Mijaíl Bulgákov. Foto: Archivo

"El fuego gemía en la estufa, la lluvia fustigaba la ventana. Entonces ocurrió lo peor. Saqué del cajón de la mesa los pesados manuscritos de la novela y los cuadernos de borradores y empecé a quemarlos. Fue terriblemente difícil de hacer, porque el papel escrito se resiste a arder. Rompiéndome las uñas, hice trizas los cuadernos, los ponía de pie entre los leños y con el atizador removía las hojas. De vez en cuando me vencía la ceniza, ahogaba las llamas, pero yo luchaba contra ella y contra la novela que, aun resistiendo con obstinación, acabó por sucumbir. Palabras conocidas fulguraban ante mí, el amarillo subía impetuosamente por las páginas, pero las palabras, aun así, se perfilaban. Sólo desaparecían cuando el papel ennegrecía, y yo, con el atizador, furioso, las destruía."



Habla el Maestro, pero podría ser su creador. Un hombre que quiso emparedarse en su ficción cuando tiró al fuego el primer manuscrito, la primera versión de El Maestro y Margarita, su obra maestra. Corría el año 1932 y el original de la que sería, con el tiempo, la mejor y más representativa novela del período soviético, se escapaba, convertida en humo, contra el cielo de Moscú. Después, de memoria, Mijaíl Bulgákov (1893-1940) la reescribiría, dejando en una caja los restos, apuntes y bocetos del trabajo original.



Aún tendrían que pasar más de treinta años para que, en 1966, la novela, en aquella 'segunda' versión, se publicase en la revista moscovita Moskvá. Esto ocurrió tras la eliminación, por censura, de unas cien páginas, lo que dio lugar a sucesivas ediciones y traducciones igualmente mutiladas. Aunque en 1973 salió una nueva edición sin recortes, otros diecisiete años mediaron entre esta y la edición definitiva, la canónica de 1990, elaborada a partir de los trabajos de la filóloga rusa Marietta Chudakova, que se encargó de rearmar la novela a partir de los mencionados bosquejos que sobrevivieron al fuego: "Fue difícil reconstruir cada frase, pues a veces no quedaba más de la mitad o menos aún...", explica ahora a El Cultural la estudiosa, que se encuentra estos días en España para presentar la primera traducción al español de esta nueva edición que, quizás, sea la definitiva, y cuya publicación hay que agradecer, sobre todo, a la editorial Nevsky y al Instituto de la Traducción de Rusia.



"Se ha de tener en cuenta -dice Chudakova- que todas las versiones de la novela, hasta la última en la que el autor trabajó ya estando muy enfermo, eran del mismo Bulgákov, y que yo traté de reconstruir la primera versión con el fin de entender, entre otras cosas, cómo se había ido desarrollando su historia textual". Las sucesivas ediciones difieren en determinados detalles del original: en este, por ejemplo, el Maestro guarda un indiscutible parecido con Gógol (de hecho, en origen, Bulgákov llamó a su protagonista "El Poeta", apodo que el crítico literario Belinski puso al autor de Taras Bulba, normalizando su uso dentro del mundo de la cultura), maestro de nuestro autor, de quien heredaría, como señala Ricardo San Vicente en el prólogo, "la claridad del estilo y el equilibrio de su prosa". En una de sus últimas cartas, el genio, ya casi devorado en vida, se refiere a Gógol como si lo confundiera con un personaje de su novela, penando: "Maestro, cúbreme con tu capote..."



La purga literaria

La historia del texto de El Maestro y Margarita corrió paralela suerte a la de su autor, un intelectual desafiante que, venido a Moscú desde provincias, tenía, como apunta San Vicente, "una visión crítica que traspasaba las fronteras de la razón". Discípulo de Pushkin y Gógol, Bulgákov quiso mostrar en esta obra fáustica, que bebe directamente de las Sagradas Escrituras -cuya interpretación, apócrifa, intercala con la caída del demonio en Moscú-, la rigidez de un mundo hostil y peligroso bajo el terrible poder de Stalin. Esa fue la causa de su desgracia: la razón por la que la novela se mantuvo oculta, prohibida, hasta el fin, en los sesenta, de los años helados del terror soviético. Fue entonces, más de veinte años después de la muerte de Bulgákov, cuando su mujer, Yelena Shílovskaya, su puso a la tarea de publicar toda su obra, tarea en cuya ejecución, en cuyo camino se cruzaría con Chudakova, en 1968: "Era una mujer de una increíble fuerza de voluntad -recuerda ahora la filóloga-. E increíblemente perseverante. Se propuso un objetivo: lograr que se publicaran las obras de Bulgákov. Y en gran parte lo alcanzó. Su objetivo fue lo que le mantenía firme, y esto se hacía evidente desde el primer momento en que la conocías".



La relación del escritor con Stalin fue cercana y compleja: "No creo que Bulgákov irritara en exceso a Stalin -opina Chudakova-. Más bien, le interesaba. Pero fue un interés bastante especial, el interés hacia la víctima potencial, el mismo con que Berlioz [primera víctima del demonio en la novela] observa al extraño forastero que se cruza en su camino durante su paseo por Los Estanques del Patriarca: "Es preciso señalar que, desde las primeras palabras, el extranjero causó en el poeta una impresión abominable, mientras que a Berlioz le cayó bastante bien, o sea, no es que le hubiera caído bien... sino -cómo decirlo de manera correcta- digamos que despertó su interés..." Chudakova juega con la idea de que a Stalin, quizás, hasta le cayera bien el recio dramaturgo: "A Stalin le gustaba la gente dispuesta a arriesgarse. Y a veces esta gente ganaba".



Hay quienes piensan que Bulgákov -una de cuyas obras, Los días de los Turbín, era la favorita de Stalin- no vivió tan mal bajo el yugo estalinista. O que, al menos, como repite la historia, no pasó hambre. La propia Chudakova recuerda que, si bien él confiaba en publicar pronto, cuanto antes, la que sabía su obra maestra, por el camino iba sobreviviendo, mal que bien, escribiendo teatro, incluso para el mismo Stalin: "En 1938 y 1939, Bulgákov depositó sus esperanzas en la obra teatral Batum, que le produjo el Teatro de Arte de Moscú (MJAT) con motivo del aniversario de Stalin", recuerda Chudakova. El escritor, además de garantizar sus ingresos trabajando para el dictador georgiano, confiaba en que del éxito de estas obras se beneficiarían otras de sus muchas creaciones importantes, aquellas que él tenía en el cajón y entre las que se encontraba El Maestro y Margarita. "En realidad -sostiene la filóloga, que realizó sus trabajos sobre la novela mientras dirigía el Departamento de Manuscritos de la Librería Estatal de la URSS- Bulgákov no vivió nunca en la miseria. Vivió con los derechos de Los días de los Turbín, puesta en la escena por un único teatro, el MJAT, y con lo que iba ingresando por la versión teatral de Almas muertas, que adaptó para el mismo teatro".