La mesa de la Academia. Foto: Sergio Enríquez-Nistal

Octavio Paz describió así los trabajos del poeta:



"A la palabra torre le abro un agujero en la frente. A la palabra odio la alimento con basuras durante años, hasta que estalla en una hermosa explosión purulenta, que infecta por un siglo el lenguaje. Mato de hambre al amor, para que devore lo que encuentre. A la hermosura le sale una joroba en la u. Y la palabra talón, al fin en libertad, aplasta cabezas con una alegría regular, mecánica (...). Hay tantas combinaciones como gestos".



Combinaciones miles, pero letras solo veintisiete. Y en ellas, todo. Lo resume José María Merino, académico al cargo de la última edición, renovada, de Al pie de la letra. Geografía fantástica del alfabeto español, que ve la luz por el trescientos cumpleaños de la RAE: "En ellas [las letras] cabe todo: desde la descripción de lo doméstico hasta las más extrañas especulaciones sobre lo cósmico, y donde la crónica de los sentimientos, de las experiencias reales y de los hallazgos científicos, convive sin estridencia con invenciones en las que fructifica cualquier intuición, por muy fabulosa que pueda resultar". Sentado sobre la E, de Escritor, Gonzalo Torrente Ballester escribió, en el mismo sentido: "Las palabras caben todas, o casi todas, en un libro gordo llamado diccionario en el que se recoge el nombre de las cosas; pero las cosas mismas tienen su mundo, el mundo de la realidad, y por él andan desparramadas, unas encima de otras, o unas al lado de las otras".



Juntarlas adecuadamente, concentrar y limpiar ese desparrame, es lo que se proponen aquí, en este libro, los académicos vivos (y alguno muerto que ya participó en las dos ediciones anteriores, de 2001 y 2004); es decir, amasar, voltear las letras, inventarlas un significado propio, personalísimo. Vargas Llosa, por ejemplo, agarra la L mayúscula, que, siendo la suya, está hecha como para él: Libre, Lectora, Literaria, Leguleya y Liberal: "Me siento afortunado (...) con la letra L: no hay una más apuesta, alegre y de más estimulante simbolismo en todo el abecedario". Según como se escriba con ellas, o de ellas, las letras cobran vida. La Q mayúscula de Cela tampoco le iba mal al insurrecto estilo del otro Nobel en nómina de la Docta Casa: "¡Gracias, letra q, vuelva a leerse cu, léase siempre cu, tras cuyas bambalinas insurrectas izamos el gallardete del quídam faccioso y las máscaras pintadas de albayalde de sus siete acólitos veniales, uno por cada uno de los Siete Niños de Écija!".



Y ahí está la j del inclasificable Pombo: "Me molestó -ligeramente, quizá- que fuese ese mi sillón: el jota. Y con j minúscula, además. ¿Acaso tengo yo -dije entre mí- cuerpo de j? Me pareció -¡qué minúscula, la naturaleza humana!- que se me hacía de menos un poquito. ¿Soy acaso yo un jotero?"



La A de Academia, sobre la que gobierna Manuel Seco, contiene un "mar de palabras: nada menos que la décima parte del léxico español", una letra que abre el diccionario en solitario y que en el Diccionario Histórico ocupa las veintitrés primeras páginas, con más de un centenar de acepciones. A de Aleph, de sabiduría, lo que, entrevisto por Borges, es el nombre que resume la relación de la escritura con el universo.



Pero si hay otro principio, sobre él se sienta Víctor García de la Concha, que alude a una letra, la suya, que abre todo un compendio, el castellano, y que serviría para ver "cabalgar caballeros cercando castillos", o, más en concreto, "podría ser, con un dulce sonido interdental, de cielo o, con duro oclusivo, de cañón". La C, recuerda Luis Goytisolo, principio de tantas palabras que, "en virtud de su propia enjundia, merecerían ser escritas con mayúsculas. Palabras como Carajo, Culo, Cojones, Coño, Clítoris. Palabras que todo el mundo dice pero que a muchos escritores les da un no sé qué escribir". O palabras también de suma trascendencia, palabras mayúsculas, importantes como Cuerpo, Corazón o Cerebro.



De la ñ hace Anson una encendida defensa, haciendo suya la afirmación de García Márquez: "La ñ no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos". A Ana María Matute la kafkiana K le sirve para fabular, mientras que a Rafael Lapesa, su anterior morador en la minúscula -asiento que ahora ocupa José Antonio Pascual-, le trajo, para la primera edición, el recuerdo de una entrada del Tesoro de Covarrubias en donde el egregio lexicógrafo recordaba los trasvases griegos, las kalendas y los kiries. Y de Grecia a Soria, Segovia, Santiago, San Sebastián, Sigüenza, Silos, Sagunto, Salamanca o Sevilla, ciudades cuyos nombres principian por la letra que hasta 2005 ocupó Julián Marías, quien evocó en su día significados ocultos de todos estos lugares, conexiones con otras geografías y con su propia vida. Una letra que, como recuerda José Luis Pinillos, antiguamente significó silencio; tan solo eso. S de Sampedro, José Luis, que reflexiona, con la F, sobre la Ficción, desdoblada en dos florecillas de su jardín que a su vez se dividen en Fondo y Forma y Firmeza y Flexibilidad. Y más ficción, más inventiva aún hay en en el soberbio retrato de la G por José Hierro, en su memorial de agravios de esta letra, en donde dice, expresa su trazo de este modo: "Dragón alado, sierpe, pámpano en cierne, ola marina majestuosamente encrespada, trompa musical, garabato de candil, rabo de cerdo".



Y por último, Tardanza, Tardío o Tarde: de la mano de Ignacio Bosque saltamos a la letra t, para pasar después a la z, en donde Francisco Ayala, el poeta, termina con esa letra suya que, como andaluz, nunca supo pronunciar entera, tomándose la suerte de caer en ella como "un azaroso premio", un "punzante garfio" o "un amenazador garabato".