Elena Poniatowska junto a su marido Guillermo Haro en 1969
Hace ya trece años que Elena Poniatowska (París, 1932) obtuvo el premio Alfaguara con La piel del cielo, novela que según sus propias declaraciones acabó a trancas y barrancas horas antes de que finalizara el plazo de presentación de originales. En ella narraba en tercera persona la vida de Lorenzo de Tena, en quien se encarna la personalidad de un joven rebelde e inconformista, hasta cierto punto desclasado, políticamente muy distante de los postulados del PRI y próximo a los comunistas, que llegaría a convertirse en uno de los científicos más reconocidos dentro y fuera de su país como verdadero fundador de la moderna astronomía mexicana. Su éxito profesional, jalonado de controversias y diatribas con sus colegas y, sobre todo, con los burócratas de la administración política y universitaria, no ocultan el drama íntimo de su soledad y de su inadaptación ante los grandes retos de la existencia. De este personaje podría decirse también, borgianamente, que había incurrido en el peor de los pecados que un hombre puede cometer: no haber sido feliz.La ganadora del premio Miguel de Cervantes 2013 representa uno de los mejores ejemplos hispánicos de ese "nuevo periodismo" consistente en difuminar al máximo las fronteras entre realidad y ficción a lo hora de narrar con todos los recursos literarios una historia capaz de seducir por su fuerza de veredicción. Por eso se ha dicho de la periodista Elena Poniatowska que como escritora se comporta como una auténtica "buscadora de vidas" reales para llevarlas a sus obras. Así sucede en 1969 con Hasta no verte Jesús mío, en la que la revolución mexicana es recreada desde los recuerdos de la oaxaqueña Jesusa Palomares. También Querido Diego, te abraza Quiela (1978) relata en forma epistolar la tormentosa relación de Diego Rivera con la pintora rusa Angelina Beloff. En 1992, su novela Tinísima se basa en la fotógrafa italiana Tina Modotti, enfermera y militante comunista durante nuestra guerra civil, y la obra ganadora del premio Seix Barral 2011 trata del mismo modo a otra mujer extraordinaria, la pintora inglesa Leonora Carrington, compañera de Max Ernst.
En la misma línea, y siempre de acuerdo con las pistas que Poniatowska nos ha dado, La piel del cielo novela con bastante fidelidad, al menos en su primera parte, la figura del astrónomo Guillermo Haro Barraza (1913-1988), cuyos orígenes familiares, infancia y primera juventud, empleos e inquietudes intelectuales y políticas vienen a coincidir con los de Lorenzo de Tena. Ambos, la persona real y el personaje en ella inspirado, hacen, por ejemplo, renuncia expresa a la preposición antepuesta a su apellido como indicio de su rechazo a un espíritu de clase con el que se muestran en desacuerdo.
La novela de 2001 adquiere luego un sesgo argumental alejado de lo que fueron los últimos años de Guillermo Haro, que consumió su vida profesional en el empeño de recuperar para su país la tradición de los estrelleros aztecas y mayas. Pese a que su formación inicial fuera filosófica y nunca llegara a doctorarse, Haro comenzó a investigar sobre la teoría de formaciones de estrellas y su evolución en el modesto observatorio de Tucubaya, al que sucedieron, en enclaves mejores, el de Tonantzintla en Puebla, el de la sierra de San Pedro Mártir en la Baja California y, finalmente, el de Cananea en Sonora. Su iniciativa dejó otra aportación impagable para la ciencia mexicana y su reconocimiento internacional: la creación del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica. Pero en lo personal, el ocaso del protagonista de La piel del cielo está marcado por la irrupción de una desasosegante mujer, Fausta Rosales, cuyo nombre recuerda el mito recreado por Goethe y cuya relación con Lorenzo muestra su inadaptación emocional y afectiva, su incapacidad para comprender la complejidad femenina.
Aquí reside el mayor interés de este último libro de Poniatowska, El universo o nada, palmariamente presentado ahora como la "biografía del estrellero Guillermo Haro". Podríamos decir, así, que su autora reescribe La piel del cielo con la misma soltura narrativa exhibida en aquella novela, pero con el concurso de una cumplida información bibliográfica y documental, a base de entrevistas con los que conocieron al astrónomo, gran acopio de cartas personales, familiares o profesionales, testimonios oficiales y periodísticos, todo ello adobado con párrafos que nos recuerdan los "newsreels" de Dos Passos, utilizados aquí para refrescar al lector los acontecimientos más importantes, para México y para el mundo entero, del pasado siglo.
Pero la obra da un quiebro cuando hacia su mitad la biografía de Haro se cruza con la que a partir de 1967 será su segunda mujer, precisamente la escritora y periodista mexicana, de origen polaco pero nacida en París, Elena Poniatowska. Ella lo conoce en un trance peliagudo: hacerle una entrevista para la revista Novedades. El entonces director del Instituto de Astronomía de la UNAM la recibe a regañadientes proclamando que los periodistas le parecen unos "puros destripados", rebotados de las demás carreras. No mejor opinión tenía de las feministas quien firma una de sus cartas como "Guillermo el Furioso", y se gana "fama de energúmeno a fuerza de decir lo que piensa sin importarle a quién tenga enfrente, y esto, en un país de caravanas y simulaciones, más que un don es un castigo".
Difícil papel, pues, el de Elena cuando decide volver sobre la biografía de su marido modificando la proporcionalidad entre realidad y ficción a la hora de reescribir a Guillermo como persona y no como personaje. Ahí reside quizá la seducción de este libro, en donde Poniatowska relata las luchas del astrónomo contra su entorno y atiende a episodios tan importantes en la vida cultural del México como fueron la crisis que expulsó a Orfila de la dirección del FCE por la publicación de Los hijos de Sánchez o el vergonzoso secuestro estudiantil del rector de la UNAM Ignacio Chávez. Con él que se sentía muy identificado Haro, cuyo talante era nacionalista y regeneracionista, muy crítico con el subdesarrollo de su país del que solo se podría salir por obra de una "democracia cultural" basada en la educación.
En este sentido, resulta curiosa una elipsis: Poniatowska pasa de puntillas por la masacre que previamente había abordado abordó en La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral (1971). Y es de destacar, asimismo, la parquedad con que trata los aspectos más íntimos de la relación con su esposo, agobiada quizá "ante lo que esta biografía tiene de contemplación de mi propia vida" (p. 476). No cabe duda de su admiración por Guillermo, casi veinte años mayor que ella, que se hace palmaria en la última página cuando lo define como un "meteoro radiante que cayó en México y brillará mucho tiempo en el cielo y en la tierra". Pero incluso el fervor patriótico del astrónomo "se manifestaba en amor y dolor, dos caras de la misma moneda". La narradora y también protagonista se compadece de él porque "como buen quijote, terminaste apaleado por los mismos galeotes que liberaste", pero no había dudado tampoco en definirlo antes con palabras graves: "Guillermo Haro es un hombre que duele". Y en preguntarse: "¿Es este el sentido de la vida, acompañar hasta desaparecer".