Image: Muere el poeta y flamencólogo Félix Grande

Image: Muere el poeta y flamencólogo Félix Grande

Letras

Muere el poeta y flamencólogo Félix Grande

Premio Nacional en ambas materias, ha fallecido en Madrid a los 76 años

30 enero, 2014 01:00

Félix Grande. Foto: A.M. Xoubanova

El poeta, narrador, ensayista y flamencólogo Félix Grande ha muerto hoy en Madrid a los 76 años, víctima de un cáncer de páncreas, según fuentes próximas al poeta.

Nacido en Mérida (Badajoz) en 1937, desde los dos años hasta los veinte vivió en Tomelloso (Ciudad Real), donde será enterrado mañana. Estaba casado con la poeta Francisca Aguirre y su hija, Guadalupe Grande, también es poeta. Grande estaba considerado como uno de los grandes renovadores de la poesía y se consideraba "servidor del lenguaje y de las emociones". Siempre reconoció como grandes influencias a César Vallejo y Luis Rosales. Con el último trabajó en Cuadernos hispanoamericanos y le sucedió en la dirección de la revista. El ministro de Cultura, José Ignacio Wert, ha transmitido sus condolencias a la familia y ha señalado que Grande "fue un poeta del alma, de palabra precisa y de referencia para la generación de los sesenta".

Con su primer poemario, Las piedras, Grande ganó el Premio Adonais en 1964. En 1978, obtuvo el Nacional de Poesía con Las rubáiyatas de Horacio Martín, y en 2004 ganó el Nacional de las Letras Españolas. En 2012 publicó su último libro, Libro de familia, del que ofrecemos dos poemas bajo estas líneas. Dos años antes, reunió su poesía completa en el volumen Biografía (1958-2010). Ambos títulos dan cuenta de la fusión de obra y vida que siempre caracterizó a la poesía de Grande.

Como narrador, escribió novelas como Las calles, con la que ganó el Premio Eugenio d'Ors en 1965; Lugar siniestro este mundo, caballeros, Fábula y La balada del abuelo Palancas.

Experto en flamenco -recibió el Nacional de Flamencología en 1980-, fue guitarrista y letrista y dedicó miles de páginas de ensayo a esta materia, en obras como García Lorga y el flamenco, Paco de Lucía y Camarón de la Isla. Aseguraba que "la del flamenco es la poesía más auténtica". Según el presidente de SGAE, José Luis Acosta, "perdemos al mejor valedor del flamenco, que nos deja un importantísimo legado de conocimiento sobre un arte singular y universal".

Este verano, Grande compartió por última vez sus vastos conocimientos en el curso de la Universidad Menéndez Pelayo Memoria y celebración del flamenco. Defensor de su alto valor cultural, dijo en aquella ocasión: "Siempre ha habido una especie de resistencia del poder cultural pero son murallas que desde hace unos años están cayendo".

Grupo escolar

Fila dos, desde abajo.
El sexto, de derecha a izquierda.
En tus ojos dos clavos de silencio,
garrapatas de sino. Cuánto miedo,
cuánto dos ojos, hijo mío, pariente
absoluto y menesteroso!

Yérguete. Desapénate:
disfruta ya del desagravio:
esta cazuela de sosiego
que ambos nos hemos merecido:
yo aquí en tu infancia y tú allá en mi posguerra...

Atiende, hijopaterno de mí:
no van a fusilar a papá:
el maestro don Ramón es buena gente y no va a denunciarlo.
Merienda en paz: mamá no va a tirarse al pozo,
ni se va a ahorcar en el árbol del patio,
oh llanto seco en su jaula de susto,
pobre mamá, pobre mujer tu madre mía,
perdónala en mis canas, hijo.
Perdónate en su sofocación.

Traigo buenas noticias para ti:
tu hermana Luisi, la gran caries
en tu dentadura de amor,
la que tanto se fue en su féretro blanco
vendrá mucho desde la muerte
riendo alborotando a iluminar los corredores
y a besar en nuestras mejillas
lágrimas de resurrección: respira, pues,
hasta el acuífero de tus dos pulmoncillos,
y mírame, ¡victoria!, tan viejo y tan alegre:
Desapénate, hijo. Levántate y merienda
leche espumosa, pan de trigo, rebanada
de mundo; sáciate: desayuna
la vitamina hercúlea de la vida estupenda:
tu duración y mi serenidad.
...Y, por favor, desclávate de allí, sonríe
siquiera un poco para mí: yo, tu padre, tu hijo.

No creas todo lo que deambula
por tu cabeza hereditaria. Te lo digo
en secreto: hoy es siempre todavía. Ssss...
¿No ves cómo se abren
ventanas, puertas, manos ...cómo
el día y la noche se besan en la boca universal?
Desde el eslabón tuyo de la fotografía
haz un esfuerzo: otea
esa liberación en el pañuelo incógnito
que agita para ti el destino:
ahí verás el amor con la A majestuosa
de medio siglo de hondonada junta.
Verás a Guadalupe encaramada al mundo:
conócela: es tu hija, chaval!
pon a sus pies tu pleitesía!
Verás a tus hermanos con su mujer, sus hijos y sus nietos:
todos cenados y almorzados, todos
hambrones de salud y con zapatos, todos risueños
en la ventisca de vivir.

Traigo buenas noticias para ti:
verás España, Europa, América inclusive:
¡viajero tú, como las almas y como los pudientes!
...Y verás mi cabeza blanca,
como la de papá, semilla y duración y resistencia
de lo que un día será tu partita de canas.
¿No te das cuenta, desapénate?
Cálmate. Cálmame. Danos por fin la paz que necesitas
para envejecer despacito y morir sonriendo,
hijo mío, mi infancia, fila dos desde abajo
allá en el fondo, acá en el fondo...

Polifónica tarde a tempo en niebla

Por el pasillo de mi casa avanza
con muchos nervios y una novia de amor.

Dentro de un sobre blanco
la angustia y el fervor de la vida
hierven en el puchero del poema. La tarde
llueve sin lluvia: pura luz mojada
con la saliva de los milenios. ¡El tiempo
con su T vieja y su sonido atónito!
Por el aire del comedor
flotan en su silencio las cavernas remotas:
los primordiales, desconfiados y prepensativos
-Socorro!, dicen, susurrando.
¡Qué tarde lenta el Tiempo! ¡Qué hora
cósmica, qué remoto este súbito
con su novia de amor!

Se van
con gratitud indescifrable.

[La mujer de mi vida
duerme lucha en la cama a tos partida, contra
su catarro septuagenario.
Amor mío cúrate cúrame.
Tu tos brama en el cráter de mi miedo.
Oh cráter de mi culpa.
¿En qué barranco de mi infancia
rodeé de perros tu inocencia, todos
rabiosos? Ah tus pulmones: mira
cómo señalan con su dedo neumónico hacia
mi pasado materno. Y ahora qué
con esa tos, esa tos juez, esa ventana irreparable
tan abierta como mis ojos, tan cerrada
como este nudo de perdón en la mitad del cuello?]

Mi cigarrillo.
El misericordioso cigarrillo.

Abro el sobre. Abro los folios:
¡Cómo suena este crío! Las palabras,
míralas, viejo, escucha su gemido: están vivas.
Este fauno verbal mete la boca
entre los muslos de las sílabas
y ahí las tienes a las palabras:
húmedas. Vivas. ¡Qué te parece!

Me debe a mí unos gramos. Una fanega
al capitán César Vallejo.

Ah, pero todo lo demás es suyo:
una deuda sin principio sin fin
lo amarra al prestamista de las llaves:
el Sino, la Materia, Dios, las Leyes
del Universo, qué sé yo, el Misterio:
el Gran Perdón.
Su nómina de llagas.
Su familia. Su abuelo (su abuelico murciano).
Su infancia...

Este muchacho
escribe levitando debajo de la tierra:
corre tras de sus muertos y sus viejos
con un premio de regaliz
en su boca resquebrajada.

Es un mendigo con la sien de oro,
de oro de ley del talión de la vida.

De dónde viene éste.
Por el pasillo a dónde va, tatuado
de reportajes y alucinaciones?

[Cúrate, Curra. Tengo
una sorpresa polifónica
temblando en canas para ti:
¿Te acuerdas de hace medio siglo?]

¡Oh Tiempo a tempo en niebla!
¡Oh palabras, las madres de mil watios!

Con gratitud innumerable.