Irvine Welsh
Irvine Welsh viaja en Skagboys hasta el mundo en el que vivía Mark Renton cuando no era el protagonista de Trainspotting y radiografía la época en la que empezó todo (los 80)
Bien, pues de esa época, y de esa transformación, la de un chico de barrio que llegó a ser universitario y acabó convertido en un yonqui desesperado, va Skagboys (Anagrama), la nueva y brutal novela de Irvine Welsh, el escocés que de niño quiso ser astronauta y jamás pensó en llegar a convertirse en escritor (y mucho menos en el más brillante representante del realismo sucio escocés) porque a los chicos como él "no nos pasaban ese tipo de cosas". Brillante y, sí, muy dickensiana precuela de la demoledora Trainspotting, Skagboys es un trepidante descenso a los infiernos que ayudó a construir la Dama de Hierro en una cenicienta (y violenta) Escocia en la que Perdición, en mayúsculas, está a la vuelta de la esquina, sentada en el taburete de un pub cualquiera. ¿O no? Welsh se encoge de hombros. Bebe un poco de agua. Se toca la cabeza. Lo hace a menudo. Se toca su cabeza afeitada todo el tiempo. Con su mano derecha, en la que brilla un enorme anillo de oro. Dice que lleva tanto tiempo dando vueltas por el mundo hablando de sus libros que a menudo no sabe de qué se supone que debe hablar ese día en concreto. "No sé si son yonquis, lesbianas o pedófilos", dice. Apenas despega los labios cuando habla. Sonríe.
-¿Por qué volver a los 80, por qué rescatar a Renton y los chicos? Después de contar, en Porno, cómo acabó todo, ¿sentía la necesidad de explicar cómo empezó todo?
-No exactamente. Lo que me apetecía en realidad era escribir otro libro sobre los 80. Porque tengo la sensación de que nada ha cambiado desde los 80. A nivel social, me refiero. Sí, tecnológicamente el progreso ha sido brutal, pero seguimos viviendo en la sociedad que se creó en la época Tatcher, la del neoliberalismo. Socialmente, es como si estuviéramos atrapados en el tiempo. Con la misma economía del paro y la misma cultura de drogas. Me apetecía mostrar qué pasaba con las familias, qué pasaba con los chavales, y los personajes de Trainspotting eran perfectos para volver sobre todo eso. Ya los había creado. De hecho, una tercera parte de esta novela ya estaba escrita, y otra tercera parte está basada en las notas que tomé para la construcción de los personajes.
-¿Toma muchas notas?Me apetecía escribir otro libro sobre los 80. Porque tengo la sensación de que nada ha cambiado desde entonces"
-Oh, sí, muchísimas. Antes de empezar una novela, mi estudio parece una escena del crimen. Hay notas por todas partes. Es como en esas películas en las que ves a los detectives encerrados en su despacho, con las paredes repletas de fotografías y mapas y cosas por el estilo. Antes de empezar a escribir, creo a mis personajes. Los desnudo psicológicamente. Eso quiere decir que les invento una familia, con todos los posibles traumas que le haya podido generar, que elijo sus canciones favoritas, lo que prefieren en la cama, y claro, obviamente, su equipo de fútbol preferido, todo. Al final los conoces tanto que sabes cómo reaccionarán en cualquier situación y te resulta incluso divertido rescatarlos, como en este caso.
-¿Y cuánto de Irvine Welsh tiene cada uno de ellos?
-Supongo que mucho. Cada uno de tus personajes es una extensión de ti. Un aspecto de tu personalidad. Es curioso, pero el libro que acabo de publicar ahora en el Reino Unido (que en España publicará el año próximo Anagrama, Las vidas sexuales de las hermanas siamesas), que está protagonizado por dos mujeres, una entrenadora de fitness y su clienta, una artista obesa, es, según mi mujer, el libro en el que más estoy yo por todas partes. De hecho, dice que soy esas dos mujeres.
-En la novela se muestran claramente las razones que cada uno de los protagonistas tienen para dejarse seducir por la heroína y son muy distintas pero coinciden en que todos ellos necesitan pertenecer a algo, formar parte de algo.
-Exacto. El caso de Spud es sintómatico. Spud está perdido. No tiene trabajo, siente que su vida no vale nada. Cae en la heroína para sentirse parte de algo más grande. Porque todos necesitamos sentirnos parte de algo más grande. Algo que esté por encima de nosotros, no importa lo que sea. En el caso de Renton y Sick Boy la cosa es distinta. Si hubiera querido, Renton podría haber dicho no. Tenía los suficientes recursos para hacerlo. Pero ocurre que no está solo, que cuando cruza la frontera, la cruza con su buen amigo Simon, Sick Boy. A veces la amistad puede llevarte a un lugar que te destruye, porque se crea cierta química entre tú y esa persona, cierta competitividad que impide que te niegues a lo que sea que te proponga. Es uno de esos momentos en los que sientes que eres inmortal. Y luego lo que pasa es que la droga empieza a darle un sentido a tu vida. Te levantas por la mañana y ya tienes algo que hacer. Buscar dinero para conseguir droga. Es una estructura social patética, pero es una estructura social, que de otra manera, estos chavales no tendrían.
-¿Qué opina de que Trainspotting se haya convertido en la clase de fenómeno en que se ha convertido? Que por un lado sea uno de los libros que más se roban en bibliotecas y por otro en algunos institutos sea de lectura obligatoria...
-No deja de ser extraño que una novela así haya sido aceptada por el establishment. Y me encanta lo de imaginar a chavales robando libros. Pero supongo que el éxito de una obra es la que fuerza al establishment a aceptarla. Y no me planteo nunca la clase de impacto que tiene lo que escribo. Funciono como los futbolistas. Sólo pienso en el próximo partido porque, si no, acabaría bloqueado.
No me planteo el impacto de lo que escribo. Funciono como los futbolistas. Sólo pienso en el próximo partido"
-Los jóvenes son siempre igual, lo que cambia es el contexto en el que crecen. Lo único que me cabrea de los de hoy es que están perdiendo la oportunidad de consumir cultura local. Todo es hoy global. En cuanto algo surge, cualquier fenómeno, alguien lo sube a la Red y se convierte automáticamente en algo global, sin haber tenido tiempo de fermentar, de echar raíces, de acabar de madurar. Pero creo que tarde o temprano acabarán volviendo. Cuando estén hartos. Cuando la saturación pueda con ellos. Ya está pasando con el vinilo, por ejemplo. Por otro lado está el asunto de sus nulas perspectivas de futuro. Estudiar para ellos significa hoy hipotecarse, y a la larga, hipotecarse significa en convertirse en un siervo. Las clases ricas se cargaron primero a las clases trabajadoras y ahora se están cargando a la clase media. Y se están empleando a fondo en ello.
-De pequeño quería ser astronauta y leía muchísima ciencia ficción, hasta que, como dijo no hace demasiado, empezó a interesarse por el espacio interior... ¿Qué leía cuando eso ocurrió? ¿Leía a Orwell, como Mark Renton?
-Sí, Orwell me marcó siendo un chaval. Pero luego a quien más he leído y a quien más he admirado es a Evelyn Waugh. Sí, bueno, era un poco pijo y se movía en ambientes que no tienen nada que ver con los míos, pero me gusta cómo trabajaba la psicología de sus personajes, la competencia secreta que puede llegar a crearse con alguien a quien quieres mucho. No sé, me gusta cómo habla de en lo que consiste la amistad entre hombres y de cómo a veces te encantan tus rivales, pero no quieres admitirlo porque son tus rivales. También me fascina cómo trata a los personajes femeninos. Todo el entorno social. Creo que hay mucha verdad en lo que escribía Waugh.
Apura el vaso de agua y dice que mañana va a deprimirse mortalmente si los Hibs, su equipo, pierde. Porque perder mañana significaría bajar a segunda. "Voy a llorar si eso ocurre", dice. Probablemente acodado a la barra del pub ficticio que los chicos del festival Primera Persona le han preparado para que hable de lo que le apetezca. De cómo llegó a convertirse en escritor. De todo lo que le ocurrió por el camino. Y de los amigos que, como Spud, como Renton, como Sick Boy, tomaron el desvío equivocado. Seguramente sonará Our House, de Madness, porque es una de sus canciones favoritas y los asistentes podrán asomarse al mundo real del tipo que, dicen, es el Céline de los 90.