantes que en lugar de agasajar al recién nacido con oro, incienso y mirra, humillan a José y miran con lascivia a María; una niña romana albina que ejerce de aya del Mesías.
Aunque cueste creer por lo certero, plástico y sugerente de sus símiles y metáforas, Menéndez Salmón asegura ser un escritor intuitivo y "extraordinariamente espontáneo" a la hora de escribir, con un estilo que le resulta "tan natural como caminar o respirar. Mis libros son lentos en ejecución por su forma, pero no por su escritura", apunta. Este le ha llevado dos años y medio y, tras el esfuerzo, ahora está "en barbecho, como el país".
Respecto al proceso, confiesa que la estructura de Niños en el tiempo ha sido quizás la más compleja que ha abordado como novelista. "Ha habido decisiones muy difíciles de tomar en lo que atañe a la concreción del libro. Y creo sinceramente que la novela es muy audaz, tanto desde el punto de vista de su arquitectura como desde el punto de vista del sentido de semejante forma".