El nuevo libro de Jorge Volpi es en sí mismo un engaño. El autor de En busca de Klingsor ofrece aquí la confesión de un timador, un tahúr de Wall Street llamado J. Volpi. Pero esta novela no es solo eso: es también la historia de familia y un relato de espías. Dos historias en una. A la vez que el narrador-protagonista, J. Volpi, desvela todas sus mentiras, va indagando en las de su padre, empleado del Departamento del Tesoro que durante la Segunda Guerra Mundial trabajó como asistente de Harry Dexter White, el creador del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Al término del conflicto, los dos hombres fueron acusados de pertenecer al mismo círculo de espías comunistas y es a partir de ahí que la novela se convierte en una trama de espías, repleta de misterios y conspiraciones.



De un engaño a otro, este libro singular nos revela los secretos de alcoba de Wall Street y del grupo de agentes soviéticos que fraguaron el capitalismo moderno en un catálogo de duplicidades que anidan, también, en el corazón del ser humano.



Así empieza Memorial del engaño que publica Alfaguara.




Obertura

La mañana del 23 de abril de 2011, la secretaria depositó sobre mi escritorio un paquete enviado por correo ordinario, sin remitente y con matasellos de Colombo, en cuyo interior se alineaban una carta y un manuscrito titulado Memorial del engaño, firmado por J. Volpi. Me imaginé frente a una broma de mal gusto o el desafío de algún malicioso autor de la agencia (pensé en dos o tres nombres). Como cualquier neoyorquino, había seguido con cierto interés la historia de Volpi, un inversor de Wall Street y mecenas de la ópera que, de acuerdo con una nota del Times de octubre de 2008, había estafado a sus clientes, en una suerte de esquema Ponzi, por un monto cercano a los 15 mil millones de dólares: una cifra considerablemente menor a los 65 mil millones defraudados por Bernard Madoff, pero suficientes para acreditarlo como otro de los grandes criminales financieros de la Gran Recesión iniciada ese año. Sólo que, mientras Madoff fue condenado a ciento cincuenta años de prisión tras confesar su desfalco, Volpi huyó del país ante la inminencia de su arresto sin que a la fecha exista indicio alguno sobre su paradero.



En su carta, o en la carta escrita en su nombre, Volpi me pedía (casi me exigía) que leyese su autobiografía y, en caso de apreciar su "innegable valor documental y literario", me decidiese a representarlo. Me repelió su tono altivo e imperioso -un tono que, según la prensa, siempre caracterizó sus intervenciones públicas-, pero aun así le solicité a S. Ch., entonces vicepresidenta de la agencia, que me presentase un dictamen. Con un escepti-cismo idéntico al mío, ella intentó desembarazarse del encargo y lo delegó en un asistente. Quiero que lo revises tú misma, la apremié sin contemplaciones.



El sábado siguiente, mientras mi esposa y yo jugábamos al bridge con un celebrado autor de novelas policíacas y su mujer, S, Ch. me llamó para informarme que, o bien el manuscrito era obra de Volpi, o bien de alguien que lo conocía de muy cerca: yo debía echarle un vistazo cuanto antes. El lunes devoré de un tirón más de un tercio del manuscrito antes de asumir que estaba obligado a dar cuenta de su existencia a las autoridades. Cuando por fin marqué el número del FBI, había llegado al final, obstinado en utilizar unos guantes de látex para no arruinar las posibles huellas dispersas entre sus páginas.



Al cabo de unas semanas los peritos llegaron a nuestra misma conclusión: el texto contenía un alud de datos que sólo Volpi podría conocer; si el financiero prófugo no era su autor, al menos tenía que haber participado en su redacción, asistido tal vez por un ghost-writer. Por desgracia, el texto no ofrecía pistas que condujesen a localizarlo o a identificar a su hipotético cómplice. Y, por cierto, no contenía ninguna huella legible.



Al término de un engorroso proceso, un juez federal determinó que el manuscrito fuese considerado parte del patrimonio de Volpi y lo sumó a los bienes que el abogado del Estado tenía encomendado enajenar para resarcir a sus víctimas. Tanto Leah Levitt, la segunda esposa de Volpi (quien sólo obtuvo el divorcio tres años después de su desaparición), como su hija Susan se mostraron de acuerdo con entregar las previsibles regalías generadas por el libro al fondo destinado a aliviar los daños perpetrados por su autor. Tras una puja realizada en el marco de la Feria del Libro de Frankfurt de 2012, Memorial del engaño hallará su camino hacia el público gracias al entusiasmo de numerosas editoriales.



¿Por qué Volpi envió su libro a una agencia estrictamente literaria en vez de dirigirse a una especializada en obras de no ficción? Aunque llegamos a cruzarnos en alguna gala de beneficencia en Nueva York o al descender las escalinatas del Lincoln Center, a Volpi y a mí jamás se nos presentó la ocasión de charlar y entre nosotros jamás existió ninguna relación personal. La respuesta, imagino, se halla en otra parte: su legendaria soberbia, causante de su vertiginoso ascenso y su drástica caída, le impedía imaginarse entre miles de best-sellers dedicados al colapso financiero y prefería considerar que su sitio estaba al lado de los trece premios Nobel y veintidós Pulitzer vigentes en nuestra nómina de autores.





La verdadera cuestión es, más bien, por qué yo me decidí a representarlo o, para ser más precisos, a gestionar los derechos de su autobiografía. Me gustaría advertir que Volpi -o su ghost-writer- es dueño de un estilo que superó mis expectativas (si bien resulta vano compararlo con otros escritores de la agencia). Más allá de sus defectos formales, pocas veces se puede escuchar la voz de un autor que, ajeno a cualquier precaución o sentido ético, se atreve a desmenuzar con semejante desvergüenza el desastre financiero de estos años. Además, Volpi narra la historia de su padre, un economista de origen ruso que, durante la segunda guerra mundial y los acuerdos de Bretton Woods, se desempeñó como asistente de Harry Dexter White en el Departamento del Tesoro. Obsesionado con desvelar su identidad, Volpi nos reintegra un episodio de nuestra historia política y moral que, hoy más que nunca, no debería quedar en el olvido.



La suya es, a fin de cuentas, la historia en primera persona de una generación que, atenazada entre el riesgo y la avaricia, precipitó al mundo en uno de los mayores desastres económicos y humanos de los últimos tiempos. Como llegó a decir un analista, nunca tan pocos hicieron tanto contra tantos. El protagonista de estas páginas, acaso un sosias o doppelgänger del auténtico Volpi, se arriesga a hablar -a cantar- por ellos.



A. W.

Nueva York, 2 de diciembre, 2012