Javier Sáez de Ibarra. Foto: Patxi Corral
Continúa Javier Sáez de Ibarra (Vitoria, 1961) en su nuevo libro, Bulevar, su particular empeño en buscar una formulación innovadora del cuento e insiste en una actitud general de corte modernista. A favor del autor cuenta el tener ya parte del terreno roturado, pues desde hace tiempo el relato ni pretende narrar una buena historia condensada ni persigue el broche del final inesperado. A la trasformación de ambos elementos clásicos contribuye Sáez de Ibarra con un personal enfoque. La anécdota la reduce, a la manera de Aldecoa, a un escueto trozo de vida común pero abre el desenlace al misterio o la indeterminación e incita a cada lector a que aporte su propio cierre.Bastantes situaciones narrativas de Bulevar parten de una cotidianeidad actual de aspecto costumbrista: la cita de una pareja en un centro comercial, un atraco, alguien que saca a pasear al perro, las visitas en el hospital a un enfermo, las relaciones personales y entre padres e hijos, el suicidio fingido de una adolescente, el esnobismo burgués... El autor es maestro en inducir expectativas que toman un rumbo imprevisto. Las anécdotas corrientes desembocan en algo más serio: problemática filosófica, análisis de comportamientos humanos, reflexión ácida sobre nuestra naturaleza, vivencia del pasado, observación culturalista, ironía e incluso un cierto testimonio social.
Estas tramas de apariencia convencional conviven en el libro con varias piezas experimentales. Las relaciones entre literatura y arte que son peculiar inquietud del autor dan pie a una curiosa secuela literaria del ready made. El trabajo de transformar un objeto común en obra de arte, en la línea del famoso urinario de Duchamp expresamente mencionado, se aplica a los ejercicios de ciencias sociales de un libro escolar que se presentan en un desplegable de seis páginas.
La mezcla de textos tan disímiles produce un positivo efecto de variedad, pero también una negativa dispersión. El resultado de conjunto del libro es irregular. Predominan las piezas excelentes, aquellas que insinúan más que declaran, sugieren más que dicen y se disparan hacia la conjetura y la incertidumbre. En cambio, las vanguardistas no pasan de ocurrencias ingeniosas sin el menor porvenir. En cualquier caso, merece la pena leer a este cuentista anticonvencional que plantea, además, en el texto que da título al libro, un debate sobre el propio género, el cuento, que disfrutarán los pocos pero muy adictos aficionados a la narrativa breve.