Pedro Zarraluki. Foto: Quique García

Destino. Barcelona, 2014. 192 páginas. 18 euros

Te espero dentro está compuesto por un conjunto de relatos que vuelven a demostrar que Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) es un autor sólido, honesto (quiero decir, sobre todo honesto consigo mismo, porque conoce sus virtudes como narrador), con dominio del oficio. En definitiva: solvente. Quisiera que todas estas expresiones no sonaran ni como una forma velada de displicencia ni como un recurso retórico del reseñista antes de golpear: de hecho, si su objetivo al concebir Te espero dentro (pese a la dureza que en parte lo vertebra) fue el mismo que manifestó en su risueña nota introductoria a Humor pródigo, su anterior recopilación de cuentos, entonces estamos ante un resultado satisfactorio. "Quizá los libros no puedan conseguir que alguien gane un día de su vida, quién lo sabe. En cualquier caso, a éste le bastaría con proporcionar un buen rato de lectura", escribió entonces. Pues bien, leer Te espero dentro proporciona un buen rato de lectura.



Sin embargo, me cuesta dar el salto que va del respeto al entusiasmo. Y eso que al estilo de Zarraluki le sientan bien la distancia y las estructuras que impone el género. Pero, y esto no es nuevo en mi relación con su literatura, intuyo que la apuesta estilística cuaja sólo a medias: si Zarraluki aspira a conjugar cierta ligereza con una densidad latente (en el libro se habla de una "contradictoria sensación de liviandad y aplastamiento" a propósito de la noche en la costa gallega, y creo que ahí se desliza una pista), a mí me funciona mejor el primer supuesto que el segundo. Y hablo en todo momento de una ligereza de vocación literaria, civilizada, generacionalmente muy representativa. Hasta aquí, bien: la lectura avanza ágilmente y sin tropezones. Pero reconozco tan reiteradamente los modelos y los mecanismos en funcionamiento que en ningún momento logro sorprenderme y, paradójicamente si tenemos en cuenta la voluntad de depuración que anima su prosa, me cuesta olvidar que estoy leyendo un libro. A cambio, admitiré que eso ocurre cuando Zarraluki recrea historias que no parecen cercanas a su propia experiencia biográfica, con todo lo que eso tiene de meritorio.



En ocasiones, aquello que se nos cuenta parece exigir otro tipo de matices (pienso en "La Historia en un rincón", que reducido a la idea es impecable), o presenta algún giro obvio ("Teoría del saltamontes"), tal vez provocado por una voluntad de perfección estructural innecesaria, la misma que anima los esfuerzos del autor por sembrar todo el conjunto de engarces semiocultos entre los relatos: dualidades, frases que se repiten ("no tengas miedo"), juegos de espejos... A veces estos elementos contribuyen a la coherencia interna, otras veces se quedan en un subrayado ni molesto ni relevante. Y aunque hay ideas bellísimas (ese viejo arpón alojado en la grasa de una ballena) y personajes emocionantes, como la Claudia de "La niña vuelve" o el padre y la hija de "Con los ojos cerrados", incluso en esas historias no faltan los instantes en que la voluntad literaria deriva en afectación: así, escuchar a la adolescente folladora Marcela decir que su padrastro es "incapaz de hacer algo que no sea irremediablemente honesto" me descoloca, y esa impresión sólo se consolida cuando su padre le responde que "ese ‘irremediablemente' te ha quedado muy rompedor, pero a tu edad no sabes qué coño significa ‘irremediable'". Entendámonos: este breve intercambio no me lo creo, pero si lo pongo como ejemplo es precisamente porque, como ya habrá advertido más de un lector, en realidad el pasaje no es desastroso: a Zarraluki, insisto, le sobran oficio y gusto para esquivar en todo momento caer en deslices sonados. Es sólo que hay momentos en los que la sangre deja de circular por el libro, atenazado por tics rutinarios(o historias, como la de la prostituta y el hombre derrotado).



Atravesado por los aromas del incesto (levísimo, traslúcido, apenas una idea), el adulterio o la simple traición que el tiempo y las elipsis acostumbran a acometer con nosotros, Te espero dentro tiene como virtudes la eficacia narrativa, la pulcritud estilística y una reconfortante vocación de ternura refinada, que lo mismo abraza el paisaje infantil que las desolaciones treintañeras de última hora. Es un libro irrefutablemente correcto, y lo digo con total sinceridad, sin voluntad irónica alguna. Pero tal vez esa corrección, de hecho, sea la otra cara de la principal limitación de la obra: darnos la sensación de que no nos cuenta nada demasiado nuevo. Y eso siempre es cierto, claro, pero no siempre lo recordamos mientras leemos.