Sorprenden muchas cosas en Una flor del mal: la compleja estructura, que alterna presente y pasado. Uno de los puntales de la historia es el diario que Caroline Gaillard (la supuesta dama española) escribe a mediados del XIX. Se alternan también, pues, las voces masculina y femenina, tercera y primera. Hay una reconstrucción fascinante de la relación que da pie a la historia. Del mismo modo que los lienzos esconden otras obras cuando se observan bajo rayos X, las mujeres aquí también están formadas por diversas capas. Deliciosamente impostada y misteriosa es Elisabet, personaje de la época actual que parece surgido de una novela victoriana. La propia Gaillard lo es en su deriva personal que se prolongará más allá de su muerte.
En esta primera novela, Molina ha realizado un gran ejercicio de honestidad consigo mismo y con el lector. Ha hecho literatura con sus obsesiones y sus filias, siempre desde el oficio, el esmero por el lenguaje y el buen gusto a la hora de seleccionar materiales. El resultado es una novela absorbente que seducirá a los amantes del siglo XIX, del arte y de la literatura. Y de las historias construidas con ambición y contadas con pasión.