María Zambrano. Foto: Archivo
Descansa el cuerpo de María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904-Madrid, 1991) bajo una cita de El Cantar de los cantares: Surge amica mea et veni, sentencia especialmente significativa a la vista del despertar póstumo de su obra. Esa obra inmensa, por momentos inabarcable, llega a las librerías poco a poco y desde hace años gracias a la benemérita labor de Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores y de un grupo de colaboradores cercanos de la última María, la que llegó a España en 1984 con el exilio a cuestas y casi sin fuerzas para sostener un lápiz.Estos días se presenta un nuevo tomo, y ya van seis, de estas obras completas en marcha, que incluyen ahora diarios (casi todos inéditos), textos personales y evocaciones, los llamados delirios y poemas. Faltarían tan solo -explica a El Cultural Jesús Moreno, coordinador de la obra y uno de los últimos colaboradores de la filósofa-, algunos textos puramente teóricos y la correspondencia, de la que, de momento, solo se ofrecen algunos borradores de cartas a Ortega. El tomo incluye también el libro Delirio y destino, cuya génesis se encuentra en La confesión, género literario y método, una obrita publicada en México en 1943 que resulta clave para entender el papel de la autobiografía en el trabajo de Zambrano. En total, son más de 200 textos muy diferentes entre sí que, más allá del evidente interés que tienen para los estudiosos de la filósofa malagueña, dejan, en claro, la imagen de una pensadora constante, inagotable.
Con todo este material repartido en mil cuadernos, Zambrano iba tejiendo su obra, amasándola a partir de su experiencia. Se trata de una autobiografía utilizada como arma, como desatascador del pensamiento: "Nada había allí [en los diarios] que diese brillo a los llamados escondrijos del ánima y menos todavía a ilusorios secretos íntimos. No había nada que revelar. La única revelación, la mía, es que yo tenía que trabajar y trabajar a partir de mis cuadernos, pues que para eso mismo eran. Porque yo comencé a escribir (...) por una sola y atrevida razón: para enterarme." Esta declaración ("no hay ni un solo cotilleo", completa el discípulo) serviría por sí misma para fundamentar la pertinencia de este volumen.
María Zambrano, de joven, en el ponte Vecchio de Florencia. Foto: Archivo
Uno de los conceptos clave de estos textos autobiográficos son los delirios. "Yo diría que es ahí donde más aporta María Zambrano", explica Moreno. "Ella dice, y lo dice ya en El hombre y lo divino, que el hombre nace como hombre a través del delirio de persecución." El delirio sería esa zona penumbrosa que precede al pensamiento. "Esto es fundamental de cara a la razón poética, un concepto también plenamente suyo", nos dice Moreno. Dentro de los delirios, o en paralelo, mejor dicho, estarían los sueños y los poemas, cuyo proceso, cuyo trayecto desde las profundidades de la mente al papel establecería las bases del pensamiento de María Zambrano. El concepto de razón poética, es más, comienza en ella con una investigación realizada a partir de un sueño suyo, anotado en el diario, de 1955.Íntimamente ligada a su "tiempo histórico", Zambrano dejó una miríada de evocaciones de otros intelectuales cuyas obras abordaba ella entrelazando sus vidas con la suya propia, saltando de unos a otros, como a bandazos, de la poesía barroca de un Lezama Lima a la trayectoria intelectual de un Manuel Azaña, ("impávido ante las ruinas") o del "liberal" Gregorio Marañón o del "crucificado" Bergamín o del "indefenso" Calvert Casey. "Este método es enteramente fenomenológico, pues trata de ir a las cosas mismas, a la esencia. Es un método intuitivo que demanda a la vez mucho conocimiento del objeto analizado. Ella intenta, a través de la semblanza, ir a la esencia de los personajes. Son pasajes muy autobiográficos también, pues son todos amigos de ella, personas a las que conocía muy bien", afirma su antiguo discípulo.
Las semblanzas tienen, a menudo, evidentes matices políticos, sobre todo en aquellos pasajes en los que la autora percibe la necesidad de defender, por cualquier causa, la democracia. "Hay una gran presencia de la política -comenta el editor-, pero ella lleva la política a su raíz, a la idea pura". María Zambrano aprovecha estos textos más políticos para elaborar su gran crítica cultural a Occidente. En este sentido, Moreno recuerda cómo la maestra le advirtió, hasta su muerte, del "derrumbe absoluto de Occidente, tanto a nivel cultural como espiritual". La política, así entendida, sería para ella tan solo la punta del iceberg de otro gran problema mucho más profundo. "Ya no hay crisis -dirá Zambrano-, sino tan solo orfandad".
La escritora en su casa. Foto: Archivo
Sobre los personajes de estas páginas, siempre, como planeando, aparece la figura omnímoda que siempre la abrazó: José Ortega y Gasset. Del autor de La rebelión de las masas hay innumerables perfiles, borradores de cartas ("Usted al fin contempla el pensamiento desde la atalaya de su serenidad propia; lo que usted pueda dar es inquietante, pero su propia posición es segura", le escribe en 1932) y, también, evocaciones. Del filósofo madrileño llega a justificar el silencio que, según ella, mantuvo a lo largo de la guerra, un silencio que "a veces, confesémoslo sin rebozo, ha llegado a exasperarnos a los que no callamos". Anota Zambrano: ""Más lícito, perfectamente lícito y honesto, cuando este silencio, como en Ortega y Gasset, como en Azorín, ha sido completo y se ha resistido a ceder a las múltiples insinuaciones llegadas del otro lado de la contienda". Un día la pensadora tropieza con un texto de su maestro, entonces en el exilio: "Unas palabras suyas que he visto transcritas me han conmovido profundamente: "empujando mi soledad por este París... Caí en la cuenta de que apenas a nadie conocía en la ciudad sino a las estatuas"; y añadía que había dialogado con ellas... La soledad tremenda que estas palabras revelan ¿no indica que por su abstención, al igual que por nuestra participación, ha tenido que pagar un precio?" Ese silencio llegó a desorientar por momentos a María Zambrano, que extrañaba no tener cerca, a la vista, el faro de su maestro: "¿Por qué ha callado, dejándonos huérfanos en tan terrible trance?", se pregunta en abril de 1940.
La autora de Persona y democracia profundizó en muchos conceptos orteguianos, como el de generación, que ella pasó, también, por el arco de su experiencia. De este modo, cuando habla con Ortega se refiere a "nosotros, los jóvenes", y en una ocasión define, con su reconocible estilo, la generación "como una esperanza, y una necesaria dosis de humildad, como una ola, como una ola derivada de la historia, no suelta, no un artículo suelto".
Hay por fin, en las últimas páginas del diario, una amargura conmovedora que ella apuntilla con una bella declaración de amor a aquello a lo que consagró su vida: "La lectura siempre es hermosa. Cuando se llega a ciertos años, como me ha pasado a mí, se vuelve indispensable y la única compañía y quizá la más eficaz para no autodevorarse por el recuerdo o por la vana esperanza".