Felipe Fernández Armesto

Debate. Barcelona, 2014. 224 páginas, 15'90 euros

Es frecuente escuchar que cualquier generalización sobre América Latina es muy difícil, ya que existen grandes diferencias étnicas, culturales, históricas y económicas entre los distintos países. Para enfatizar aún más la idea se señala que no es lo mismo Brasil que Honduras o México que Uruguay, por poner únicamente dos ejemplos extremos. Si estas dificultades existen en lo referente a América Latina pensemos por un instante lo que se podría llegar a decir si consideráramos a todo el continente americano como unidad de análisis, Canadá y Estados Unidos incluidos.



Con los ojos de un observador actual el desequilibrio es de tal magnitud que resulta prácticamente imposible pensar en un ejercicio semejante. Y, sin embargo, con este objetivo en mente Felipe Fernández-Armesto (Londres, 1950) se propuso hacer no una historia continental o hemisférica, que las hay pese a ser escasas, sino una historia del continente o del hemisferio como unidad de análisis. Tras la lectura de las más de doscientas páginas de Las Américas se puede concluir que el ejercicio es posible y perfectamente realizable, y más para un académico que nos ha ofrecido en el pasado con monumentales obras de síntesis.



Pese a todo, la tarea no es sencilla. Para unificar períodos tan variados, el preeuropeo, el colonial, el postindependentista y el actual, y un área tan extensa y diversa como la que va de Alaska a Tierra del Fuego hay que profundizar en un vasto océano de fuentes y lecturas de todo tipo. Sólo después de un eficaz procesamiento de los datos recogidos se puede hacer una propuesta unificadora y con sentido. Para completar la dicha hay que señalar que nos enfrentamos a una obra de fácil lectura y llena de ideas y sugerencias.



El autor opta por una historia poliédrica frente a la preeminencia norteamericana

Una de las premisas que guía la labor del profesor Fernández-Armesto es su propósito de no instalarse en un centro, objetivo o imaginado, desde el cual irradiar sus propuestas unificadoras. Hubiera sido mucho más sencillo intentar recorrer la historia continental desde la perspectiva de los Estados Unidos. Pero la brutal especificidad que marca la propia existencia del "gran coloso del norte" frente a la mayor parte de sus vecinos latinos, o incluso en relación con Canadá, desaconsejaban tal extremo, que hubiera conducido, sin duda, a una rápida distorsión del relato.



De modo tal que nuestro autor nos cuenta una historia policéntrica, con ejes que van cambiando a través del tiempo. La supremacía del Sur respecto al Norte del continente, forjada durante los milenios de vida aislada de las sociedades preeuropeas y mantenida tras la expansión de los grandes imperios, como los ibéricos, británico y francés, fue trocada, a poco de comenzar el siglo XIX y con él la vida independiente de la mayor parte de los territorios americanos, por el proyecto hegemónico del Norte.



La trascendencia de una obra como ésta la define el propio autor cuando señala que "la historia conjunta de las Américas es importante debido al impacto que ha ejercido el continente en el mundo. Si marcamos en un mapa la difusión de la influencia de las Américas en el mundo, la diferencia entre Estados Unidos y el resto no parece tan intimidante como las frías estadísticas de riqueza y poder podrían sugerir".



Una de las dificultades iniciales de semejante obra choca con la cuestión nominalista. ¿Cómo denominar al hemisferio o continente toda vez que su nombre original, América, terminó siendo apropiado por el país que se convirtió no sólo en una superpotencia mundial sino en un gran actor regional? De ahí que una rápida mirada atrás permite rescatar el nombre de Nuevo Mundo, con el que inicialmente se conoció al continente. La caída en desuso de tal denominación ha llevado a Fernández-Armesto a inclinarse por el plural de las Américas, que aparentemente ofrece una perspectiva mucho más integradora.



Otra opción por la que se podría haber inclinado el historiador hispano-británico es por el rescate de Quarta Pars, una idea que acompañaba a geógrafos y cartógrafos medievales para referirse al continente oculto y distinto de Europa, Asia y África y que debía estar en algún lugar del globo terrestre. Sin embargo, Las Américas es un nombre que define con bastante exactitud la problemática abordada en este libro.



La conquista europea es una ruptura más de un proceso histórico que abarca el continente
Otra sería Abya Yala, ya que esta historia se inicia con el poblamiento de una vasta porción de tierra que había permanecido aislada de cualquier contacto humano durante centenares de miles de años. Pero Fernández-Armesto arremete tanto contra cualquier idea que insinúe la emergencia de una población autóctona como contra los mitos fundacionales que pretenden presentar la especificidad de las sociedades americanas establecidas previamente a la llegada de los europeos. Por eso insiste en la idea de un tronco común para toda la humanidad, con independencia del destino final de su establecimiento.



Podemos leer en este libro que "algunos pueblos indígenas llegaron poco a poco a compartir la visión unitaria impuesta por los extranjeros, desarrollando un sentido de solidaridad que ahora incluye a otros pueblos que, para sus antepasados, eran enemigos o desconocidos. Los mapuches y los micmac, los yupik y los yamaná, todos son ahora "americanos nativos". Algunos incluso hablan de compartir la isla de la Tortuga.



Con algunas concesiones a lo políticamente correcto provenientes de lugares totalmente insospechados los americanos nativos se han convertido en pueblos originarios, y la paradisíaca unión de todos ellos, en un continente que prácticamente desconocía las guerras, la dominación imperial y la explotación, ha devenido en el Abya Yala, un nombre de origen kuna para denominar el continente. Según se puede ver en Las Américas, la conquista europea es una ruptura más, pero no la gran ruptura, de un proceso histórico que abarca todo el continente. Es más, se pone de manifiesto que la llegada de los nuevos conquistadores europeos, que no fueron los primeros, estuvo marcada más por continuidades que por rupturas.



La larga travesía del profesor Fernández-Armesto concluye en nuestros días. Pero la atalaya desde la que se juzga el presente no es presentada como el definitivo punto de destino. Y esto pese a considerar al pasado siglo XX como el siglo americano, la época en que Estados Unidos (o América según sus habitantes) se convirtió en la gran superpotencia internacional y en un poder imperial.



Pese a ello, la contrapartida de la americanización del continente americano es la "latinización" o la "contracolonización" de Estados Unidos por inmigrantes provenientes de otros países americanos, especialmente de México. Los famosos latinos o chicanos son así la punta de lanza que rememora la dirección, de sur a norte, por la que se movían las influencias en el hemisferio. De alguna manera esta idea de "contracolonización" es la que está sumamente presente en el último libro de Felipe Fernández-Armesto, aún no traducido al español, Our America: A Hispanic History of the United States. Como se ve, la recuperación de esta obra publicada en 2003 es un gran acierto que anticipa la publicación de esa historia hispánica que ya estamos esperando.