Ana María Matute. Foto: José Aymá.
Ana María Matute (Barcelona, 1925), una de las escritoras españolas más importantes del siglo XX, ha fallecido hoy en Barcelona, a los 88 años. Miembro de la Real Academia Española desde 1996 -la tercera mujer en sus tres siglos de historia-, recibió el premio Cervantes en 2010 y lo recogió con un discurso que terminó en aquel memorable: "Créanse mis historias, porque me las he inventado".Matute deja terminada una novela póstuma, titulada Demonios familiares y protagonizada por una mujer en 1936, que publicará la editorial Destino después del verano. Según avanzó pocos meses antes de recibir el Cervantes, este libro "tendrá tintes mágicos, porque, en realidad, toda la vida es mágica". Sus últimas novelas publicadas son Aranmanoth (2000) y Paraíso inhabitado, de 2008.
Nacida en el seno de una familia de la burguesía catalana, la autora comenzó a publicar muy joven, dándose a conocer en la revista Destino, donde aparecieron sus primeros cuentos. Su novela Los Abel, en la que reflejó la atmósfera española posterior a la Guerra Civil desde un punto de vista infantil -enfoque que mantuvo en sus primeras novelas- fue finalista del premio Nadal en 1947. Desde entonces comenzó una larga trayectoria literaria repleta de premios, entre los que destacan, en su primera etapa, el Premio Gijón (1952) por Fiesta al Noroeste y el Premio Planeta (1954) por Pequeño Teatro, que fue su primera novela, escrita con 17 años, aunque se publicó 8 años después. En 1959, obtuvo el Nacional de Literatura con Los hijos muertos y el Nadal le llegó finalmente en 1959 con Primera memoria.
Matute impartió clases en universidades norteamericanas. La Universidad de Boston mantiene una colección con su nombre en la que conserva sus manuscritos. Era miembro de la Hispanic Society of America, de Sigma Delta Pi (la Sociedad Nacional Honoraria Hispánica de la Universidad de Berkeley) y miembro honorario de la asociación estadounidense de profesores de español y portugués.
El episodio más traumático de su vida llegó en 1963 con la separación de su primer marido. Las leyes de la época, muy duras con las mujeres separadas, le arrebataron la custodia de su único hijo, lo que la sumió en una profunda depresión durante años. Después de un largo período de silencio, en medio del cual fue nominada al Nobel, volvió de nuevo a la literatura en 1984 con Sólo un pie descalzo, que le valió el Premio Nacional de Literatura Infantil. Su faceta como escritora de cuentos y literatura infantil, que cultivó desde sus inicios de forma paralela a la novelística, ha dejado, además de la mencionada, obras tan representativas como Los hijos muertos y Primera memoria, así como las premiadas El Polizón de Ulises o El verdadero final de la Bella Durmiente, entre otras.
Sus narraciones para niños, llenas de bosques, trasgos y duendes, no eran tan ingenuas como las que se escriben hoy: "La literatura infantil hoy en día es una pena. Lo políticamente correcto lo ha fastidiado todo. No le puedes leer a un niño un clásico, que son fabulosos, porque hoy hay que decirles amén a todo y que al final caperucita se hace amiga del lobo. Y esto no es así, porque en la vida se van a encontrar con unos lobos tremendos", declaró hace algunos años.
Su regreso a la novela se produjo en 1993 con la versión original de Luciérnagas (que había publicado en 1955 con el título En esta tierra) y posteriormente con Olvidado Rey Gudú. La escritora, cuya vasta obra ha sido traducida a más de 20 idiomas, aseguraba en una entrevista reciente en El Cultural: "Es una mala madre la literatura, pero es única".