Hillary Rodham Clinton

Simon & Schuster, 2014. 635 páginas, 35 $ Ebook: 25 $

El lanzamiento del nuevo libro de Hillary Rodham Clinton, Hard Choices [Decisiones difíciles], como preludio a una posible carrera a la Casa Blanca en 2016 ha tenido la sutileza de una operación militar avanzando a toda máquina: la filtración del capítulo sobre Bengasi a Politico a finales del mes pasado (presumiblemente para quitar pronto de en medio los comentarios sobre ese asunto candente), la cuestión de la portada en el último número de People, la serie de omnipresentes entrevistas en televisión de esta semana, y una agotadora gira de promoción por todo el país.



Sin embargo, el libro en sí mismo resulta ser un trabajo sutil, calibrado con precisión, que transmite un retrato de la ex secretaria de Estado y ex primera dama como una experta en política de alta resistencia. Comparado con Historia viva, su libro de memorias de 2003 -que tendía a caer en apreciaciones simplistas al estilo de los discursos electorales y en el empeño por contraatacar responsabilizando a diversos enemigos de las duras tareas que le han tocado a ella y a su esposo-, Hard Choices es un documento propio de una mujer de Estado cuyo objetivo es atestiguar la amplia experiencia de Hillary Clinton en materia de seguridad nacional y política exterior. En el libro hay pocas novedades, y, a diferencia de Duty [El deber], las memorias burdamente cándidas del ex secretario de Defensa Robert M. Gates, es en gran medida la obra de alguien que mantiene abiertas todas sus opciones políticas, y a quien le gustaría ser conocida no solo por dominar el arte de la diplomacia, sino también por tener las virtudes políticas para llegar a ser la máxima responsable de la toma de decisiones. Del mismo modo que el ejercicio de su cargo en el Departamento de Estado, Hard Choices no demuestra una gran visión global de la política exterior, como ocurría con Diplomacy [Diplomacia], el libro publicado por Henry Kissinger en 1994. Clinton exhibe más bien un modus operandi pragmático, adaptado a cada caso. Algunos detractores han sostenido que en su papel de secretaria de Estado ha actuado sobre seguro, que no se ha anotado logros destacados como un acuerdo de paz en Oriente Próximo. Y su nuevo libro (escrito con la ayuda de lo que ella llama su "equipo del libro") hace pensar que el principal legado de Hillary Clinton consiste en haber reorientado la política exterior estadounidense en el globalizado y tecnológicamente avezado siglo XXI, y en haber contribuido a restaurar la imagen de su país en el exterior después de la guerra de Irak y el unilateralismo del Gobierno del presidente George W. Bush.



Una de las pocas cosas que este libro tiene en común con Historia viva es el empeño en caracterizar a H. Clinton como alguien capaz de crecer y cambiar; una persona que asegura que aprende de los errores del pasado, como su voto de 2002 para autorizar la intervención militar en Irak. ("Me equivoqué", dice. "Simple y llanamente"). Hard Choices parece tener el propósito de servir a diversos objetivos al mismo tiempo: documentar el ejercicio del cargo de secretaria de Estado, dejar atrás su deficiente campaña presidencial de 2008, sustituir los recuerdos de sus tumultuosos días como primera dama (Whitewater, Monica Lewinsky) por imágenes de sus negociaciones con altos mandatarios en la escena mundial, y elevarla por encima de las difamaciones partidistas de Washington.



El único capítulo en el que la autora parece mostrarse a la defensiva o desafiante es el dedicado al ataque de 2012 que costó la vida a cuatro estadounidenses en la ciudad libia de Bengasi. El asunto sigue siendo objeto de investigación por parte de los republicanos de la Cámara, empeñados en afirmar que el presidente Obama y Hillary Clinton encubrieron lo que sabían sobre las causas del ataque. "No participaré en un combate político a costa de muertos estadounidenses", escribe.



Clinton siempre fue una estudiante brillante y concienzuda, y Hard Choices está organizado metódicamente por países (China, Ruisa, Irán), regiones (Oriente Próximo, Asia, Latinoamérica) y temas (la Primavera Árabe, el cambio climático, los derechos humanos). Aunque no posea las geniales dotes explicativas de su esposo (que exhibió en Back to work [De vuelta al trabajo], su libro de 2011 sobre economía), proporciona al lector profano y votante en potencia- sucintas y a menudo agudas observaciones sobre la compleja red de fuerzas políticas, económicas e históricas en juego en todo el mundo, y sobre las dificultades a las que se enfrentan los líderes estadounidenses para mantener un equilibrio entre las cuestiones estratégicas y los "valores nucleares". El tono es sereno y mesurado, con algunas digresiones humorísticas, como cuando describe una oferta de Vladímir Putin, el líder ruso, para que Bill Clinton le acompañase a una expedición para observar osos polares.



Los avances más positivos, como el aislamiento diplomático y económico de Irán, se describen en considerable detalle, mientras que temas más controvertidos, como la guerra con drones y los programas de recopilación de datos de la Agencia de Seguridad Nacional reciben tan solo un tratamiento superficial y propagandístico. A los lectores próximos a los círculos de poder el libro no les enseñará muchas cosas nuevas sobre asuntos como la política anti-terrorista del Gobierno de Obama o la manera en que manejó la guerra en Afganistán.



Para los menos interesados en política hay chismorreos personales repartidos con ligereza a lo largo de todo el libro como pequeños huevos de Pascua. Clinton nos cuenta que a veces combatía el jet lag clavándose "las uñas en la palma de la mano"; que mantuvo en secreto a su marido la incursión contra Osama bin Laden ("Me dijeron que no se lo contase a nadie, así que no se lo conté a nadie"); que en una ocasión el presidente Obama la llamó aparte antes de una reunión internacional para lo que ella pensó que sería una consulta delicada, simplemente para oír cómo le susurraba al oído: "Tienes algo entre los dientes".



Se considera que los puntos de vista de Clinton suelen ser más duros que los de Obama, y en estas páginas mantiene un delicado equilibrio entre ser su leal lugarteniente y expresar sus propias ideas. En relación con Putin adopta una postura inflexible, afirmando que "los hombres difíciles plantean decisiones difíciles" y que "la fuerza y la determinación eran el único lenguaje" que entendía el líder ruso. Acerca de su defensa infructuosa en el seno del Gobierno para que se armase y entrenase a rebeldes sirios moderados, escribe: "A nadie le gusta perder un debate, incluyéndome a mí. Pero la decisión le correspondía al presidente, y yo respeté sus deliberaciones y su resolución".



Cuando aborda las tensiones entre el Departamento de Estado y los asesores de la Casa Blanca de las que tanto se ha hablado en los medios, Clinton enumera algunas de sus diferencias con ellos, entre otras cómo aconsejó prudencia a Obama a la hora de presionar al presidente Hosni Mubarak de Egipto para que abandonase el cargo en vista de las crecientes protestas en El Cairo. También cuenta que fue doloroso ver a su viejo amigo Richard Holbrooke, el experto diplomático elegido por ella para llevar la cartera de Afganistán-Pakistán, "marginado y debilitado" por ayudantes de la Casa Blanca más jóvenes que él a los que les disgustaba su estilo pomposo propio de la vieja escuela. Con respecto a sus propios planes -presentarse o no presentarse a la presidencia-, Clinton afirma que todavía no lo ha decidido. Es "otra decisión difícil" que se avecina.



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