La biblioteca de un bibliófilo acumula tanto polvo como historias enlazadas. Y todas las de sus anaqueles, combados por unos cuatro mil volúmenes, asegura recordarlas Jorge Carrión, autor precisamente de Bibliotecas (Anagrama, 2013): "Mis libros están unidos a historias. Recuerdo, por ejemplo, dónde lo compré, dónde lo leí, quién me lo regaló; pero no como un dato, sino como un relato. Uno de esos relatos va desde un anaquel de La Central del Raval (el código de barras me lo recuerda en la contra) hasta un albergue de Petra, donde me pasé dos días recorriendo las ruinas durante siete horas y leyendo otras siete. Se trata de la primera edición en castellano de Véase: amor, de David Grossman. Un libro fascinante y, mejor aún, fértil: gracias a su lectura se me ocurrió el concepto y la estructura de mi novela Los muertos".



Ese libro es una de las joyas personales de Carrión pero su valor objetivo, explica, es mínimo. "Algún día, en cambio, puede ser que la primera edición de Respiración artificial (Pomaire, 1980) de Piglia, que compré en La Internacional Argentina de Buenos Aires, o la de La moneda de hierro (Emecé, 1976), de Borges, que me regaló José María Micó, sí que sean valiosos. Eloy Fernández Porta, me trajo de EE.UU. Omeros, de Dereck Walcott, dedicado por el autor y con una pestaña suya atrapada en el ámbar de un pedazo de celo. Se le cayó. Eloy la recogió. Ahora tengo su material genético: algún día podremos clonarlo".