Mai Jia el martes, en Madrid.
Mia Jia (Fuyang, 1964), pseudónimo de Jiang Benhu, es uno de los escritores más exitosos del mundo. Publica libros, novelas desde hace apenas diez años, pero ha vendido ya, y sin salir de China, más de cinco millones de ejemplares en papel, y otros diez en versión digital. Ahora llega a España tras rotundo aterrizaje en el mercado anglosajón, y lo hace con un género que, aseguran, ha inventado él. Se trata del "thriller de espionaje chino". Aclara Jia, sin embargo, que "lo del espionaje es lo de menos", e insiste en que él cuenta historias humanas que podrían desarrollarse en cualquier parte.El don (Destino), publicado en China en 2002, trata de un niño con cabeza monstruosa que resulta ser un prodigio, un genio absoluto de las matemáticas que, pasado un tiempo, como ciento cincuenta páginas, es captado por el Gobierno de Mao para descodificar mensajes enemigos. Estamos en plena Revolución Cultural. Contrarrevolucionarios muy diversos son humillados a la vista de todo el mundo. Las amenazas se multiplican. Hay desconfianza y miedo. Por ahí sale la locura del régimen, el aislamiento, la soledad y la crítica más o menos sutil a la lógica comunista. ¿Y qué hay de la censura? "Un buen escritor nunca ha de temerla", contesta Mai Jia. "Al principio, tuve ciertas dificultades; pero luego, en un segundo análisis, se dieron cuenta de que yo no quiero hablar de los secretos del Gobierno, sino de una serie de personajes que me interesan. Además, China ha cambiado mucho: hace veinte años hubiera sido imposible que se publicara este libro".
La censura, dice Mai Jia, es un acicate para su escritura. Estimula su ingenio, lo incentiva: "La censura es un reto constante para mí, y yo lo asumo como creador. Siento que mi literatura es como una planta que crece entre las ranuras de una piedra. Si al final brota y no muere, mejora y crece más fuerte". A Mai Jia le gustan las metáforas sobre la naturaleza. En un momento de la entrevista afirma que la familia es como una madre tierra de la que nosotros, las plantas, no podremos separarnos nunca. También dice que su clara influencia borgiana es como un gato al que, de vez en cuando, se le ve la cola. A Borges se lo tiene aprendido, literalmente: "Estuve tres años en el Tíbet y en todo ese tiempo solo leí un libro", explica. Ese libro era una antología de cuentos del autor de El Aleph. Se obsesionó. "Ahí está todo lo que hay que saber sobre técnica narrativa", asegura. Una vez, cuenta, leyó en voz alta de memoria, en un encuentro literario, veintiséis poemas de Borges seguidos. Afirma que no se equivocó "ni en una sola letra". El prodigioso Rong Jinzhen, protagonista de El don, es un poco como su creador: nace tímido, apocado y se revela como un monstruo de las matemáticas. Su abuela era conocida en la ciudad como Cabeza de Ábaco. Su fenomenal inteligencia le genera problemas para relacionarse y un rico mundo interior. "Tiene un 70% de mí mismo", asegura Mai Jai, sin temor a equivocarse. "De niño, era un poco autista; me sentía abandonado por la sociedad. Durante la Revolución Cultural mi familia tenía una calificación política negativa y mi único desahogo era escribir diarios. Me parezco bastante al protagonista del libro. Con mis recuerdos de la infancia compuse, por lo menos, su carácter". A su nómina de influencias literarias, Mai Jia añade a García Márquez, de quien, quizás, ha tomado cierta querencia por el detalle extravagante, festivo, chisposo. "Es para mí un héroe inalcanzable", suspira.
La vida de Mai Jia no ha sido fácil. Pasó diecisiete años en el ejército (donde disparó solo seis veces y trabajó en una unidad secreta de los servicios de espionaje) y, después, más de una década de escritura en el anonimato. Todo en su vida parece poder decirse con números. Los números, además, se le dan muy bien; al menos tan bien como la literatura: "Pocos problemas matemáticos han podido conmigo", afirma, orgulloso.
-¿Se parecen las matemáticas a la literatura?
-Aparentemente, literatura y matemáticas son distintas, pero hay fuertes conexiones ocultas. Por ejemplo, las matemáticas tienen una gran vinculación con la filosofía y la filosofía a la vez es la madre de la literatura.
-El aprendizaje del protagonista de El don hace pensar en las matemáticas como algo intuitivo; en su caso, un don.
-Es que para ser un buen matemático se requiere mucho instinto. Yo creo que hay dos campos donde se requiere ese instinto: las matemáticas y la música; en ambos, el instinto es una especie de fuerza motriz. Por eso, son disciplinas en las que no cabe la mentira.
-¿Cree que la realidad puede reducirse de algún modo a números?
-Eso se cree, sí; pero yo no estoy de acuerdo. Estamos en la época de la computación en nube, del big data, etcétera, y existe como una ambición de registrar el mundo a través de diferentes sistemas numéricos. Pero yo creo que es algo inútil, imposible, ya que, como mucho, podremos reducir a números los objetos, pero nunca las almas, puesto que son intangibles.
-Para terminar, ¿a usted qué le resulta más difícil: escribir una buena novela o resolver una ecuación compleja?
-¡Es mucho más difícil la literatura! Sobre todo porque si yo estoy en un apuro matemático, puedo preguntar a alguien, a un experto, a un profesor... pero en la literatura, ¿a quién le pregunto? No existen este tipo de maestros, y eso es porque no hay soluciones exactas.