Recuerda Alberto Blecua en el prólogo a esta comedia desaparecida de Lope de Vega que es imposible conocer con exactitud el volumen de la obra del Fénix, si bien existen testimonios que pueden darnos algunas pistas. Tal es el de Juan Pérez de Montalbán, que afirma en la Fama póstuma (Madrid, 1636, f. 12r) que, de Lope, "las comedias representadas llegan a mil y ochocientas. Los autos sacramentales pasan de cuatrocientos". Se podría decir que por lo menos son esas: Pérez de Montalbán se limita a seguir el listado que incluyó el propio Lope de Vega en su Égloga a Claudio, que se publicó en Madrid, 1637, en La vega del Parnaso.



Este último hallazgo, esta inédita Mujeres y criados, formaba parte, hasta hace poco tiempo, del enorme material de Lope que se cree perdido. Se trata de una comedia urbana escrita entre 1613 y 1614 y estrenada por la compañía de Pedro de Valdés, cuyo único testimonio conocido es una copia manuscrita que se conserva en la Biblioteca Nacional de España. Lo que se publica ahora es, así pues, la primera edición moderna y anotada de esta obra, pues el texto original había permanecido olvidado en la mencionada copia manuscrita y su autor no había sido identificado. Su autoría está confirmada, ya que el propio Lope de Vega la incluyó en el prólogo de la segunda edición de El peregrino en su patria, de 1618. Para el editor, Alejandro García-Reidy, "la frescura de su acción, el carácter fuerte e ingenioso de las dos hermanas protagonistas y la gracia que destilan numerosas escenas hacen de Mujeres y criados una comedia que puede incluirse sin ninguna dificultad en la lista de grandes obras salidas de la pluma de Lope."



Aquí puede leer las primeras páginas de la comedia:




LA FAMOSA COMEDIA DE MUJERES Y CRIADOS



1.ª jornada



Personas del 1.° [acto]



El conde próspero

Claridán, camarero

Teodoro, secretario

Riselo, gentilhombre

Martes, lacayo

Lope, lacayo

Emiliano, viejo

Don pedro, su hijo

Florencio, viejo

Acto primero



Sale el conde Próspero desnudándose, Claridán, camarero suyo, Riselo y otros criados con una fuente para la golilla



Próspero- Tomad allá, que os prometo

que me ha cansado el jugar.

Claridán- Cansa el perder.

Próspero- Y el ganar.

Claridán- Advertimiento discreto,

mas dicen que preguntando

a un sabio cómo criarían

a un rey los que le servían,

dijo: «jugando y ganando,

porque dicen que es la cosa

que más la sangre refresca».

Próspero- ¡Propia sentencia greguesca!

¿Hallástela en verso o prosa?

Claridán- En el sueño que me ha dado

esperarte hasta las dos.

Desnúdate, que, por Dios,

que te ha el perder desvelado.

Próspero- ¡Qué prisa me das!

Claridán- ¿No es hora

de dormir?

Riselo- Y aun con hablar

tanto lo es de levantar,

que ya se afeita el aurora.

Próspero- ¡Poética traslación!

Claridán- Duerme, acaba.

Próspero- Claridán,

los que pierden siempre están

después en conversación.

¡Que haya quien juegue a los trucos!

Claridán- Un hombre es cosa notoria

que se hace macho de noria.

Riselo- Dromedarios mamelucos

no sufrirán la tahona

de este juego.

Próspero- El ajedrez

es notable.

Claridán- De esta vez

la noche se va a chacona.

Acuéstate ya, por Dios.

Próspero- ¿Hay cosa como sentados

al ajedrez dos honrados,

deshonrándose los dos

y diciendo refrancitos?

Riselo- Es juego de entendimiento

y piérdese el sentimiento.

Próspero- No hay desatinos escritos

como están diciendo allí.

Riselo- Cierto que el juego ha de ser

juego y no estudio.

Próspero- Anteayer

jugar unos hombres vi

con uno que llaman mallo.

Riselo- Para el ejercicio es bueno.

Próspero- Tanto ejercicio condeno.

¿Callas, Claridán?

Claridán- Ya callo

por ver si dejas de hablar

y te acuestas.

Próspero- La pelota

es galán.

Riselo- Ver una sota

los pies arriba asomar

es juego menos dañoso.

Próspero- Si dura una noche u dos

es muy dañoso, por Dios,

y a la salud peligroso.

Claridán- En fin, ¿ya vueseñoría

determina no acostarse?

Riselo- Querrá de noche esquitarse

de lo que pierde de día.

Próspero- ¿Qué se hizo Florianica,

la de la calle del Pez?

Claridán- (Él no duerme de esta vez.) Próspero- ¿Está pobre?

Riselo- No está rica.

Próspero- Sospecho que se enamora.

Riselo- Mal la tratan los deseos

de estos hombres con manteos

que andan en la corte agora.

Próspero- ¿No hablas ya, Claridán?

Claridán- Estoy durmiendo, señor,

que se va la noche en flor.

Próspero- ¿En pie duermes?

Claridán- Soy truhan

que come en pie y duerme en pie.

Próspero- Ahora bien,

dejadme aquí.

Claridán- ¿Iremos a dormir?

Próspero- Sí.

Claridán- Dios buenos días te dé.



Queda solo el Conde



Próspero- Cuidados de Claridán

me han puesto en nuevo cuidado:

¡notable priesa me ha dado!

¿Cosa que fuese galán

de mi sujeto amoroso?

Que celos no lo dijera

un loco ni amor tuviera

si no estuviera celoso.

Vive Dios, que puede ser

que me haya dado esta prisa

por ver la que no me avisa.

¿Sin causa, amor? Sin temer

temo, luego no es sin causa.

¿Que perderé por sabello?

Ahora bien, yo quiero vello,

pues temor de amor se causa.

¡Hola, Teodoro! ¡Teodoro!



Sale Teodoro, secretario



Teodoro- Señor, señor.

Próspero- Entra acá.

¿Quién en mi cámara está?

Teodoro- Nadie, que Fabio y Lidoro

se fueron con Claridán

a sus posadas agora.

Próspero- Yo he de ver cierta señora.

Dame un vestido galán,

digo herreruelo y ropilla,

que ansí en valona me iré.

Teodoro- ¿Qué acero?

Próspero- El que me quité,

y aquel broquel de Sevilla.

Teodoro- Voy. (¡Y no con poca pena,

mas que ha de ser por mi mal!)



Vase



Próspero- ¿Hase visto priesa igual?

Mas la prevención es buena.

Yo sabré si Claridán sirve lo que sirvo yo.

Desde ayer celos me dio.



Vuelva Teodoro



Teodoro- Aquí espada y capa están,

ropilla y sombrero.

Próspero- Muestra.

Teodoro- ¿Quiere vuestra señoría

mi compañía?

Próspero- (Sería

dar de mis flaquezas muestra

y no ha de entender mi dueño

que doy del secreto parte.)



Vístase



Teodoro- Bien quisiera acompañarte.

Próspero- No pierdas, Teodoro, el sueño,

que seguramente voy.

Teodoro- Dios te guíe y con bien vuelva.

Próspero- A esto es bien que me resuelva.



Vase el Conde



Teodoro- Celoso del Conde estoy

porque ha más de quince días

que mira lo que yo adoro

y los asaltos del oro

son temerarias porfías.

No tengo por hombre cuerdo

quien del oro no se guarda:

no hay petardo, no hay bombarda,

ni de istrumento me acuerdo

que más brevemente rompa

la puerta a la voluntad,

ni la casta honestidad

más fácilmente corrompa.

¿Pero qué puedo perder

en ir a ver si va allá,

pues no me conocerá

aunque me echase de ver?

Ahora bien, estos son celos:

no los quiero dar lugar,

que de no los remediar

vienen a parar en duelos.



Éntrase. Salen Claridán, de noche, y Martes, lacayo



Claridán- Recorre, Martes, la calle;

mira si hay algún rumor.

Martes- Solo en la calle, señor,

suena el rumor de tu talle.

Medroso sin causa estás.

Llega y habla descuidado,

que va Martes a tu lado,

de Marte una letra más.

Déjame en aquesta esquina:

verás que tiemblan de mí

cuantos pasan por aquí.

Claridán- A esotra parte camina,

porque si en esquina estás,

como cédula has de ser,

que te han de querer ver.

Martes- Parte y no me enseñes más,

que nadie llega de noche

a leer ni a buscar nada.

Claridán- ¿Si está Violante acostada?

Martes- Tarde se apeó del coche,

mas no temas que se duerma

mujer con amor.

Claridán- Yo llego.

Martes- (Y yo de miedo me anego,

que es aquesta calle yerma

y, en habiendo cuchilladas,

no hay barbero ni varal;

que en todo este lienzo igual

están las puertas cerradas

y es gran cosa en las pendencias

la horquilla de las bacías.)

Claridán- ¿Estáis solos, celosías?



Violante, en lo alto



Violante- Cuando hay celos en ausencia

no se duerme tan despacio.

Claridán- Bien sabéis vos la disculpa

que reserva de la culpa

a los hombres de palacio.

No se quería acostar

el Conde. ¿Qué había de hacer?

Violante- No hay en amor qué temer

sino solo el disculpar,

que parece que las culpas

a que ya el amor condena

dan a veces menos pena

que el pasar por las disculpas.

Mañana iremos mi hermana

y yo a tomar el acero.

Claridán- Y yo en esta noche espero

esa dichosa mañana.

¿Está acostada? ¿Qué hace?

Violante- De cansada se acostó.



Entra el Conde



Conde- (Nunca el temor engañó,

que de amor celoso nace.

¡En la reja está, por Dios!) Martes- (Un hombre viene embozado;

muy ancho viene y cuadrado.

¿Uno dije? Mas son dos.

¿Qué digo dos? ¡Tres parecen!

Yo me escurro por aquí.)

Conde- (Claridán habla, ¡ay de mí!

Mis celos se lo merecen,

pero bien pudiera ser

que no hablase con Luciana.

¿Cómo sabré si es su hermana

por no darme a conocer?

Pero fingiré un engaño.)

¡Ay, que me han muerto!

Claridán- Señora,

Martes, mi lacayo agora

y valiente por su daño,

se ha quejado. Voy allá,

que me guardaba la calle.

Violante- No os pongáis por remedialle,

si en tanto peligro está,

a donde os cueste la vida.

Llena quedo de temor.



[Vase Claridán.] Entra el Conde por otra parte



Conde. (¡Las invenciones de amor

con que sus celos olvida!

Ahora bien, quiero llegar.)

¡Ah de la reja!

Violante- ¿Quién es?

Conde- Claridán, que por los pies

nunca pretendo alcanzar

lo que no puede la espada.

Bien podéis, Luciana, hablarme.

Violante- Bueno venís a engañarme,

el alma y la voz trocada,

que ni vos soi[s] Claridán

ni yo Luciana.

Conde- (Los cielos

han sosegado mis celos,

que es de Violante galán.)

Violante- Caballero, no os conozco

y, así, os cierro la ventana.

Conde- Cerrad, pues no sois Luciana,

que en la voz os desconozco.



Sale Claridán



Claridán- (¿Tan presto ocupó el lugar

otro galán? Es[a] esgrima

algún agravio le anima,

que aún no me dejó asentar.

Huyó Martes, que hasta el lunes

alcanzarle no podré.

Vuelvo al puesto que dejé

y hallo los pastos comunes,

pues que me impiden el paso.)

¡Ah, caballero!

Conde- ¿Qué quiere?

Claridán- Que la que espera no espere

si espera en tal casa acaso.

Conde- Aquí esperaba un crïado

que me pareció infiel

y ya estoy mejor con él

porque estoy asegurado.

Que dejándome acostar,

pensé que a servir venía

la dama a quien yo servía,

pero púdeme engañar.

No es de quien yo pensé amante;

mi imaginación fue vana,

porque yo sirvo a Luciana

y Claridán a Violante.

Claridán- ¿Es el Conde, mi señor?

Conde- El mismo.

Claridán- ¡Señor!

Conde- Detente,

pues ya sabes claramente

qué estado tiene mi amor.

Violante te quiere a ti:

dile que ablande a Luciana,

que Luciana por su hermana

hará lo que ella por ti,

y no seré mal amigo

para venir a tu lado,

porque de Luciana amado

vendré de noche contigo.

Harto he dicho, Claridán;

ha buenas noches.

Claridán. Señor,

iré contigo.

Conde- El favor

que en esas rejas te dan

no le has de perder por mí.

Yo sé lo que es.

Claridán- Señor...

Conde- Tente,

goza la ocasión presente.

Quédate, quédate aquí.



Vase el Conde



Claridán- Obligado me ha dejado,

aunque puesto en confusión.

¿Mas cuándo amores no son

la misma pena y cuidado?

Él quiere bien a Luciana

y ya sabe mi deseo.



Sale Teodoro



Teodoro- (¡El Conde es este! ¿Qué veo?

No fue mi esperanza vana.

¡A la puerta está! ¿Qué haré?

Cierta fue mi desventura.

¿Hay ya costante hermosura

donde no hay verdad ni fe?)