Pedro J. Ramírez. Foto: Alberto di Lolli

Una sombra resopló de improvisto y Pedro J. Ramírez (Logroño, 1952) lanzó su arpón. La sabrosa pieza resultó ser el archivo privado, perdido y reencontrado en una librería de viejo, de José María Calatrava, último jefe de Gobierno del Trienio Liberal. Un eslabón perdido de la historiografía que revolucionaba la comprensión del periodo y le encomendaba escribir La desventura de la libertad (La Esfera, 2014).

Si en El primer naufragio (La Esfera, 2011) la libertad se iba a pique en el París de las guillotinas, en su segunda incursión en la historia Pedro J. Ramírez pone en el punto de mira el instante en que se anega aquella convulsa singladura de esperanza que se abrió en España entre 1820 y 1823. Y su cuaderno de bitácora es un hallazgo memorable.



-¿El descubrimiento del tesoro documental de José María Calatrava no le daba otra opción que escribir un libro?

-Sí, sentí que era una especie de encargo que él mismo me hacía desde el más allá. Podía haber caído en manos de un coleccionista, de una institución, de alguien capaz de valorarlo históricamente pero a lo mejor no dispuesto a engarzarlo en una narración. Así que pensé que el hecho de que lo descubriera yo me imponía el propósito de contar su singular y terrible historia.



-Presenta un libro a medio camino entre la historia y el periodismo. ¿Le falta periodismo a la historia que se hace hoy?

-En la segunda mitad del siglo XX se desdeñó la llamada historia de los acontecimientos, cundió la obsesión por eliminar el itinerario narrativo del análisis de los fenómenos sociales y económicos. Y eso es una equivocación, porque la historia de los acontecimientos no tiene por qué quedarse en la espuma de las cosas. Tanto en El primer naufragio como aquí intento combinar ambas escuelas. Los hechos no suceden casualmente. Este libro reflexiona en profundidad sobre el Trienio Liberal. Y la historia de los acontecimientos es el guía del museo que hace que todo cobre sentido.



-Creo que han sido más de dos años sumergido en la peripecia del Trienio y en el papel de Calatrava. ¿Cómo le cae?

-Siento un gran respeto por él. No es un hombre cálido ni extrovertido, no es un hombre carismático, no es un líder nato, pero es un hombre de una pieza, un intelectual, un jurista y un patriota íntegro y digno. Siento por él comprensión y compasión. Repudiaba la demagogia y sentía auténtico rechazo por la violencia. Era un girondino, un constitucionalista moderado al que, en mi anterior libro, hubieran guillotinado.



La dinámica del radicalismo

-El Trienio no fue un oasis. La Constitución era "imposible de aplicar", el rey conspiraba contra ella y a los españoles no les importaba mucho ser libres.

-En las grandes ciudades la burguesía sí era liberal y quería un marco de instituciones representativas que dieran cauce a las ansias políticas y a la prosperidad de la actividad económica. Pero asustó enseguida la dinámica radical de una minoría. Y en la España rural los liberales no fueron capaces de contrapesar la influencia de la Iglesia. Pero la cuestión capital fueron las reglas del juego. Hay muchos clichés tenebristas sobre nuestro XIX pero también alguno injustamente positivo como el que celebra la Constitución de 1812. El Trienio dio la razón a quienes, como Blanco White, advirtieron que no podía funcionar.



El Trienio dio la razón a quienes, como Blanco White, advirtieron que no podía funcionar"

-Por no hablar de nuestro tristemente famoso cainismo. Los liberales se llevaban a matar.

-Ese fue un elemento muy negativo porque permitió a Fernando VII maniobrar y enfrentar a unos contra otros. Calatrava intentó paliar la desunión de los liberales, que por otro lado es la propia de todo sistema parlamentario. El problema está en que quien le hace la labor de zapa implacable es el Rey.



-Fernando VII los engaña a todos. Pudo ser un terrible gobernante pero nada tonto.

-Era un hombre muy astuto. Nadie trató de ponerse en su lugar, el de alguien educado para ser Rey y que ha recibido una herencia considerada un legado divino. Pero incluso en el ejercicio de ese papel cabe una conducta más decente, menos sádica. Mantiene un doble juego con sus ministros hasta el final, como demuestra el manifiesto que he descubierto, con las tachaduras y su firma autógrafa, un monumento a la falta de escrúpulos. Dice "esto no", dando a entender que lo que no discute sí que está dispuesto a concedérselo. Y al día siguiente anula las concesiones y empieza a firmar sentencias de muerte.



-La tercera de las grandes figuras de su libro es el duque de Angulema, cuya imagen queda matizada como una suerte de absolutista… ¿humanista?

-El cliché del invasor que encabeza la reacción contra el liberalismo y restaura el absolutismo queda muy matizado especialmente en la transcripción de una conversación clave cuya aparición en el archivo de Calatrava impresionó a los especialistas. Es la del general Álava con el propio Angulema y éste viene a darle la razón en todo, en sus descalificaciones contra la regencia abolutista y el cerrilismo de los defensores de Fernando, a quien, dice, hay que "atar corto". Y claro, el general Álava se queda estupefacto. Angulema no es demasiado inteligente pero sí es un hombre decente. Alguien lo describió como un buen soldado con una cabeza de chorlito filosófica. La situación era surrealista: Calatrava, cercado en Cádiz, Angulema dirigiendo el cerco desde el Puerto de Santa María, los dos, a uno y otro lado de la bahía, con ideas parecidas e ignorándose mutuamente.



Grandes enseñanzas

-Elude comparar pero sí afirma que sólo la reforma constitucional que faltó entonces evitaría hoy la degradación institucional.

-Cada época tiene sus circunstancias. Pero soy consciente de que los libros se leen en el presente y aquí hay dos grandes enseñanzas. Una, sólo las reformas pueden evitar la putrefacción de un sistema constitu- cional que no resuelve los problemas reales de la sociedad. Y dos, no es posible ningún cambio político sin contar con el contexto internacional.
Hay que devolver a los ciudadanos los derechos de participación política y eso ha de abordarse con una reforma constitucional"


-Escribía hace poco que los catalanes no están cómodos en España porque el Estado ha fracasado como marco de bienestar común. ¿Qué salidas se abren?

-La apuesta secesionista de Mas sólo puede terminar en farsa o tragedia. Y siempre es mejor lo primero. Pero la solución pasa por regenerar la democracia para que los delirios del indepedentismo no hallen coartada. Hay que devolver a los ciudadanos los derechos de participación política en un contexto de reforma constitucional en el que habrá que hablar de la cuestión territorial. Y no hay que tener miedo a que existan mecanismos que permitan a una parte del territorio escindirse, con arreglo a unas leyes muy cualificadas, si se empeñaran en ello. Hemos llegado a un estadio de la civilización en el que las instituciones deben asentarse en la voluntad de los ciudadanos y no en la imposición. También en lo que atañe a la forma del Estado. Si la monarquía se quiere consolidar, debe reformarse.



-En 2014 El Mundo cumplirá 25 años, ya sin su dirección. Si la libertad sólo avanza entre retrocesos, ¿tendremos que citarnos en Las Cabezas de San Juan?

-Nunca he creído en las soluciones revolucionarias y, de hecho, Riego no queda demasiado bien parado en el libro. Pero es evidente que estamos en una etapa de retroceso de la libertad de expresión y del pluralismo. La crisis económica ha hecho saltar por los aires el modelo de negocio de los medios de comunicación y así seguiremos hasta que se recomponga, hasta que los medios dependan otra vez de sus lectores y anunciantes y no de los favores del gobierno y de las grandes corporaciones. Yo estoy seguro de que vendrán pronto tiempos mejores y volverá a avanzar la libertad. Todos aprendemos de nuestras equivocaciones. Los liberales de 1823 aprovecharon bien el exilio para cambiar algunos de sus paradigmas.



-¿Usted va a aprovecharlo?

-No vuela tan alto la cometa de la analogía.