El venezolano afincado en Madrid Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, 1967) lleva tiempo siendo señalado como una de las voces hispanoamericanas importantes de su generación. Envuelta bajo un ropaje de género negro diseñado con precisión y mano firme, Los maletines es una notable novela que oscila entre el pulso narrativo más enérgico, una mirada política descarnada y cierto moralismo paradójicamente mordaz.
Estamos en Caracas, una ciudad violenta, ruidosa, musical, anegada en corrupción y sin embargo, todavía, el hogar de dos personajes muy bien construidos: Donizetti es un hombre torpe acostumbrado a recibir golpes, a que todo el mundo se convierta “en su ex mujer”, y trabaja en una agencia de información del gobierno bolivariano; Manuel es fuerte, santón, “mariconsón”, un tipo exquisito y una voz particularmente bien ensamblada por Méndez Guédez, con lo fácil que habría sido caer en el cliché. Su historia, contada en paralelo y saltando de la tercera a la primera persona, es la de quienes se cansan de recibir golpes y deciden pasar a la acción.
¿Cómo? Pues volviendo la corrupción sistémica a favor suyo al menos una vez, e intentando dar un golpe que los retire y les permita vivir lejos de la catástrofe que ha instituido el régimen de un comandante en ese momento recién diagnosticado de cáncer. No creo que haya sintagma en el mundo de connotaciones más inmediatas que “los maletines”, ni deporte que proporcione una metáfora más ferozmente esquemática de la vida que el boxeo; pues bien, esas dos referencias vertebran la novela, que encima se somete a varias exigencias formales del género. Y sin embargo, he aquí su triunfo, Los maletines no está exenta de sutileza y personalidad propia.
De las varias citas literarias que van deslizándose en la narración, hay dos que me parecen reveladoras: Donizetti intenta leer una novela de Pynchon “y al comprobar que no entendía nada la depositó a un lado de la mesa”. Bien, ¿pero no tiene algo pynchoniano ese universo conspiranoico y entrópico que la novela retrata mediante técnicas, eso sí, nada pynchonianas? Vean si no esta afirmación: “el peligro de muchas señales era intentar comprenderlas”. La otra referencia es Graham Greene, claro: el mal, la compasión, la esperanza. Estilísticamente, la prosa es ágil, con un excelente juego de piernas y una lengua recién llegada de la calle y los despachos. Es verdad que Méndez Guédez se la juega un poco al describir a las mujeres, poniéndose en el filo de lo relamido: “pechos afilados que parecían ir pinchando la brisa”, etc. Pero el recurso, la verdad, funciona.
Novela de viajes en la que Europa y España juegan un papel nada secundario (el dinero fluye del Proceso venezolano a las universidades y grupos revolucionarios de todo el mundo), Los maletines es el retrato de una Venezuela terrible, un país arbitrario donde estar vivo es “una forma de ser culpable”, consecuencia de una historia antigua (¡qué irónica es la referencia a Simón Bolívar!) que sin embargo no exime al militarismo brutal del chavismo. Todo esto Juan Carlos Méndez Guédez lo cuenta arrastrando al lector sin contemplaciones y con talento.