Tom Burns Marañón. Foto: Alba Lajarín
Catorce años después de su primera publicación, el periodista y escritor Tom Burns Marañón ha recuperado, enriquecida con un prólogo para franceses -guiño al prólogo para franceses que en 1937 Ortega escribió para La rebelión de las masas-, Hispanomanía (Galaxia Gutenberg), su ensayo sobre los viajeros románticos que llegaron a la primitiva España con el fin de "explicarla". El autor amplía así lo que él mismo define en la introducción como un libro "raro": mezcla de autobiografía y ensayo literario e histórico cuyo objetivo es abrir el amplio abanico de "curiosos impertinentes" que, para bien o para mal, fueron conformando la imagen que de España se tiene dentro y fuera de su territorio.En el prólogo mencionado incluye el autor, ahora, la visión de tres escritores galos: Teophile Gautier, con su Voyage en Espagne, donde "se propuso divertir, sorprender e instruir"; George Sand -seudónimo de Amantine Lucile Dupine-, que en Un Hiver à Majorque se indigna a menudo con el atraso de la isla; y Maurice Legendre, cuya tesis doctoral sobre las Hurdes despertó el interés de Marañón -abuelo del autor- y de Unamuno. "Los franceses siempre han sido más capaces de entender a los españoles -explica Burns-, puesto que existe, pese a los desencuentros, una complicidad mayor entre ambos países". Burns se pregunta, en un pasaje de la obra, por "la ausencia de una colisión cultural franco-hispana", pese a las invasiones, guerras y otros roces más o menos importantes.
Hay casos, también, en que viajeros de distintas procedencias coinciden en determinados aspectos de lo español. Así, Gautier y Hemingway sienten idéntica pasión por los toros: "Hemingway conocía muy bien el libro de Gautier y en su visión lúdica y festiva de España ambos son, aunque provengan de distintos países y culturas, almas absolutamente gemelas". Burns no deja escapar la oportunidad de retratar con acidez a estos fanáticos de la fiesta nacional: "En los tiempos en que iba con frecuencia a los toros conocí a bastantes aficionados extranjeros. Siempre me pareció que su pasión taurina rayaba la excentricidad. Gautier fue el primero de estos locos rematados y Hemingway el más célebre".
Criado en el seno de una familia hispano-británica, Burns Marañón cree, como conocedor de ambos lados, que hay que tomarse con cautela las opiniones de estos hispanistas, viajeros que fijaron su mirada en realidades concretas, en aspectos de la vida española que ellos ya venían buscando desde mucho antes de llegar a España. "Los curiosos impertinentes del siglo XIX, tanto los anglosajones como los franceses, vienen huyendo de países donde ya se impone el ferrocarril, la industria, etc. En España encuentran una especie de parque jurásico, un ritmo distinto, unos valores rurales y primitivos, y eso es lo que les atrae y por eso lo cuentan y lo destacan." Tom Burns sostiene, no obstante, que algunos de los estereotipos que crearon tuvieron también consecuencias "nefastas" para España y para el autoestima de los españoles: "El problema es que los estereotipos que extendieron son muy negativos; hablo de todos esos tópicos acerca de un país indolente, ingobernable, atrasado, un país donde no se valora la ciencia y el esfuerzo, un país oscurantista y clerical; en fin, el país de la alegría, de la fiesta y del dolce far niente. Todos estos tópicos surgen en el XIX y de alguna manera mantienen su vigor a lo largo de los años."
¿Nos sirven, entonces, estas crónicas extranjeras para conocernos mejor o, al contrario, son sobre todo un testimonio para conocerlos más a ellos, a los viajeros y su modo de mirar? "Es muy importante la mirada del otro, y no solo la del inglés, sino también la del americano, la del francés, la del alemán...", comenta Burns. El español ha de estar atento a lo que se dice fuera, "pero sin tomárselo a pecho, porque si no caerá, sin remedio, en un papanatismo bastante ridículo". Dice el autor que para evitar eso, precisamente, es para lo que escribió Hispanomanía, pues quería explicar a los lectores "que esta gente escribió lo que escribió condicionada por su atracción por España, para ellos una especie de paraíso ancestral y primitivo."
Si tuviera que destacar a un "hispanómano" como el que mejor supo captar la esencia de España, Burns Marañón no tiene dudas: Raymond Carr, protagonista del último capítulo del libro, quien a menudo actúa de vara para medir la exactitud con que los viajeros anglosajones y franceses captaron la realidad española. "Carr crea una escuela de historia que tiene una poderosa influencia sobre historiadores españoles contemporáneos, y es el que extiende la idea justa de que España no es un país excepcional; es decir, que su historia es perfectamente comparable con la de otros países europeos, y esto es lo que acaba al fin con la mala imagen que los españoles tuvieron durante mucho tiempo de su propio país, y también, por supuesto, la que tuvieron en Inglaterra".
Si Carr es quien acaba con la imagen estereotipada de España, mucho tiene que ver en su nacimiento la figura de Arthur Wellesley, duque de Wellington y héroe británico en nuestra Guerra de Independencia, conocida allí, en Inglaterra, como The peninsular war. Wellington, vencedor de la batalla de Arapiles -y de la de Waterloo y de tantas otras más-, aunque no fuera un "curioso impertinente" al uso, "sí que se convirtió en el principal cicerone" de algunos de ellos; y, más que de ninguno, de Richard Ford, autor del Manual para viajeros por España y lectores en casa. "Wellington es fundamental -comenta el ensayista-: él viene con miles de ingleses a España y su gesta se da a conocer muy ampliamente en Inglaterra, calando enseguida en la conciencia romántica del país, que vio España, a partir de entonces, como fuente de libertad y como paradigma de la lucha contra la tiranía. Ford, por su parte, es un precursor de los hispanistas ingleses, y crea una especie de canon al que se ciñen todos los viajeros que vinieron tras él, y que son el resto de los estudiados en Hispanomanía."
Junto a Ford, aparecen desglosados -vida y obra españolas- Hemingway, Blanco White, Borrow, George Orwell y Gerald Brenan, este último, quizás -nos dice el autor-, el más peculiar entre todos ellos. "Brenan es fascinante. Entiende muy bien lo de la patria chica, los pueblos. Brenan no ve el país como los demás. Él se refugia en Las Alpujarras, y allí lee muchísima literatura española. Él no conoce a otros españoles de su condición; es muy indicativo que saludara a Lorca o a Falla, por ejemplo, al poco de llegar a España, pero que no quisiera ser su amigo". Esta particularidad de Brenan, que se negó a conocer a sus pares españoles (en su caso a los de la Generación del 27, sobre todo), es también extensible a la mayoría de los que llegaron a España, mochila y cuaderno de notas, para dar cuenta de un país que, a su manera, los fascinó más que ningún otro.