Álvaro Pombo es autor de novelas que han merecido muy diferentes valoraciones, desde algunas que han tenido unánime recepción elogiosa como El metro de platino iridiado (Premio de la Crítica 1990) o Donde las mujeres (Premio Nacional de Narrativa 1997), hasta otras de dudosa consideración literaria, como la de tan desafortunado título Telepena de Celia Cecilia Vilalobo (1995). En su amplia trayectoria narrativa Pombo ha construido un mundo literario caracterizado por la introspección psicológica del alama femenina, el análisis de las relaciones interpersonales y también la libérrima configuración de sus narradores y estrategias narrativas.
La transformación de Johanna Sensíleri no será recordada entre las mejores novelas de su autor. Pero sí podemos afirmar que se trata de una novela genuinamente pombiana por su componente reflexivo y la capacidad argumentativa de sus personajes en sus consideraciones acerca de conflictos y situaciones surgidos en la vida diaria, también por las libertades desplegadas en su construcción narrativa. Pues la historia comienza siendo contada por un anónimo narrador en primera persona, sobrino de la protagonista, pero, muy pronto, se salta a la torera las limitaciones de la narración homodigética y se adueña de poderes y capacidades propios del narrador omnisciente para revelar, cuando se le antoja, vida interior y pensamiento de los personajes. Estas libertades son conscientemente asumidas por el autor y de ahí nace una buena parte de la ironía, el humor y el ludismo creativo de su novela. Lo cual le permite, además, entreverar situaciones y experiencias de la existencia cotidiana con frases e ideas de importantes filósofos y teólogos, que contribuyen a iluminar y enriquecer la visión de tales problemas.
La historia novelada es muy sencilla. Johanna Sensíleri descubre, a la muerte de su marido, tras veinte años de matrimonio, que Augusto tenía otra mujer y un hijo en Madrid, con quienes pasaba los días laborales, regresando a su matrimonio de fin de semana con su esposa, elegante y culta, en una casa de campo en provincias (Cantabria, como en otras novelas de Pombo, delatada por el localismo “calladuco” en pág. 141). Semejante revelación produce cambios en la protagonista, quien experimenta una transformación que va desde su ensimismamiento en su pasado matrimonio con el soso corredor de bolsa hasta su salida al exterior, donde están la amante y el hijo del marido, más un amigo del joven, pasando por su labor como cooperante en la parroquia del pueblo cercano.
El autor hace gala de su comicidad, gracia e ironía en la caracterización de los personajes mediante la introspección psicológica, acercando figuras opuestas, como la admirada Johanna, lectora de filosofía y teología, y la insulsa Monina, devoradora de programas de televisión. Algo parecido sucede con los jóvenes Alexis y Josema, que viven conflictos de su edad en nuestro tiempo. Dicha comicidad y humor se despliegan con libertad en los diálogos, de amplia gama como en una buena comedia de salón, desde la discusión filosófica o teológica en los de Johancona y el cura Eleuterio hasta el cruce de banalidades en las voces de Monina y la amiga Carlota. Todo esto resalta el ingenio y el humor, que llega hasta el absurdo y la extravagancia, y también la teatralidad de la obra, en cuyo texto, a veces, afloran incluso rasgos de acotación teatral (final del cap. 19).